Casa de Locos 2012: La Domesticación de la Demencia

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Ayer fuimos a la exposición colectiva, «Casa de Locos», celebrada en el espacio no tradicional de la quinta Villarivello, sede del antiguo manicomonio de los Chorros, otrora «propiedad de Juan Vicente Gómez».
La escogencia del sitio constituye de entrada un acierto por sus innumerables connotaciones sociales, políticas y culturales, entre pasado y presente.
Siempre es bueno romper con los esquemas de los clásicos salones y museos del circuito oficial y paralelo, donde abunda la impostura y la excesiva solemnidad.
Sin embargo, varios asuntos nos disgustaron de la iniciativa, y por ende, las compartimos para someterles a la discusión y a la revisión de la curaduría.
Primero, los toldos de Quiksilver empotrados en la entrada del recinto, banalizan y sabotean la propuesta, al hacerla presa del lenguaje de las marcas y del dilema de rebelarse vende. El viejo tema de la contracultura como negocio.
Segundo, de igual modo, el tarantín de licor poco o nada aporta al desarrollo de la velada. En combinación con el público, brinda la imagen de una ronada para hipsters, intensos y alumnos de la Roberto Mata en plan de vanguardistas trasnochados de los talleres de Nelson Garrido.
Tercero y en el mismo sentido, la forzada inclusión de un pincha discos condiciona la lectura del entorno y la dirige hacia el terreno superado de las fiestas «creativas» y los mercaditos de diseño de décadas pasadas. Típicas reuniones de colectivos cool instrumentalizadas por alcaldías, sellos registrados y experiencias empaquetadas por el estilo de «Por el medio de la calle».
Había más gente fuera de las salas de exhibición, tomando y hablando con sus vasos de plástico, cual verbena organizada por Adidas y Pepsi.
Adentro de las habitaciones del hospital psiquiátrico , las obras y las paredes desplegaban trabajos ya conocidos y deglutidos por el discurso de la publicidad, a merced de colores fosforescentes, afiches rayados, versiones sacrílegas del santuario pop y objetos de desecho reciclados con espíritu de “artista concienciado”.
Nada nuevo bajo el sol y todo muy en sintonía con lo visto en Pirelli, al punto de lucir como la decoración anarko punk de una vitrina de una tienda de Plaza Las Américas. En Londres consigues locales así en cada esquina de Candem Town, sin tanta alharaca, justificación y aires de manifestación iconoclasta.
Nos prometieron locura pero nos ofrecieron el testimonio involuntario de la normalización, estandarización y hasta la fosilización de la plástica maldita, problemática y sediciosa.
Le aplicaron terapia de choque a su propia irracionalidad y le practicaron lobotomía a su piedra de la demencia.
El resultado es una muestra parecida a la foto fija de un paciente domesticado( ilustrado con los cuatro elementos).
Para la próxima, si quieren repetir la experiencia con un mejor efecto, hablen de la verdadera locura del país, la de la violencia desatada, la de los enfermos de poder, la de Chirinos en su casa por cárcel, la de los tiroteos del 23 de Enero, la de las purgas, la del insólito culto a la personalidad, la de la esquizofrenia de la polarización.
Al lado de un noticiero de hoy en día, “Casa de Locos” termina por fungir de tapadera kistch, de cobertor de la insania contemporánea. La exposición nos deja demasiado tranquilos con el vasito de ron en la mano.
Yo invitaría a sus promotores a mirarse en el espejo de Javier Tellez, Juan José Olavarria, Luis Molina Pantin, Meyer Vaisman y Ángela Bonadies, quienes abordan el caso de manera directa con mayor profundidad y amplitud. De ahí su capacidad para despertar auténtica inquietud e incertidumbre.
En resumen, para “Casas de Locos”, me quedo con el Castillete de Reverón filmado por el documental de Margot.
También prefiero «Basta» de Ugo Ulive.
Aguardo por la segunda entrega del proyecto( con menos complacencia).

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