Ayer fuimos a ver “John Carter 3D” en familia, con Claudia y los morochos(mis sobrinos de once años). En términos generales, los adultos disfrutamos de la función.
Para los chicos fue un pequeño dolor de cabeza, menos en la secuencia de la batalla con los simios blancos. Verdadero prodigio técnico y única justificación posible para ponerse los lentes durante la proyección estereoscópica. Lo demás carece de dimensión, profundidad de campo y volumen frontal hacia el público. Falla de origen y de puesta en escena.
Antes de entrar, les comenté a los gemelos algunos datos concernientes a la carrera del director, quien ganó dos premios de la academia por ser el responsable de “Buscando a Nemo” y “Wall-E”. Según Santiago y Coco, la segunda es un poco aburrida y solemne, de principio a fin. Ellos prefieren el tono y el ritmo de la primera.
Sin duda, ambas ejercen influencia sobre el desarrollo de la cinta del 2012, en el sentido de narrar la historia de otro pez fuera de su estanque cuyo objetivo es regresar a casa, bajo la sombra una curiosa expedición extraterrestre donde también un antihéroe mesiánico se encuentra a su chica de los sueños, a la “Eva” de la partida.
Por defecto, según los estrictos vigilantes de lo políticamente correcto, no se puede hablar de referentes de “John Carter” previos a la fecha de su edición original en 1911 y 1912, como si el material de explotación publicado por Edgar Rice Burroughs, el creador de “Tarzán”, fuese una suerte de Biblia o vara para medir la evolución de la cultura de masas del siglo XX en adelante.
Háganme el favor, señores. Se trata de un folletín por entregas, a su vez inspirado en múltiples arquetipos y relatos de la mitología clásica. Por ende, relájense y no se pongan como policías del pensamiento. Permítanos comparar el estreno con sus innumerables parentescos del pasado y el presente.
A fin de cuentas, “John Carter” llega con retraso a ideas y conceptos adaptados en décadas precedentes por cualquier cantidad de obras maestras y realizadores, quienes a su vez plagiaron a Edgar Rice Burroughs y a sus ancestros en la estética de la caricatura.
En consecuencia, el largometraje sería un ejemplo de los típicos ensamblajes neobarrocos de la industria, para aceitar sus tuercas con la fuente líquida del manantial del vano ayer.
De ahí la conclusión de los morochos: se parece demasiado a “Star Wars” y “Avatar”, más allá de los detalles aludidos en párrafos superados. Lo dije anoche por Twitter y me cayeron encima. Lo vuelvo a sostener. Espero se entienda mejor el punto.
“John Carter” no es necesariamente mala en su género. Entretiene, brinda una espectáculo ideal para el desahogo y la catarsis de la audiencia, mantiene el suspenso, despliega viñetas de acción con efectos especiales de última generación, asume las riendas de la aventura y la ciencia ficción a través de un enfoque ligero, aunque resultón para la grada.
Aun así, la notamos y sentimos atrapada en el laberinto, en el círculo vicioso de sus guiños y juegos de espejos. En específico, la obra cae presa de los patrones tradicionales de la Disney, al retomar derroteros trillados de la compañía. Por consiguiente, le falta el humor negro y el significado de distanciamiento irónico de la empresa Pixar. Además, extrañamos la poesía audiovisual del autor, ahora instrumentalizada por el espectáculo maximalista y ahogada por el respectivo caudal de fuegos de artificio.
De igual modo, el guión prolonga, en proporciones exageradas, sus argumentos limitados y calcados del formato fantástico, mientras establece paralelismos temporales y desvíos innecesarios, tendientes a fatigar y a distraer a los niños. En el tercer acto, el libreto se torna soporífero, confuso y predecible.
La dirección tampoco ayuda por culpa de los pésimos integrantes del reparto estelar. El dueño de la batuta, Andrew Stanton, luce inseguro e inexperto a la hora de extraer emociones de sus personajes de carne hueso. Debe rectificar o coger la línea de su colega, Brad Bird, modélico e impecable en su traslación de “Los Increíbles” a la franquicia de “Misión Imposible”.
Al contrario, Andrew Stanton recupera sus bríos en el contacto con el ordenador. Las batallas por computadora son vibrantes y los secundarios digitales se terminan por robar el show, como el caso de la simpática mascota, Woola, equivalente al entrañable perro de “The NeverEnding Story”, la joya de Wolfgang Petersen(Claudia dixit).
Lamentable, el arte se hunde cuando toca recrear las escenografías de corte real. El decorado transpira olor a cartón piedra y los vestuarios rococó ofrecen el remedo de una parodia involuntaria de la fórmula de “Epic Movie”. La cursilería retrofuturista en pleno.
Quizás existe un subtexto por redimir y rescatar de la ecuación fallida. Hay una fuerte alegoría de las guerras intestinas de la corte contemporánea, alrededor de sus constelaciones fragmentadas, en correspondencia metafórica con la época de los enfrentamientos de la secesión y de los conflictos a caballo de la herencia western.
Por desgracia, la solución no plantea una alternativa seria al paradigma de consolidación reaccionaria y conservadora del status quo en relación con sus colonias. Culpa de las presiones y censuras de los titiriteros de Mickey Mouse, empeñados en reafirmar las rutinas palaciegas de sus monarquías deprimidas. Prefiero las conclusiones pesimistas del “Episodio 3”.
Aquí vencen los buenos por encima del lado oscuro.
Un detalle al cierre lo aporta Jesús Jiménez: “el propio E.R. Burroughs (Daryl Sabara) es uno de los protagonistas de la película, interpretando al sobrino de John Carter (Taylor Kistch). La historia comienza tras la muerte de Carter, cuando Burroughs recibe como herencia sus memorias y conoce la historia de sus viajes a Marte.”
Con todo, no es suficiente y el balance se inclina por lo negativo. Fácil entrará en la lista de los fiascos de la temporada. Por fortuna, admite la lectura inversa.
Si no te la tomas en serio, te ríes de ella y con ella. Atributo de “Flash Gordon”, “Los Inmortales” y la desmesura de la “serie B” devenida en crónica marciana. Era el encanto particular de la fusión posmoderna de “Cowboys & Aliens”.
La mezcla de lo disímil, bandera de la vanguardia, le salva la papeleta a los estudios.
PD: hay un asunto interesante con el trasfondo de la muerte. «John Carter» renace en un limbo extraño y curioso, como un sueño o un pesadilla antes de descansar en paz. Lastimosamente, la glorificación belicista de «Conan el Bárbaro», comanda el perfil del discurso. Moraleja: el legado del hombre blanco prevalece y se impone en el desierto. ¿Es propaganda a favor de la reconquista del medio oriente? Idéntico al código binario de «Kony 2012».
Bueno, igual estaré pendiente de embarcarme en ese viaje virtual a Barsoom.
De John Carter sé que existe por la influencia que ha tenido en otras obras como Star Wars, pero nunca he leído ninguno de los folletines. Era un reto grande para el director y los escritores hacer algo que en su momento era original pero que ya de repetido está súper visto y que quedara como algo relativamente fresco. Pero si Stanton no lo logró es que en verdad era cuesta arriba.