¡Estoy con pecado!, hoy si camino con mis pies.
La conciencia, como joya que es, está en su altar, allá arriba, en el fin de mi mundo sin que nadie se fije de su virtud. Aquí abajo pocos rezan: es que las hipócritas han aparecido con los años, ya hace bastante de esto. Y las pobres gentes, están así: con sus buenos pedidos que se hayan en el corazón. ¡Pero está bien!, lo bueno no los culpa: ¡Es blanco! aunque el sol no se halle por la noche que llega.
Esta vez, en mi comida tomo agua que me sale a hiel y no como arroz: “porque ahora mi pecado me pide burdel”. ¡Hoy con mi adolescencia voy a vivir la historia o la leyenda!
Camino uno, dos, tres, cuatro…hasta varias cuadras más. El viento me ve acompañado de verriondo, me llega y se va. Con nerviosismo levanto la mirada para ver si el universo que veo me culpa de mí mala decisión, las estrellas, la luna y los cometas se esconden de mi presencia, sigo y miro las calles y los postes que están con sus luces de luto, creo que es porque el día ha muerto en alguna parte de mí.
Unas cuadras más, que ya veo el lupanar.
Miro el burdel: antro oscuro donde se ensucian los adolescentes como yo, con la libertad de los adultos putañeros, y me adentro en él, sospechosamente veo a los viejos de testículos hediondos y nalgas caídas, con sus bastones que corren enamorando, detrás de las jóvenes que están aprendiendo a ser prostitutas. Y esto hace crecer mi ansiedad y, me impulsa a pasar por las habitaciones abiertas y que exhalan sus olores todas agradables a mi corrupto sexo, que se ha adueñado de mí. Todas las prostitutas son terriblemente agradables y lascivas: una con uñas largas, otra con pelo rojo, otra con bata corta, otra sin ella, otra con todo, otra sin nada, otra y otras y …etcétera de putas. Hasta llegar, por los feromonas en el aire a… ¡Esa! …que mi bestia quiere.
Ella es alta por los siglos. Con su pelo aún revuelto por mítines de manos. Su mirada de adicta, sí que me llega. Su nariz como me gusta. Sus labios de viva carne palpitante. La miro, su vista también se me prende. Su piel es blanca de nieve pero, me interrogo: ¿tendrá alma?
Me acerco y le digo:
– Tú eres por hoy amiga de mi pecador ser.
– ¿Qué soy? – responde.
– Eres por hoy: mi mundo, demonio y carne… eso eres por hoy, ese mal que necesito conocer- contesto.
– ¿Y cómo es contigo? – pregunto.
Me responde directamente:
-Mira, conmigo todo hueco que encuentres, cómetelo y llénate. Que yo me comeré, tu pezuña, tu esperma, tu grajo y tu caspa. Esto más un poco de tu mal tiempo , varias monedas te cuesta.
-¿Cuánto? – pregunto.
Ella no quiere fiarme su cuerpo sin várices, ni celulitis, ni estrías. Y con una sonrisa que sabe su oficio responde:
-Mira hombre, o lo que seas. Acaso no has venido por estar así.
Su cuerpo me lo vende con un beso pactando el acuerdo. Su voz a todo masculino gusta. Su palabra con su aliento moran en el humor de su sobaco tupido.
Entro a su alcoba, detrás ella. La verdad es aquí hay toda clase de malas tolerancias menos “amor”: que reflejado en el espejo dice roma de la época de los emperadores degenerados. Mi deseo mira conscientemente todo lo que se puede hacer aquí. Mi intuición ve su sangrante corazón. Ella no lava su sexo para hacerla más atractiva y olisca, me ofrece su agua ya infectada, lavo mis manos como un sonámbulo. “Dame un beso” me dice, “¡sí!” digo. Mi pensamiento por mi voz, resuenan en su tímpano: “llevando en alto a una perra y escupiendo a la Reina”.
Su dilatado sexo, despierta mi fogosidad. Recibo el vaso de licor, que ella cariñosamente me ofrece, para terminar de cambiar mi alma y matar mi voluntad. Luego atento miro el presente, me pierdo en la nada.
Después corren las agujas del reloj. El minutero ha corrido con el calor del infierno, que ampolla las patas del catre. La cama está suave y revuelta. Sus labios tienen hierro, me muerden la piel, dejándome horribles huellas. Su piel es sábana salada, porque mi sudor corre. Sus poros como la arena, son contados por los poros míos. Mi tufo fuerte con halitosis, muere en su aliento. Los chillidos etéreos, pintan las paredes y los almanaques. El apóstata quejido erótico sale de su seca garganta, baja hasta la lujuria, para endurecerse allí.
Su sexo oscuro sin estrellas, huele a ostra olisca de un mar muerto, y mi lengua sarrosa confundida con fruición lame como un manjar, y sigo lamiendo aquel terrible retrete. En toda su piel están los cinco sentidos y en mis dedos y mis labios también. Y me siento bebé succionando sus pezones, “como si fuera su esposo”. Mientras ella se retuerce como serpiente en fuego tratando de morder a alguien.
Mi corazón: ¡late!, ¡late!, ¡late! Ahora si comprendo, que la vida se ha llenado de todo esto y los testículos de infierno. El corazón: late, late, late… que los vicios pesan mucho…corazón late, late, late, bombea sangre…y me estoy casado.
La fratricida y extraña lucha sigue, embriagados por: alientos, gritos, colonias más alcohol. Los dos hermanos pelean; cualquiera reinará: es que uno es amor y paciencia, el otro vicioso y mentiroso. Luchan en mí y, yo con ella y, ella por ella.
La conciencia se tapa, el pecado con alegría mira. Siento que su corazón también: late, late, late. Su vagina ahora se ahoga por mis flemas ardientes, que la llenan.
Al terminar. Ella me besa, me llora, me quiere. Pero la verdad, es que hasta donde puedo dura mi potencia. Al final sus besos mueren como todos los seres,… menos el ósculo de la frente de mi calavera.