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KITSCH ENDÓGENO: DOCUMENTANDO LA ESTÉTICA VENEZOLANA CONTEMPORÁNEA

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La tesis, para cualquiera que quiera desarrollarla, es sencilla: existe un discurso estético claramente definido, el cual permite reconocer a ciertas expresiones venezolanas como poseedoras de un estilo único y particular; ese estilo venezolano de finales del siglo XX – principios de siglo XXI que acá denomino kitsch endógeno y que bien puede tener un nombre más preciso una vez que se haya realizado el levantamiento y análisis de los datos relativos a esta investigación.

En este post me limito a dejar algunos señalamientos que me parecen importantes para cualquiera que quiera desarrollar el tema. (Asumo que en ese trabajo de investigación por venir, lo primero será definir discurso, discurso estético y estilo.)

PRIMERA PARADA: EL IMPACTO DEL VIERNES NEGRO

Corre la primera mitad de la primera década del siglo XXI, y me encuentro en el Aula Magna de la UCV, asistiendo al TeleCorazón. La gente corea las canciones de Franco de Vita y, por encima de la nostalgia que los temas pudieran generarme, lo que me asalta es la sensación de estar atrapado en un país que se estancó. En aquel momento el ahogo venía por el lado de lo social/político. Ahora, desde la distancia, percibo que hay una dimensión aún mayor, la cultural/estética.

La década de los setenta fue la década del optimismo en Venezuela. Es un tema trillado, aunque creo que pocos tienen claro cómo el hilo histórico comienza a enmarañarse justo ahí, cuando creíamos que mejor estábamos. El nudo lo podemos ubicar, simbólicamente por supuesto, el 18 de Febrero de 1983, en nuestro famoso Viernes Negro. Ahí nos dimos cuenta que estábamos en crisis, que nuestro proyecto nuevorriquista era insostenible (ese proyecto que hoy sólo continúan los boliburgueses y los han sabido acomodarse satisfactoriamente en el complicado juego político de hoy en día. Que muy pocos puedan hacerlo realidad, y a punta de hacerse del dinero público, es la mejor prueba de que es un modelo de vida fracasado, como el American Dream de los gringos).

En fin, me limito a lo estético. Como resultado de esta crisis, se empezó a promover el talento nacional, y no precisamente por un deseo de cultivar una estética venezolana. De hecho, fue la ley del uno por uno la que obligó a los empresarios a invertir también en Venezuela y de ahí, a producir esa camada que hoy en día sigue cantando las mismas canciones de antaño. Así surgieron las carreras musicales de Guillermo Dávila, Ricardo Montaner, Ilan Chester, Karina, Melissa, Kiara, Franco de Vita, Giordano, Evio Di Marzo, entre otros. Este empuje duró poco (¿lo que duró la aplicación de la ley?) y los destinos de esas promisorias carreras siguieron los destinos típicos: desaparecieron (Melissa), lograron independizarse del contexto que les dio origen (Ricardo Montaner, Franco de Vita) o tuvieron que limitarse a vivir de las glorias pasadas (Karina), adaptándose al ritmo de la comunicación de masas en tiempos de crisis (Kiara).

Los detalles de este episodio habría que desarrollarlos, pero queda claro que:

  1. Hay un hito a principios de los ochenta que permite el desarrollo de una semilla que, quizás, puede encontrarse en la figura de Lila Morillo, la “diva de Venezuela”, el prototipo del estilo a partir del cuál puede intuirse la presencia del discurso estético venezolano, ese que hasta ahora llamo el kitsch endógeno.
  2. La cultura de masas tiene su terreno fértil en los medios de masas (no en la paja de lo popular o los medios “comunitarios” o “alternativos”), es decir, depende de una fuerte inversión y presencia extendida en el escenario social. Llevamos encima -en ropa, en canciones-aquello que nos ha sido mostrado por los medios, y esto depende de factores económicos precisos (corolario: lo que ves en VTV es ideología tan interesada como la que ves en cualquier otro canal).

Sirva esta última idea como puente al siguiente hito de nuestra historia

SEGUNDA PARADA: EL «COMANDANTE CORAZÓN» Y SU “REVOLUCIÓN BONITA”

¿Y por qué endógeno? Lo que constatamos en la década de los noventa es la decadencia de la producción nacional. En lo práctico esto se llama falta de inversión. Sin inversión no hay producción, y sin producción no hay talento que surja. El arte, para mantenerse, requiere de políticas de estado. La era de los mecenas no sólo ya pasó, sino que resulta impensable desde nuestras coordenadas actuales. De ahí que los aportes por la vía de la responsabilidad social por parte de algunas corporaciones tengan un alcance tan limitado. (¿Tienen idea de cuánto me ha costado conseguir algún libro de la Fundación Polar acerca de los Diablos de Yare o la Santería Venezolana? ¿O conseguir algún texto con la obra de Pedro Centeno Vallenilla?).

Esta falta de desarrollo se complementa con la incapacidad para importar expresiones que puedan ser consumidas por las masas. En los setenta era fácil ir al poliedro y ver cualquiera de los shows que se traían (los gimnastas rusos, los circos chinos…). De los ochenta en adelante lo que constatamos es el empobrecimiento de la oferta, una oferta que, a fin de cuentas, sólo podrá ser consumida por los pocos privilegiados que van quedando. En lo concreto: Madonna no va a Venezuela, a la exposición de anatomía de Gunter von Hagens la vetan por ser “cuerpos humanos que deberían estar sepultos” (Chávez dixit) y los pocos espectáculos que llegan lo hacen con precios que equivalen a varios sueldos mínimos. Vale la pena reseñar esta lógica instaurada de traer espectáculos que confirmen el gusto ya cultivado, los cuales deben sobretarifarse para darles el halo de calidad necesario en un país donde «lo barato es chimbo». (No, no podemos cultivar el nuevorriquisto al estilo de los setenta, pero seguimos haciendo lo que podemos al respecto.)

Inevitable en este relato es el contexto más amplio, el cual es el prolegómeno al delirio que hoy nos circunda: El Caracazo en 1989 y los golpes de estado fallidos de 1992. Estamos sin rumbo y este rumbo que llevamos es más bien como esas aventuras que inventamos cuando salimos de una fiesta y estamos intoxicados. (Sí estamos en crisis pero tenemos petróleo que jode, así que podemos darnos el lujo de volvernos locos, ¿no?).

Volviendo a lo más específico, en este escenario de crisis, del fracaso en la sustentabilidad de la respuesta ante el colapso de los ochenta surgen los factores que consolidarán el discurso estético predominante en la Venezuela contemporánea. Si en algo ha ido con paso de vencedores el prolongado gobierno de Hugo Chávez, ha sido en la cristalización de un estilo muy propio, el kitsch endógeno. Esto, por supuesto, habría que detallarlo, mostrando cómo ha sido un resultado colateral de ese experimento social (fallido) llamado socialismo del siglo XXI.

Pasando por la serie de resignificaciones de las que tanto gusta nuestro rey momo (de la “contra sifrina” a los “majunches”, pasando por el término “escuálidos”); las imágenes heroico/religiosas de los murales en espacios públicos e ilustraciones en publicaciones financiadas por el gobierno y, por supuesto, el autoembargo que se pone en práctica a través de CADIVI (recuerden que las condiciones materiales condicionan la expresión estética), podemos constatar que existe una matriz que da un estilo particular a nuestras expresiones. Así, Lila Morillo, Hugo Chávez y el Miss Venezuela, por ejemplo, dejan entrever ese discurso estético del que hablo.

Alrededor de todo esto, digo yo, es que debería girar un trabajo de investigación que se ocupe de la estética venezolana de finales de siglo XX – inicios del siglo XXI.

Lo dejo hasta acá, con un par de videos que, entre otros materiales, servirían de apoyo a esta tesis.

De éste primero noten, en particular, el atuendo de Marita Capote (y déjenme saber si tuvieron estómago para verlo completo):

Vean cómo, con respecto al segundo video, sólo ha cambiado la calidad de la imagen (¡producimos poco, pero vaya cómo consumimos tecnología!). Kiara parece salida del mismo espacio-tiempo: mismo peinado, misma vaina en la cabeza… Como nota adicional, perciban la transición de la canción Bad Romance al tema del Miss Venezuela, la cual empieza en 4′ 53″ y termina en 5′ 15″; ¡Ah! ¡esos sonidos de teclado y esas armonías anquilosadas que tienen toda la vida sonando en cada edición del certamen!

¿Cuánto tiempo media entre ambos videos? Entre 10 y 20 años y el contenido es prácticamente el mismo.

Lentejuela y escarcha comprada con petróleo, ¡venceremos!

***

pd. Casi se me pasa indicar que sí, incluso en el caso de estar rodeado de este mar de cursilería, es posible hacer algo interesante: pregúntele a Los Amigos Invisibles quienes, a punta de tripearse el kitsch endógeno, han logrado pulirlo y dejarnos muy en alto a lo largo y ancho de este mundo globalizado. Hay esperanza: además de asumir el kitsch endógeno irreflexivamente, como se hace en el circuito de cultura de masas dentro de Venezuela, es posible asumirlo cínicamente. Esto, en mi opinión es lo que hacen Los Amigos. No hay que estar fuera para hacerlo, sólo tomar distancia reflexiva sobre lo dado (Nota especial para Nuevas Bandas: tomar distancia reflexiva sobre los contenidos dados, no copiarse de lo que hacen los Amigos Invisibles).

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