Artículo publicado originalmente en el número de marzo de la revista Dinero.
El cine criollo nació hace 115 años en medio de un parto accidentado, fruto de la ilusión de un padre fundador de la provincia, quien esperaba replicar el éxito social, cultural y económico de los verdaderos creadores del invento: Los Hermanos Lumiere.
Así, la industria nacional descubría la luz de la pantalla y daba sus primeros pasos, tres años después de la proyección francesa de “La Llegada del Tren”.
Con una ligera demora temporal y estética, Manuel Trujillo Durán buscaba ponerse a la par de sus colegas de París en aras de cimentar las bases del desarrollo audiovisual de su país, bajo la senda de la exploración documental.
Por acto reflejo, adaptamos el canon realista para realizar y estrenar, “Célebre especialista sacando muelas en el Gran Hotel Europa” y “Muchachos Bañándose en la Laguna de Maracaibo”.
Desde entonces, las cintas con acento vernáculo fungirían de espejo retardado de las modas, tendencias, burbujas y técnicas explotadas en las naciones del primer mundo, entre Estados Unidos y el viejo continente.
Sin embargo, de forma paralela, los directores de Venezuela absorberían los conocimientos y las nociones impartidas en el extranjero, para aplicarlas y reinventarlas en el contexto local.
De tal modo, las empresas e iniciativas de producción emergen en el siglo XX, de la mano de pioneros independientes, primitivos ingenuos y cuadillos de la política, dispuestos a invertir en el negocio como una manera pragmática de concentrar capital mediático y fortalecer la imagen pública de su gestión.
Irrumpe el lenguaje de la propaganda, a la retaguardia del conductismo soviético y del fascismo europeo, según el molde implantado por el Benemérito con el propósito de afianzar su culto a la personalidad. Cualquier semejanza con el presente de la Villa y la red oficial, no es mera coincidencia.
Juan Vicente Gómez decreta la instalación de los famosos Laboratorios del Ministerio de Obras Públicas, donde se procesarán y cocinarán las piezas comerciales de la publicidad del déspota.
Por fortuna, los demócratas cabales también responderán al llamado de la luz, la cámara y la acción, al establecer compañías insignes de la talla de “Los Estudios Cinematográficos Lara”( de Amábilis Cordero), “Los Estudios Ávila”(apuntalados por el genio de Rómulo Gallegos) y “Bolívar Films”( del imprescindible Guillermo Villegas Blanco).
De los treinta a los cincuenta, derivamos de la época de bronce y plomo, a la fase de la “plata” en el más estricto sentido de la palabra. Consecuencia inmediata: encontramos una voz propia y conquistamos un lugar en el mapa internacional, gracias a las victorias en Cannes de “La Balandra Isabel Llegó esta Tarde” y “Araya”. Emprendimos el camino de vuelta al origen. Ahora nosotros competíamos con los galos en su mismo terreno, mientras soñábamos con vivir una era dorada al estilo mejicano y argentino.
Pero entonces, sobrevino la recaída del paradigma azteca y “porteño”, cuyos daños colaterales y efectos secundarios se sufrieron de inmediato en Caracas.
Para ciertos entendidos, los sesenta son instantes de oscuridad a superar y olvidar de la memoria. Casi un hiato, un abismo insondable, un regreso al feudalismo medieval. No obstante, las pruebas de la historia indican lo contrario.
Margot Benacerraf consuma la utopía de la Cinemateca Nacional en 1966, para darle impulso a los canales y circuitos alternativos, en un anticipo de las redes sociales del tercer milenio. Corrían aires de cambio y transformación. La generación de relevo quería saltar a la palestra y expresar su descontento( como en el 2012).
A falta de youtube , Facebook y las sensibilidades digitales en boga, los formatos caseros permiten contemplar la emergencia de las vanguardias seminales de la posguerra.
Por ensayo y error, fecundan las olas de resistencia al poder y las metodologías de guerrilla, fundamentales para comprender el panorama mutante de la escuela 2.0. Verbigracia, sus antecesores fueron Carlos Rebolledo(“Pozo Muerto”), Donald Myerston(“Renovación”), Ugo Ulive(“Basta”) y Jesús Enrique Guedez(“La Ciudad que nos Ve”), pilares del neorrealismo social consolidado a posteriori.
Por ende, alcanzamos una madurez y una conciencia innegable en el período de marras. De allí la inevitable eclosión del “boom” de los setenta, nuestra temporada de bonanza, cuando los planetas de lo financiero, lo estatal y lo artístico se alinearon para hallar el camino de la esperanza, de la Quimera de Oro favorecida por el crecimiento exponencial de la renta petrolera. Paradójicamente, la fantasía saudita trajo buenas y malas noticias.
Por un lado, equiparó a la calidad con la cantidad. Concretó la oportunidad de competir con Hollywood en igualdad de condiciones. La meca aprendió, a punta de golpes de taquilla, a convivir con las victorias de Mauricio Walerstein, César Bolívar y Solveig Hoogesteijn. Aparte, blindó a los sectores estratégicos de la exhibición y la distribución, apoyados por los estudios foráneos.
Por el otro, legitimó al extremo de lo indiscutible el pecado de la mentalidad parasitaria del gremio, incapaz de desligarse del cordón umbilical de los centros de fomento al subsidio; de pensarse al margen del usufructo de las dádivas de PDSVA y las regalías de los entes privados.
Por defecto, los productores nacionales quedan desarmados y desencajados a raíz del Viernes Negro y el Caracazo. Los noventa declaran el fin de la fiesta del crudo e instauran una década de vacas flacas, cogollos cerrados, tráfico de influencias, corrupción, círculos viciosos y sectarismos de rosca dulce. Nadie defiende a los jóvenes. Apenas filman los veteranos y los integrantes del aparato burocrático.
“Jericó” es la excepción a la regla y salva la patria. Las demás apuntan a la diana del populismo de “Sicario” y justifican la demagogia del mañana(en la tradición de “Er Conde Jones”).
De aquellas tempestades, descienden y arriban las corrientes de la cartelera vigente. Para sintetizar, creemos retornar a la edad dorada, en virtud de los números registrados por “Secuestro Express”, “Hora Cero” y “Hermano”.
Razones hay para entusiasmarse como los protagonistas del micro, “Noticine”. Por supuesto, la verdad es diferente y difusa, cual fotocopia posmoderna del balance del pretérito.
Si me lo preguntan, considero a la industria actual un ensamblaje imperfecto de las cuatro etapas comentadas. Una fusión de lo mejor y lo peor de la edad de bronce, la de plata y la dorada, siempre con el temor y el fantasma de la depresión de los noventa, rodándole por la habitación del pánico. En términos generales, no es como para fingir demencia y concluir con optimismo.
Yo le apuesto a la decadencia de la censura calcada del guión del tirano andino, a la recuperación de la brújula moral de los realizadores de antes y a la apertura a la diversidad de múltiples sistemas de producción.
Aboguemos por la sana comunión del arte, el comercio, la energía alternativa( de la web) y el entramado institucional de entes públicos y privados.