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Encuentro de Guionistas: Escribiendo la Historia del Capitalismo Bolivariano


El domingo tomé la decisión de ir al Encuentro de Guionistas, después de atender a las recomendaciones de Luis Bond y Ana Luzardo, quienes a través de sus reseñas nos invitaron a sumarnos a la iniciativa por su carácter gratuito y participativo.

Además, el domingo cerraría con la participación de uno de los nuestros, Thaelman Urgelles, secundado por su esposa, Malena Roncayolo. Aparte, existía un último aliciente para asistir.

El evento había devenido en un infame linchamiento moral del intelectual y escritor, Edilio Peña, tras leer su ponencia en contra del totalitarismo imperante en La Villa. Por ende, razones de peso me motivaron a soltar la almohada y la computadora, para ir a acompañar a los mencionados colegas en su charla.

Lo de Thaelman amenazaba con convertirse en la secuela de la jornada anterior. Fui entonces para allá con el propósito de hacerle barra al compañero y ponerme de su lado en el caso de cualquier conato de cacería de brujas al estilo soviético, ruso, nazi y coreano.

A su modo, el escarnio público de Edilio Peña recordaba el ambiente de censura en Cuba, cuando se reprobó y condenó la proyección de “P.M”, al son de las palabras proferidas por Fidel durante la reunión. Las tristemente célebres sentencias binarias de su guerra fría: “Dentro de la revolución todo, fuera de ella, nada”.

En consecuencia, nos convocaban extrañas fuerzas interiores y exteriores hacia la sala “Ana Julia Rojas”, cuyo nombre no lo cambiaron por el apellido de la homenajeada.

En cinco minutos, arribamos al sector del viejo Ateneo, ahora acoplado a los tentáculos de UNEARTES.

Afuera diez estudiantes formaban una línea delante de una mesa de comida con agua, jugo y cachitos. Abandonaron el simposio para desayunar su bala fría. Posteriormente, les entendería. Adentro se desarrollaba una auténtica lección de modorra y aburrimiento burocrático.

Entré de puntillas y con una paranoia de proporciones épicas. Enseguida se me quitó al saludar a distintos allegados y contemplar un clima de tensa calma, apaciguada por el tedio.

Me conseguí con Carlos Daniel Malavé(nos dimos un abrazo), me topé con Patricia Kaiser( ya no se acuerda de mi y me sacó de Facebook), y observé a varios de los eternos integrantes de la rosca dulce. Todos con los colmillos afilados en busca de contactos y relaciones públicas. Solo les interesa desfilar para reafirmar su derecho al veto y al voto en el CNAC y la plataforma.

El Presidio era comandado por una línea dura del chavismo audiovisual, donde el disenso brillaba por su ausencia. Comentaban y simulaban debatir una serie de argumentos leguleyos sobre derechos de autor. Parecía un apéndice cultural de la Asamblea Nacional en tiempos de dominio monocolor.

El cuadro lucía patético y esclarecedor al combinar con el mantel rojo de la mesa empotrada en el escenario. Alrededor figuraban tres pendones horrorosos diseñados por algún camburero o chupa sangre del sistema de “Vampiros en La Habana”. Los reales del afiche se perdieron, caballero.

De repente, Patricia Ortega toma el micrófono de la audiencia y opta por seguirle el juego del hambre a los dráculas de la escena de espanto y brinco. Primera decepción. Yo la pensaba menos acomodaticia. De seguro no la agarré en su mejor momento. En cualquier caso, le continuó profesando respeto.

De inmediato, nuestro querido, Roque Zambrano, cumple el sueño de los excluidos de la programación: robar el protagonismo a costa de una supuesta intervención para formular una interrogante.

Reflexiona, lee un papel, le piden brevedad, finge demencia, estira el instante, una cámara nerviosa lo encuadra con dificultad, Edmundo Aray se aprieta la cabeza, Santana se comporta como el Fernando Soto Rojas del congreso revolucionario, los asistentes se levantan de su asiento. Yo gozo un pullero.

Finalmente, el realizador regresa al punto de origen y redunda en lo planteado por Ortega. Ambos fallan al tomarse demasiado en serio, semejante charada protagonizada por puros bates quebrados y dinosaurios del cogollo, vinculados con los entes del estado. Carecen de legitimidad y usurpan sus puestos de poder por mero compromiso con el Partido. Solo Santana y Edmundo saben de lo suyo. Los demás son relleno y habladores de pistoladas con pose de entendidos. Un teatro del absurdo, como de Ionesco, con marionetas del PSUV. Afortunadamente, el show destilaba humor involuntario del bueno.

En las respuestas, escuchamos comentarios así: “yo creo en el socialismo”, “soy abogado y me pongo a la orden”, “yo sí me di duro en el pasado”; “la segunda amenaza en Venezuela después de la amenaza yanqui, es la obesidad”.

En efecto, los peces gordos son legión en la nomenclatura, un problema de salud nacional. Un señor quiere hacer una película sobre el tema. Santana le recomienda inscribir su idea en “el laboratorio del cine”. Ahí la someterán al quirófano de la liposucción y la ajustarán a los moldes de la Ley Resorte. Es comiquísimo.

Para rematar, Pedro Laya, mi otrora profesor de fotografía, revela las contradicciones del entorno, al exigir regalías justas a cambio del trabajo de los camaradas. Comprendo el asunto de fondo del conversatorio de la mañana: el objetivo radica en garantizar el negocio, bajo la mampara del paternalismo de izquierda.

En dos platos, el entramado comunista funge de sostén para el establecimiento de un capitalismo salvaje, amparado en el subsidio y el proteccionismo.

El Encuentro de Guionistas demuestra la adopción de los patrones del neoliberalismo Chino en el seno de las instituciones bolivarianas.

Los libretistas abogan por cuentas claras para ganar plata, mientras redactan sus entelequias e historias apegadas a la mitología convenida.

En la tarde, los aplausos festejarán la comparecencia de una rabiosa y reaccionaria defensora del mercado, de la taquilla, del entretenimiento, de la cotufa, de los paradigmas trillados y quemados, de la muerte de la experimentación y de la política de autor. La incongruencia no puede ser mayor.

Los bolcheviques demandan acoplarse a la oferta de Hollywood, para conquistar los corazones y las mentes de los consumidores. Del totalitarismo de la autocensura, derivamos hacia la dictadura del rating. Es una brutal apología del populismo y la demagogia. Una cachetada a la vanguardia. Un respaldo incondicional a la tesis de “Er Conde Jones”. Ecuación peligrosa.

Con todo, hubo un cierto equilibro en la tertulia número 2, gracias a las sensatas y necesarias ponderaciones de tres de los seis conferencistas: Malena, Thaelman y Emmanuel Chávez, en oposición a las fallidas ponencias de Ignacio Márquez, Patricia Kayser y Mabel Paredes, una lamentable contribución Zuliana con estudios en San Antonio de los Baños.

Ella se dedicó a decir mentiras y recibió el espaldarazo de la gente por satanizar a las escrituras heterodoxas y bendecir a las estructuras ortodoxas, conservadoras.

Por ella, sólo deberían filmarse películas como “Hora Cero” y “Hermano” en Venezuela. Según su punto de vista, “Cabimas” es reprochable.

Yo le quería responder pero había demasiada cola en la fila del micrófono.

Aprovecho el espacio para desmontarle su farsa: el paradigma no es la solución y salvación del cine nacional. El paradigma se hundió en “John Carter”. Se aplicó en “Hora Menos” y tampoco funcionó en taquilla. Ojalá se hicieran más películas en Venezuela fuera del paradigma. Por tanto, tu lamento y tu queja no vienen a lugar. En todo caso, tu deber moral es defender la diversidad, no la imposición de un paradigma sobre otro. Piénsatelo y rectifica. Modera tus términos y no seas tan vehemente con tus doctrinas. Evocabas a una agresiva relacionista pública pagada y tarifada por el Lobby de los distribuidores.

Ciertamente, el entretenimiento no es el enemigo, aunque no me lo vendas como la única escapatoria del laberinto. Otra vez, surgía la mano peluda para orientar el camino por la senda del blanco y negro.

Lo de Ignacio arrancó como una farsa y terminó como una letanía para el olvido. Patricia consumió sus valiosos minutos en hablar para atrás y para adelante, con el exclusivo afán de justificarse en su cargo de la Villa.

Nos hizo perder el tiempo en vano para arribar a una conclusión cantada: yo estoy acá para apoyar al cine comunitario, porque es barato y un deber moral de la revolución. Ya lo sabíamos, Patricia. Estratégicamente, pusieron a Patricia para cerrar la sesión.

Por su lado, Malena esgrimió un interesante reflexión sobre los dilemas del realizador-guionista. Sus virtudes y defectos. Empleó el tono adecuado y le permitió al publico extraer un conclusión abierta, no cerrada como la fanática de Mabel Paredes.

Las excepciones a la regla, los perros verdes, los marcianos fueron Emmanuel Chávez y Thaelman Urgelles. Se sintonizaron para desenmascarar la corrección política de la Villa y la autocensura del CNAC.

Desafiaron al status quo en su propio terreno y le plantaron cara a las autoridades incompetentes. Reafirmaron la posición de Edilio Peña y la superaron en contundencia expresiva.

Cuestionaron la complacencia y la condescendencia puritana de la monarquía victoriana en boga.

Emmanuel afirmó: “atrevámonos a cagarnos en el estado que nos mantiene para mejorarlo”, “el CNAC no debe ser un censor moralista”. Barrieron con tabús y formalismos protocolares. Se dieron el lujo de provocar y sacudirnos en la butaca.

Thaelman resumió la historia de la censura en diez minutos. Mencionó los procesos de Tarkosky, el Franquismo, el McCarthysmo, Gutiérrez Alea y Cineccitta. Alertó de las escaramuzas en las comisiones del CNAC, de la mutilación de la libertad, del desastre de nuestro cine épico. Criticó la actitud pragmática de los jóvenes boliburgueses como Mabel.

Lastimosamente, el balance es negativo, porque las ovaciones las acaparó Paredes.

Síntoma de la época.

Sea como sea, el coraje de Thaelman, Edilio y Emmanuel impidieron la homogenización de los contenidos. La mala noticia es su parecido con el clima de los disensos controlados por el gobierno.

En apariencia, hay diferentes matices de pensamiento en interacción. En realidad, los rojos determinan la agenda.

Es idéntico al panorama asimétrico de las cientos de tribunas del régimen.

Los promotores son los personajes principales de la trama.

De hecho, la puesta en escena ilustraba el mensaje del subtexto.

En los intermedios, ponían música de cuatro, arpa y maracas.

Una pantalla registraba las incidencias con planos de escaso vuelo.

Nada distinta a la cobertura de las cadenas y de los encuentros con los ministros en palacio.

Estética Alo Presidente.

El Gran Hermano nos observa.

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