Martin Scorsese filma su película más autobiográfica, oscura y luminosa de su carrera crepuscular. Proyecta su imagen en la figura de un niño y de un anciano al borde del retiro, para hablar de la muerte y del renacimiento del séptimo arte, entre su fase de surgimiento primitivo, de esplendor estético, de crisis y de resurrección posmoderna, al calor de las imágenes primitivas en relación con las pantallas del tercer milenio.
El resultado es un obra maestra absoluta, incomparable y totémica, donde el 3D conoce su redención como instrumento y recurso para cautivar la mirada del respetable, como en la época de la “Llegada del Tren”, sin dejar de ser autoconsciente, reflexivo, metalingüístico y rabiosamente experimental, bajo el aura del embrujo mutante de la fusiones contemporáneas.
Por ratos, “Hugo” encierra una hermosa lección de historia para grandes y chicos( a la manera del genio de Román Gubern). Después, asume el compromiso narrativo de contar un historia inspirada en la literatura romántica y clásica, de la mano de portentos como Charles Dickens, Mark Twain, Edgar Allan Poe, Shakespeare y Mary Shelley. Por último y no menos importante, rinde tributo a los colosos del Olimpo audiovisual: Fellini, Kubrick, Farocki, Vertov, Spielberg, Eisenstein, Griffith, Kuleshov y Truffaut, por citar algunos.
De hecho, el guión plantea el retorno de los niños de “Los 400 Golpes” al contexto de “Medianoche en París”, según la óptica erudita y deconstructiva del Jean Luc Godard de “Histoires du Cinéma”.
En efecto, la película se da el lujo de incluir meditaciones documentales en su contenido híbrido, a la altura de Slavoj Zizek en “The Pervert’s Guide To Cinema”.
No en balde, el propio Scorsese lleva tiempo investigando en la materia, de la protección y defensa del legado de los padres fundadores, a través de sus hermosos trabajos de no ficción, realizados con puro material de archivo en homenaje a los pioneros americanos e italianos. Verbigracia, el título clave de su trayectoria, “A Personal Journey with Martin Scorsese Through American Movies”.
De ahí la diferencia sustancial con el limitado armazón referencial de “El Artista”, condenado a agotarse rápido como un ejercicio de nostalgia, carente de la dimensión conceptual y formal de “Hugo”, cuya puesta en escena sobrecoge y abruma por su cantidad de planos secuencia y citas a pie de página al compás de un ritmo embriagador y fascinante.
Si el director de “El Artista”, viajaba de París a Los Ángeles para silenciar y acallar a las sirenas de la depresión, el autor de “Toro Salvaje” emprende el camino inverso con el propósito de exorcizar los fantasmas de su eclipse y del futuro ocaso de los ídolos de la cultura de masas, por medio de la reivindicación y reconstrucción de la biografía de Georges Méliès, desde la perspectiva de un chico pobre pero honrado y lleno de ilusiones.
Ambos son los alter egos del dueño de la batuta, quien además se disfraza para hacer un cameo y retratar a su reflejo delante del estudio ubicado en la finca de Montreuil-sous-Bois.
De tal modo, la pieza se concibe como un brillante juego de espejos, con clara vocación de denuncia y llamado de atención ante la falta y pérdida de memoria de ayer, hoy y siempre.
Scorsese descubre y explica el por qué del olvido de Georges Méliès, tras la coyuntura de la primera guerra mundial. Al parecer, el conflicto bélico destruyó el espíritu de inocencia del viejo continente y generó las condiciones subjetivas para sepultar a la pequeña industria del creador de “El Viaje a la Luna”. Mutatis mutandis, los impredecibles cambios del gusto, casi se tragan y entierran a la arquitectura del diseñador de “Malas Calles”. Su problema fue al contrario. La violencia de Vietnam saturó a los espectadores de a pie, al punto de exigir una vuelta a la barraca de feria, al reinado del simulacro infantil, para curarse en salud de la derrota sufrida en el terreno de “Apocalipsis Now” y “El Francotirador”. La gente empezará a preferir la evasión de “Guerra de las Galaxias” por encima de las cachetadas de realismo expresionista de “Raging Bull”, “After Hours” y “King of Comedy”.
Scorsese resistirá en los noventa con su propuesta adulta y demoledora. Logrará mantenerse en pie como la excepción a la regla de su tiempo, cuando sus mejores amigos se irán al infierno o al garete, como Hal Ashby, Francis Ford Coppola, Robert Altman y William Friedklin. A partir de entonces, Martin decide continuar en tono discreto, al margen de las concesiones con el Rey Midas, henchido de dinero gracias a la explotación de su mercado familiar.
Finalmente en el 2011-2012, Martin aterriza en el nicho de George Lucas y la factoría Amblin, para subvertirlo, transgredirlo e imprimir su huella indeleble. Lo mismo pretendió J.J. Abrahams y lo consiguió con el patrocinio de Steven. El “Parque Jurásico” a regenerar por ordenador se llamaba, “Súper 8”, otra técnica obsoleta. El Hollywood del tercer milenio sentía el miedo y la presión por acoplarse a la moda del momento, el 3D, como una medida extrema para superar y conjurar al espectro de la piratería. De manera forzada, la meca restauraba el invento abandonado para brindarle un regalo demagógico a la platea de youtube, amante de los cortos caseros.
Por su parte, “Hugo” trasciende el esquema de su predecesora inmediata, al traficar contrabando pesado dentro su carga aparentemente ligera, a la luz de unos personajes arquetípicos y a la vez complejos: el melancólico secundario de Baron Cohen( un muñeco roto, cual clown con restos de Chaplin y Tati), la esposa del protagonista( justo recuerdo del papel de la mujer en la edificación del árbol genealógico aludido), la nieta o hija del abuelo(una versión cool y bohemia de Hermione), el vampírico dependiente de una biblioteca pública( encarnado por el intimidante Drácula de Christopher Lee), un periodista con ánimo de enciclopedista detectivesco y un adolescente huérfano extraviado en el laberinto de “La Maquinista de la General” y “Tiempos Modernos”. Una suerte de evocación del “Pinocho” de “Inteligencia Artificial”, sumido en la vorágine de la industrialización donde el tiempo todo lo destruye, lo disocia y lo consume, hasta la vida de su padre, de su tío y de su mentor, “Georges Méliès”.
En lo personal, contemplo a la estación de “Hugo” como un ensamblaje de relojería de los engranajes de la prisión de “Viva La Libertad” y de la fábrica del fascismo ordinario de “Metrópolis”, amén de sus víctimas y victimarios.
En lo más alto de la cúpula del trueno, “Hugo” observa, como el vigilante de “París Nunca Duerme”, la rutina alienante, agobiante y deshumanizada de una sociedad mecanizada, robotizada, inconsciente y desprovista de afecto por la alteridad. Por consiguiente, la salvación reside en hallar una salida y una respuesta al enigma de la automatización.
“Hugo” posee un muñeco de metal, comprado por su padre, como herencia. Su misión es encontrar la llave para echarlo a andar. La llave es su corazón. La investigación lo conduce a conocer a la nieta de Méliès. Con ella, activa al muñeco, cuya mano dibuja la imagen del cartel de “El Viaje a la Luna”, con la firma de Georges Méliès. Ergo, obtendrá una pista para dilucidar el acertijo.
El mapa le abrirá de par en par el tesoro mejor guardado de la estación del tren, la obra de Georges Méliès. Contribuirá a rescatarla con sus secuaces para el beneficio de la cultura mundial, universal. Así, Scorsese le aportará una valiosa lección a su audiencia. Les enseñará a recuperar el amor por el cine primitivo, en el entendimiento de sus pros y contras. Georges Méliès afirma: los finales felices solo existen en las películas. Con ironía, “Hugo” culmina con un “happy ending”. Antes y después, fuimos testigos del ascenso y el descenso, de la vida y la muerte, de la estructura del cine.
En resumen, el cine es como el muñeco, el autómata de “Hugo”. Tu decides si es mejor condenarlo al ostracismo o encenderlo con la llave de tu corazón, de tu memoria.
¿Suena un poco cursi, verdad?
Por fortuna no lo es cuando lo disfrutas en la pantalla, ilustrado por Martin Scorsese.
Te lo agradecemos, maestro.
Hiciste la «Ciudadano Kane” del cine infantil.
Del trineo de Rosebaud al autómata de Hugo.