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Perra ciudad ex-mía, Caracas

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Por más campañas que te hagan para nos volvamos a enamorar de tí, no voy a caer en tu trampa. Te reconocí bajo tu nuevo disfraz, perra ciudad. Los cuentos de Hector Torre (que es como leerle Poe a un niño antes de dormir, pero con malandros en vez de gatos) me habían puesto al tanto de tus juegos de seducción.

Igual me gustas, pero no cuando te meneas al ritmo del regetton con balas, no. Me gustas más cuando me hablaste joven, humana, conciliatoria y mestiza en la voz de esos niños militares de menos de 19 años en La Estancia (Altamira) que querían comprar un libro en la Feria de la Plaza Altamira pero fueron abucheados hasta casi el llanto por quienes se creen dueños de la razón. ¿Porqué? Por culpas anquilosadas desde hace doce años (esos chamos no tienen la culpa de ese país que le tocó vivir, Esteban+40-malandros incluidos).

Me gustas también en las viejas treguas de las fiestas familiares con pasticho (lasaña), torta de guanábana y cerveza. A través de esos rituales a puerta cerrada rememoramos los tiempos en los que todos estábamos allí, al mismo tiempo, porque vivíamos en el mismo país. ¿Te acuerdas? Nuestras madres estaban locas que nos casáramos para que saliéramos por fin del nido . Ahora nos cantamos cumpleaños por Skype, mientras una imagen pixelada del Ávila se dibuja por detrás.

¿Y en dónde se esconde tu futuro, querida Caracas? Porque lo que me queda de ti son tan solo postales de la ciudad feliz que eras, solo nostalgias. Confieso que la última vez que te vi te sentí tan ajena, como una Disneylandia mantuana en ruinas, un monumento a la ingenuidad vulnerada.

A veces veo tus ojos brillar, querida Caracas, cuando te leo en los artículos de esos periodistas (jóvenes y no tanto) que luchan por darle voz a la gente que no la posee, así sea con panaceas incompletas como los medios sociales. Quizás tu redención está en la nueva generación que aún no te conoce. Quién sabe.

(Este artículo lo empecé a escribir el 2 de junio del 2011 y lo terminé hoy 29 de marzo del 2012)

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