EL PATRIOTERISMO

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A propósito de los actos bizarros frente a la Embajada de Gran Bretaña este 2 de abril de 2012.
EL PATRIOTERISMO
POR CARLOS SCHULMAISTER
Es la patrolatría de los que independientemente de su ubicación social, no tienen conciencia de que el mito de la Patria les ha secuestrado sus mentes y sus cuerpos, pese a lo cual se sienten y se creen dueños de sí mismos, de sus pensamientos, de sus gestos y de sus voces en el momento de su tensión pro patria. Por eso, ya fueran patricios o plebeyos, su fanatismo patriótico los convertirá inevitablemente en clientes de la Patria, es decir, de aquellos que ejercen el poder en su nombre.
El patrioterismo es falsamente espontáneo. Permanece ligado a formas exteriorizadas y programadas a condición de ser vistas y difundidas extensamente, pues de lo contrario no brindan rédito a sus autores. Surge de los arrebatos temperamentales o de las emociones elementales antes que del ejercicio del raciocinio. En estos raros casos, suele ser el fruto de inducciones expresas o implícitas de los dueños del poder a través de mecanismos y recursos culturales, educativos o comunicacionales.
Es epidérmico, frívolamente exhibicionista, desbordante, melodramático, jactancioso, exaltado e histérico. Sobre todo, narcisista. Y así como estalla repentinamente, bien pronto desaparece sin que nada pueda arraigarse en él ya que es como las arenas movedizas, o como simples cáscaras que nada encierran, pues sus signos distorsionan los posibles significados.
Es ridículo, patético; a quien lo observa desde afuera le provoca vergüenza ajena. Se queda en el gesto crispado, violento, en el grito destemplado, desmesurado, en el cliché copiado de la cultura audiovisual que adocena las expresiones contestatarias de las masas desde acá hasta la China.
El patrioterismo es la antesala, entre otras desgracias, del chauvinismo, ya que el patriotero no puede retroceder, so riesgo de licuar su imagen de bizarría trabajosamente construida con gestos tremendistas, de los cuales más de uno de sus cultores espera poder comer el día de mañana. En ese instante se produce la máxima tensión posible al interior de las contradicciones inherentes al mito de la Patria: nosotros contra el resto del mundo.
Es demagogo, intolerante, autoritario y excluyente, como aquel que alardea de patriota por poner a la entrada del living de su casa un felpudo con la imagen de la bandera británica, para ser constantemente hollado al entrar y salir, lo cual no afecta en lo más mínimo a Gran Bretaña, pues sólo funciona como señal para terceros cercanos respecto del supuesto gran patriotismo del dueño de casa; pero en realidad sí sirve para algo más: para mostrar la poca monta y la degradada condición de su patriotismo.
Algo similar ocurre con aquel que propone declarar obligatoria y universal la enseñanza y aprendizaje de la lengua mapuche en las escuelas de Argentina; o con los que proponen prohibir la enseñanza-aprendizaje del idioma inglés en la escuela pública por ser la lengua emblemática de los dominadores mundiales; o prohibiendo la difusión audiovisual de la música académica, de rock and roll o de jazz, por representar la avanzada de la penetración cultural imperialista, o por considerarlas elitistas o atentatorias contra el “ser nacional”, el cual se hallaría representado únicamente por el folklore y el tango.
Sentir un nudo en la garganta, una congoja que oprime el pecho, unas lágrimas tibias mojando unas mejillas, será para algunos como un lavado del alma, pudiendo experimentar la sensación de hallarse en conexión con la patria por haberse activado en ellos un cierto sentido o facultad que pudiera llamarse sensibilidad patriótica. Pero cuando estas emociones son reflejos condicionados, causados a repetición por la manipulación o inducción patriotera, se trata en realidad de sensiblería patriótica, correlato habitual del patrioterismo, ya que éste nace y muere en la emoción, a lo sumo en una representación o un mito sintetizador, pero el bien –en este caso un bien recóndito– vale muy poco si se reduce a una idea, una sensación, una emoción, o la pura fe, y no se convierte en acto o en obras positivas, pues esto último es, en definitiva, la esencia del patriotismo, de la solidaridad y el amor patriótico.
El patrioterismo es siempre una desviación, un atajo, una operación de enmascaramiento de la verdad que, en definitiva, no representa los verdaderos intereses de las mayorías sino sólo los de los grupos dirigentes que dicen ser los representantes de aquellas. Esto equivale a una mentira encubierta. Se explica por la acción fomentadora de sus beneficiarios en las sombras, y por la extendida carencia de conciencia política racional en un contexto, y por causa de la crisis de la política, a su vez derivada de las renuencias, renuncios y traiciones de la mayoría de los políticos y otras dirigencias.
Entre nosotros, el patrioterismo es algo cotidiano que harta hasta el infinito, que brega por nuevos fueros, es decir, que tiene una tendencia en alza y un nuevo desenfado y petulancia, como se observa crecientemente tanto en los espacios privados como en los públicos, donde son registrados y difundidos por los Mass Media multiplicando sus efectos docentes (persuasivos, disuasivos, coercitivos y finalmente formativos).
En síntesis, patrioterismo equivale a irracionalidad, a atraso, a no haber aprendido ninguna lección de la historia, es decir, de la historia como devenir. Y sobre todo, a dependencia, pero no de una potencia extranjera, sino de nuestra propia ignorancia.
¿Hasta cuándo seguiremos así?
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