Conocí a los Beatles leyendo Mafalda cuando tendría unos ocho o nueve años. Antes de eso jamás los había escuchado nombrar, pero estaba convencido que si Mafalda los tenía en tanta estima, pues tendrían que ser buenos. Le pregunté a mi papá si tenía algo de ellos y entre sus discos de Sandro y José Luis Perales me consiguió un casette: The Beatles Love Songs, una compilación de todas las románticas. Por un tiempo escuché la cinta sin cesar y luego a falta de material nuevo la abandoné, no era tan fácil en aquellos tiempos conseguir discos y casettes de los Beatles.
Sin embargo siempre tenía la curiosidad de conocer mejor la banda, si pasaban un especial en la tele, lo veía. De cuando en cuando algún amigo me prestaba algo. No sería hasta que empecé la universidad que mi amigo Nelson me prestara los discos de la antología y que coincidió con una reedición de los discos de los Beatles en las tiendas que finalmente me pude familiarizar con el catálogo completo de los «Fab Four».
Por alguna razón, nunca me terminaron de cuajar los trabajos individuales de John, Paul, George y Ringo. Salvo una canción aquí y allá de cada uno, considero que la magia se perdió. Por ello no me llamaba la atención ir a un concierto de ninguno. Pero todo cambió una vez que atajé por casualidad el concierto de McCartney en la Plaza Roja de Moscú, al verlo me dije: Luis algún día tienes que ver a Paul en vivo.
Pues bien, estando en Venezuela era casi un imposible para mí llegar a verlo. Cada vez que hacía gira o no tenía dinero o no tenía vacaciones o ninguna de las dos cosas. Así que estaba absolutamente resignado a nunca verlo hasta que el destino y sus caprichos hizo que me fuera Madrid.
Cuál fue mi sorpresa nomás llegar a España: Paul estaría de gira…en latinoamérica. Sentí que alguien se burlaba de mí, que simplemente no era posible tener tan mala suerte. Así duré meses hasta que el día de mi cumpleaños, que por circunstancias propias del tercermundismo me encontraba atravesando una horrible crisis familiar que me obligó a viajar a Venezuela, la cuenta de twitter de Paul anunciaba nuevas fechas para Europa.
El corazón me dio un salto, inmediatamente busqué las locaciones y los precios de los boletos para saber si podría ir. Y sí, ahí estaba, Milán, por 140 euros podría viajar hasta ahí, ver el concierto y regresar a Madrid. Mi esposa Claudia inmediatamente me dijo que comprara la entrada y no lo pensara mucho. Ni corto ni perezoso lo hice. Eso fue el 12 de octubre del año pasado y el concierto sería el 27 de noviembre.
No le conté a casi nadie que iba a ver a Paul por eso de la envidia y porque en el fondo no creía que eso ocurriría. Pensaba que algo malísimo iba a pasar que me impediría ir al concierto. A medida que se acercaba el día, más nervioso me iba poniendo. Mi adolescente interno se moría de la ilusión y mi cerebro adulto sentía miedo de decepcionarlo. La noche antes de viajar no dormí nada. Pensaba en las mil y una cosas que podían salir mal y en las otras mil que podían salir bien.
Total que llegó el momento de partir, todo fueron nervios, tomar el autobús a las 4 am en Madrid para ir al aeropuerto fue eterno. Lo único que se me hizo rápido fue el avión y porque el sueño pudo más que mi ansiedad. Llegué y me fui directo al Mediolanum Forum, lugar donde sería el concierto.
Hacía mucho frío ese día, los termómetros marcaban 2 grados, la neblina no dejaba ver nada al salir del metro. Cuando finalmente llegué noté que había una gran cola, me asusté por un momento pensando que ya la gente estaría ahí, pero no, se trataba de una convención de animé, probablemente me debí haber dado cuenta antes por la cantidad de Narutos y personajes de Death Note que habían.
Fue llegar y enterarme que debía canjear mi recibo por una entrada física en una taquilla que abriría a las 5 de la tarde, imposibilitándome hacer la cola de la entrada para aprovechar que había llegado casi de primero. Pero los dioses de la música son benevolentes, mientras esperaba que abrieran la taquilla conversé con un italiano que hace de Lennon en una banda tributo, un belga que llevaba a su hijo de quince años a ver Paul, una editora de un blog dedicado a McCartney, un alemán que hablaba en francés y era rumano, unos chicos griegos que venían de Tesalónica a ver por segunda vez a Paul, entre otros.
Cuando se terminó el trauma de las entradas, el Lennon italiano me invitó a meterme en la fila con su grupo para que no quedara tan lejos. Después de la desorganización presenciada con las entradas, no dudé en tomarle la palabra. Ya serían las 6 de la tarde, no había sol y la neblina no dejaba ver más allá de unos pocos metros. Apretujados en el frío y viendo que no abrían las puertas del recinto, no nos quedó de otra que cantar por una hora cuanta canción de los Beatles le viniera a la mente a los que esperábamos.
Ahora sí empezaba a emocionarme en serio, tenía la entrada, estaba casi en la puerta y en cualquier momento nos abrirían. Cuando finalmente dejaron entrar todos corrimos hacia el escenario, logré llegar hasta la baranda de seguridad, frente a mí, los instrumentos que en menos de una hora se usarían para tocar algunas de mis canciones favoritas.
Mientras esperamos un DJ traído por la gira pinchaba covers extraños de los Beatles, desde Paperback Writer en japonés a Michelle en ranchera mexicana. A esta hora, casi las 9, ya las piernas me estaban matando y tenía un hueco en el estómago por falta de comida.
En esas estaba cuando prendieron las pantallas y empezó una animación con momentos importantes de la carrera de Paul, desde la formación de los Beatles hasta sus últimos discos como solista. Ahí me pegó fuerte, esto estaba ocurriendo y ya era indetenible. Como un añadido extra empezó a sonar el nombre de Noel Gallagher, otro de mis artistas favoritos, que estaba sentado en el público a pocos metros de donde me encontraba.
Pero la emoción que había sentido hasta ese momento no fue nada como cuando apagaron las luces y vi salir al escenario a Sir Paul. El corazón lo tenía a mil. A pocos metros de mi estaba uno de los responsables de mis gustos musicales, una leyenda viviente. Cuando empezó a tocar «Hello, Goodbye» no había nada que hacer, estaba empezando el que sería uno de los mejores conciertos a los que he asistido.
Al principio intercaló entre canciones de los Beatles con las suyas. Como ya dije sólo conozco una que otra. Pero cada vez que era el turno de una de los Beatles, me sentía en otro mundo, acá pueden ver el setlist: http://bit.ly/zfsdKY. Las luces, el sonido, los músicos y la presencia de Paul fueron los ingredientes de un gran espectáculo.
El concierto estuvo lleno de detalles casi mágicos, al tocar «Paperback Writer» sacó el bajo con el que grabaron originalmente la canción. En «Blackbird» habló de la lucha por los derechos civiles en EEUU en los sesenta y que lo motivaron a escribirla. Cuando interpretó «Here Today» y habló de su amigo John, se le aguaron los ojos y lo mismo cuando dedicó «Something»a George, tocándola primero en el ukulele.
Al llegar a «Ob-la-di ,Ob-la-da «creo que el foro se venía abajo, la energía que se sentía en el concierto y la alegría eran casi palpables, una multitud cantando al unísono temas que ya son universales. A mi alrededor había gente llorando mientras Paul tocaba en el piano «Let It Be» para luego brincar como locos en su muy roquera «Live and Let Die».
En fin que Paul tocó como un rey, cambió de instrumentos unas 15 veces. Se paseó por su repertorio complaciendo a todos los presentes, tanto los fans de los Beatles como los de su carrera solista y con Wings. Yo personalmente casi morí con «Get Back» y «Helter Skelter». Si bien es cierto que ya su voz no es la misma, su energía en el escenario se mantiene casi igual y en momentos el adolescente que escuchaba acostado en su cama de Maracaibo soñando con haber nacido en otra época, veía al Paul de antaño, cantando que al final el amor que recibes es igual al que das.