para Kelly
Se apagan las luces, en la pantalla se abre un telón que descubre otra pantalla, una que asemeja un cine antiguo, comienza ¿otro ejercicio retro de los que hemos visto en el último año? Nada que ver, Pina 3D es el cine del futuro.
Win Wenders firma su mejor película en mucho tiempo, la obra definitiva del formato 3D. No voy a decir que Wenders «dignifica» el 3D, porque es mentira, es borrar maravillas en 3D del cine comercial como Avatar, Piranha, My Bloody Valentine, Jackass, o la genial Glee. Películas denostadas por la crítica acomplejada y prejuiciosa. Lo que sí es bueno apuntar, es que con Pina el 3D llega a otro nivel.
Durante años el director alemán concibió la posibilidad de hacer un documental sobre Pina Bausch, a la que conoció cuando acababa de estrenar su obra cumbre, Paris-Texas, y por cuyo trabajo desarrolló una enorme admiración. Finalmente, en 2009 concretó con la coreógrafa la realización de una película que mostrara su forma de trabajar y que representara algunas de sus piezas. Pero una semana antes de comenzar el rodaje, a Basuch le fue detectado un cáncer de pulmón, demasiado avanzado para ser tratado. A los pocos días murió y Wenders, por insistencia de los bailarines de la Tanztheater Wuppertal, la compañía que Bausch fundó y dirigió hasta su muerte, accedió a continuar con el proyecto, pero ahora un film muy distinto al que había planeado.
Básicamente, Pina está compuesta de cuatro actos, a saber: Le sacre du Printemps, que muestra a los bailarines en un espacio cubierto de tierra; Kontakthof, donde bailarines jóvenes y ancianos se encuentran en una sala de baile; Café Müller, ya mostrado por Almodóvar en Hable con ella, que transcurre en un escenario rodeado de sillas y con los bailarines con los ojos vendados; y Vollmond, con bailarines bajo la lluvia, frente a una especie de piedra lunar. En el medio, algunos fragmentos de coreografías en la calle, en el monorriel colgante de Berlín, en una plataforma petrolera, en una mina de carbón y, en un segmento final que es un claro homenaje al final de 8 1/2 de Fellini, los bailarines desfilan en un paraje infinito.
Ningún otro cineasta había utilizado el 3D para contar, no una historia, puesto que es una películla carente de narrativa, sino una suerte de poema filmado, la mejor traspolacion que se ha hecho de la danza al cine. Wenders utiliza la cámara para darle profundidad de campo a cada secuencia de baile, haciendo que el espectador se sienta junto a los bailarines, quienes no sólo bailan sino que interpretan sus personajes, cual si se tratara de una obra de teatro. Es un film apasionado y poderoso. Como me dijo una amiga: a mí no me gustaba la danza hasta que vi esta película.
Los grandes temas planteados por Pina Bausch en su obra: la tristeza, la soledad, la pasión, el sexo, el contacto con los elementos de la naturaleza y la ruptura con las convenciones sociales, logran llegar al público gracias a que la cámara se inmiscuye en el escenario colocándonos en un lugar privilegiado, tal vez hasta más cercano que el público que ha podido ver alguna obra de Bausch en vivo. Y cuando digo romper con las convenciones sociales, me refiero al poder de las coreografía de la artista para tratar temas tabú que nos increpan sin necesidad de palabras. Así, una secuencia narra la historia de amor de una mujer y un hipopótamo; mientras que otra nos muestra una apasionada historia de amor gay entre un hombre mayor y un chico (el venezolano Fernando Suels, quién interpreta este segmento usando el tema Luna de Margarita, de Simón Díaz).
Son pocas las cosas que se dicen en la película. Apenas unos segmentos en que los alumnos de Bausch relatan alguna anécdota que nos permiten formarnos alguna idea sobre el carácter de la artista. Pero son sólo esbozos, incluso algunos bailarines -entre ellos el venezolano- no dicen nada, y sólo la recuerdan haciendo algún gesto a la cámara.
La muerte de la coreógrafa está presente durante todo el metraje, los bailarines no ocultan su orfandad, pero nunca lo hacen explícito, prefieren que el trabajo de la artista hable por sí solo. O como dice una de las bailarinas, mientras la vemos flotando sobre una sillas en algún parque público: «yo quise regalarle a ella este momento de levedad, porque sé que ahora ha logrado ser libre».
Así como Scorsese, en Shine a Light, sentía que no había nada que decir sobre los Rolling Stones que no estuviera dicho en sus potentes shows en vivo, Wenders nos muestra que sobre Pina Bausch lo único que puede decirse está ahí, en su pasional y visceral trabajo. Seguramente en otro caso nos aburriríamos por esa aparente falta de profundidad y conflicto, pero en este contexto no hay espacio para eso porque Wenders, luego de sus tropiezos recientes, se reivindica entregándonos 110 minutos poderosos, luminosos y coloridos, probablemente algunos de los mejores que ha filmado en su ya de por si magistral carrera cinematográfica.
En Buena Visa Social Club el director convertía a Compay Segundo, Amara Portuondo, Ibrahim Ferrer, Barbarito Torres, Eliades Ochoa y Manuel Mirabal en un ejemplo de dignidad y resistencia al paso del tiempo. Los cubanos no paraban de hablar, nos contaban sus historias y nos conmovían cuando la dilatada experiencia de sus vidas contrastaba con la juventud de su música, en este documetal (aunque quizás sea más apropiado decir que es una película de no-ficción) las palabras escasean, pero la fuerza es la misma.
Muy buena crítica. La voy a recomendar en Facebook. Un abrazo.
Pana; El de la historia de amor gay no es el venezolano Fernando Suels.