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Carnage: Civilización o Barbarie


Basada en la pieza homónima de Yasmina Reza, “Carnage” pudo ser incluida en la programación paralela del Festival de Teatro de Caracas, para reforzar el contenido de la grilla, reivindicar el valor de la palabra por encima del efecto especial y servir de contraste a la proyección de “Pina 3D”. Por lo demás, ambas propuestas son estimables aunque cada una avanza por derroteros diferentes. Por desgracia, la nueva obra maestra de Polanksi llega a Caracas, de momento, por los caminos verdes.
Por tanto, al espectador le quedará el trabajo de llenar las omisiones de la cartelera y hacer las respectivas comparaciones entre el autor alemán y el realizador polaco.
En efecto, la puesta en escena de la película cuenta con apenas dos locaciones. Un plano general del paisaje de Nueva York, con el telón de fondo de sus rascacielos a la manera de la foto fija del once de septiembre, y el interior de un apartamento donde dos parejas se conocen y discuten a propósito del altercado de sus hijos varones.
La pelea de los chicos la vemos en el encuadre inicial aludido, cuando un niño de once años recibe un palazo en la boca por parte del otro. Corte directo, caemos en la morada de los padres de la supuesta víctima, mientras los representantes del victimario asisten a la cita con cara de circunstancia, pero fingiendo demencia, paciencia y madurez a la hora de comprender el suceso en su debido contexto.
Por la extraña naturaleza del realizador, el ambiente de civilización y recato políticamente correcto, deviene en un auténtico campo de batalla para la exacerbación de los deseos y sentimientos reprimidos del hombre contemporáneo.
Grosso modo, el polémico director se disculpa, justifica y defiende a costillas de los cambios de humor de sus personajes, tras sufrir las persecuciones y condenas morales de las ligas de la decencia por sus líos de faldas del pasado.
Al hombre lo acusan de abusar de una menor de edad después de embriagarla en su morada. Al respecto, existe el documental, “Wanted and Desired”, dedicado a investigar las diversas aristas del caso.
Desde entonces, el fantasma de la culpa recorre la filmografía del creador de “El Escritor Fantasma” y “El Pianista”, quien gusta recrear la fantasía kafkiana de su pesadilla personal a través de sus alter egos de la pantalla grande. De ahí la condición claustrofóbica de sus títulos mayores, antes y luego de su percance con la justicia americana.
Por ejemplo, recuerden la escenografía expresionista, minimalista y laberíntica de “Repulsión”, “Lunas de Hiel” y “La Novena Puerta”. En ellas, a parte de su miedo al encierro, también dibuja su visión goyesca de las relaciones humanas, signadas por los juegos de poder, los traumas colectivos y las crisis del individuo posmoderno. Verbigracia, el artista concibió a “La Muerte y la Doncella” como una catarsis política de proporciones intimistas, alrededor del dilema del torturado convertido en verdugo, en una denuncia del círculo vicioso de la venganza, a diferencia de Quentin Tarantino, empeñado en glorificarla.
Razones de peso obligan al veterano a marcar distancia con la ley del ojo por ojo. Según él, la practicamos a diario, y por consiguiente, nos enfilamos ciegamente hacia el matadero social y darwinista. Tesis expuesta en cuestión de tres horas por la pirotécnica, “Hunger Games”, el tanque millonario de la temporada de primavera.
En cambio, al viejo zorro no le cuesta nada plasmar su enfoque negrísimo de las rivalidades y competencias absurdas en el marco de la arena de la distopía del presente y el futuro.
“Carnage” dura 70 minutos de pura trasgresión y diversión para adultos, gracias a un reparto soberbio, salvo por las exageradas intervenciones de Jodie Foster en el clímax. Del grupo, es de lejos la peor, aunque jamás desentona con el cuadro de caricatura perversa gestada por el caballero de “La Semilla del Diablo”, amante de las interpretaciones grotescas y demenciales.
En el mismo sentido, las contribuciones de Kate Winslet, Christoph Waltz y John C. Reilly, le aportan una hilarante gama de matices al conjunto de las actuaciones, siempre bajo la influencia del texto original.
El resultado es una combinación explosiva, de material inflamable, tendiente a desnudar la mascarada del reinado de las apariencias en el seno de las identidades líquidas del tercer milenio.
Polanksy refleja la hipocresía moral de los bobos en el paraíso, de los bohemios de la filantropía colonial, de los yuppies acomodados, de los abogados del diablo, de los machistas disfrazados, de los mediocres cuarentones conservadores, de los fanáticos de la tecnología, de los empedernidos consumidores de aparatos, de los compradores de esnobismo qualité, de los antropólogos inocentes, de las hermanitas de la caridad, de las mojigatas, de las liberales y de las republicanas inconscientes.
A todos los mete en la licuadora de Buñuel y los sintetiza en una mezcla con el sabor agridulce de “El Discreto encanto de la Burguesía” y “El Ángel Exterminador”. De hecho, una fuerza metafísica impide a los protagonistas abandonar el recinto, y encima, los impele a causarse daño, a romper con sus atavismos, a salir del closet, a beber como cosacos, a insultarse mutuamente, a comportarse como sus hijos en definitiva, con intolerancia y soberbia.
Allí subyace el germen de la violencia, incubado en la introducción. Posible correlato de la caída de las dos torres( como en “Pandillas de Nueva York”) y de la institución de la violencia escolar, amén del arquetipo del “Bully”.
“Carnage” constituye un hervidero social de las pasiones y frustraciones acumuladas en los últimos años, cuyos estragos padecemos a diario, cual tragicomedia de enredo. No en balde, la trama amplifica la realidad bipolar en curso, a imagen y semejanza de nuestra guerra civil no declarada.
En consecuencia, descubro en “Carnage” un espejo de nuestros debates de sordos, entre infantes de izquierda y derecha. Polanski lleva a la dimensión de la familia disfuncional, el melodrama del horror apocalíptico de “Melancolía” y “Festen”. Por fortuna, Roman carece de la solemnidad de sus colegas del Dogma 95, y opta por esgrimir su teoría a punta de situaciones picarescas.
Literalmente, vomita ante el desfile de celulares, carteras, libros decorativos y pertenencias del ciudadano común.
Los Blackberrys incomunican y merecen lanzarse en el agua de un florero lleno de unos tulipanes ridículos, posteriormente destrozados. Igual destino sufren las publicaciones de lujo de la mujer progresista.
La cámara es como una cubeta diseñada para volcar la nausea frente a los cimientos de las comunidades bien pensantes, apegadas al mito de la ilustración y del positivismo.
Así lo certifica el desenlace abierto y perturbador: un roedor extraviado en el jardín de la ciudad, es la metáfora de nuestro corazón salvaje irredimible. No hay escapatoria o conclusión consoladora. La única poesía es la del caos y la del principio de incertidumbre.
Polanski rueda el verdadero crepúsculo de los dioses de la meca, a la altura de una especie de cine de catástrofe en una suerte de domicilio soñado por Woody Allen. Paradójicamente, Roman lo transforma en un entorno gótico, para el hundimiento de la chica de “Titanic”. Sin necesidad de “3D” o de James Cameron, “Carnage” describe el naufragio de una embarcación, donde cabemos todos, incluyendo al propio director.
Si usted cree en la salvación de las almas corrompidas, no se la recomiendo.
Los misántropos y nihilistas pueden pasar con confianza.
Ojalá no la adapten en Caracas con los mata tigres y oportunistas de la farándula criolla.

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