El chavismo se presta a conmemorar el décimo aniversario del once de abril, bajo el esquema binario de costumbre. La oposición hará lo propio dentro de su estructura de pensamiento parcializada, engañosamente abierta y plural. El gobierno derrocha dinero en la producción de películas para reforzar la tesis del «golpe del estado», mientras la barricada contraria ofrece su versión desde la plataforma del libro, donde promete sustentar su teoría del «vacío de poder» desde la perspectiva de un sinnúmero de plumas de diferentes corrientes intelectuales. Nada menos cierto. De lado y lado, escogen un coro monocolor para vender el mismo pote de humo. Ya parece una película repetida condenada a reciclarse cada año, alrededor de la falsa discusión del suceso. Les creeré cuando se reúnan en conjunto, sin distingo de tolda política, para poner sus barbas en remojo y asumir sus responsabilidades compartidas. Ya el cuentico de las víctimas y los victimarios, no me lo creo. Menos el de los documentales de Palacios y compañía. En realidad, el hecho nos lee como país en la actualidad. Los protagonistas siguen siendo iguales de hipócritas y ambivalentes. A unos y otros los caracteriza su doble moral. Los de Carmona Estanga son los descendientes aristocráticos de los militares del 4 de febrero. Todos echaron plomo y ninguno quiere reconocer su culpa. Todavía estoy esperando una disculpa pública de los autores intelectuales del descalabro de la marcha, de los pistoleros de puente Llaguno, de los escritores del decreto, del presidente y de los cazadores de brujas del período. La mascarada de las interpelaciones no fue suficiente. Al cabo de los días, legitimó la acción de ambas partes.
Con todo, soy optimista. Al menos por redes sociales, podemos responder con un enfoque libre y alternativo de lo ocurrido. Es hora de plantear un debate serio acerca del asunto.
El hipertexto del once de abril se construye al margen de líneas editoriales y en directo por la web líquida.