Tarsem Singh pisó fondo con “Los Inmortales”. De aquel descalabro creativo, poco o nada pudo rescatarse. El futuro del director seguía siendo un misterio y un enigma para la industria. Hasta ahora, venía sumando una serie de películas problemáticas para los estudios, donde el éxito de taquilla y el consenso de la crítica, brillaban por su ausencia.
En el pasado reciente fue el niño mimado de la generación dorada de MTV. Luego hizo la transición hacia la meca, como la mayoría de sus colegas. Léase Fincher, Romanek y Jonze. Pero a diferencia de ellos, la fortuna le resultó esquiva al realizador de origen indio en títulos de escasa repercusión histórica como “The Cell” y “The Fall”(su mejor pieza independiente).
Al parecer, la definida personalidad neobarroca del autor no conseguía un vehículo adecuado para proyectarse en la pantalla. Tocaba conformarse con disfrutar de sus brochazos de ingenio pictórico en cada una de sus contribuciones audiovisuales.
En tal sentido, era considerado la antítesis de Night Shyamalan. Irónicamente, los papeles tienden a intercambiarse. Hoy el nombre del responsable de “Señales” perdió prestigio en el seno de la fábrica de ilusiones. Culpa de sus fracasos y fiascos de reciente data.
Al contrario, Tarsem es sinónimo de éxito y reconocimiento ecuménico por el estreno de “Espejito-Espejito”, su consagración estética. Lograda comedia femenina y feminista a reivindicar como la obra maestra del creador del video clip, “Losing My Religion».
La paradoja estriba en la siguiente vuelta de tuerca: “Mirror-Mirror” es un espejo iconoclasta de la rompedora e incomprendida, “La Aldea”, metáfora de la América post once de septiembre, ensimismada en su reino medieval bajo el chantaje de la amenaza fantasma de un terror invisible operado y manipulado por el poder para impedir el desarrollo intelectual de los jóvenes. Pesimista reflexión distópica inspirada en los cuentos de hadas.
De igual modo, “Canino” amplió la tesis aludida para reflejar el encierro paternalista del modelo de la comunidad económica europea. Antecedente directo de la crisis griega y del surgimiento del fenómeno de los indignados ante la decadencia del poder encarnado por una clase dirigente aristocrática. Misma explicación de la emergencia de la primavera árabe (traducida por “Hunger Games”).
Por supuesto, “Mirror-Mirror” no alcanza la dimensión geopolítica de sus mencionados referentes. En efecto, cierra con una conclusión bastante tópica y condescendiente con la aristocracia establecida. Es decir, le corta la cabeza a una reina envilecida para restituir a un monarca supuestamente noble. La típica idea de la conspiración ventilada por la consigna de “todo once, tiene su trece”. Lo expuesto y defendido por la tramposa franquicia de “Shrek”. De hecho, coincide con la tendencia conservadora de “Marte Necesita Mamás”, según la cual, las mujeres no deberían ejercer funciones como jefas de estado. Crítica machista en oposición al matriarcado, vislumbrada en el subtexto de “La Dama de Hierro”. Ahí le discutimos el fondo del guión a “Espejito-Espejito”.
Aun así, el libreto y la factura del film permiten la doble lectura. Por encima, el final trasluce el compromiso de terminar en alto con el retorno del coronado depuesto a su silla presidencial. Entre líneas, percibimos el notable aire de distanciamiento autoconsciente. El subrayado de las letras doradas de “The End”, es evidente en su sarcasmo.
Tarsem describe las luces y sombras de un mundo artificial y kistch, a la escala de un castillo de Walt Disney, a imagen y semejanza del sistema de estrellas. Para ello, Julia Roberts encarna la principal sorpresa de la puesta en escena, al burlarse de su efigie en pleno desgaste.
Ella quiere detener el tiempo, sacar del juego a la pobre “Blanca Nieves”, quedarse con el príncipe azul y perpetuarse en su puesto de tirana del fashion, de dictadora dulce(como la mamá posesiva de la niña de «Tangled»). Su temple es el de un híbrido de “Iron Lady” con la sensibilidad por la moda de la protagonista de “El Diablo Viste de Prada”. Desfila por su palacio con sus trajes risibles, hinchados de afectación, para el regodeo de sus lacayos y secuaces.
A su lado la acompaña Nathan Lane en una variante de sus trabajos para “Liong King” y “La Jaula de las Locas”.
Julia Roberts ofrece una interpretación acertada y lacerante de una egocéntrica reproducción de su estereotipo de diva mimada y consentida, en la tradición de Nicole Kidman para “The Stepford Wives”.
Víctima de las operaciones cosméticas y de la cirugía plástica.
La “Mujer Bonita” supera a sus contendientes por la calidad de los diálogos del argumento. En suma, la película desnuda su envejecimiento semiótico y el definitivo crepúsculo de su aura de Venus del renacimiento. Acaba convertida en la bruja de la fábula moral, derrotada por su reemplazo adolescente con look de Audrey Hepburn en “Desayuno con Diamantes”. Mensaje cifrado y llamado de atención para el status quo de la damas de la actuación, en clave de homenaje al humor negro de Blake Edwards.
“Espejito-Espejito” rinde tributo al canon clásico con el propósito de transgredirlo y deconstruirlo a los ojos de la audiencia posmoderna. Verbigracia, toma el relato de «Snow White» y procede a darle un vuelco de 180 grados. Decisión afortunada aunque transitada. De cualquier modo, funciona la propuesta del desmontaje de la historia original.
En consecuencia, los enanos son una pandilla de “Bandidos del Tiempo” y las exageraciones decorativas sirven para recordar la vigencia de la caricatura de Terry Gilliam. El retrato y la crónica social del contexto de frivolidad, evocan los carnavales de máscaras de “Brazil” al compás de una galería de mártires del corte y la costura.
Al principio, arrancamos con una memorable escena animada de marcada influencia multicultural en dos y tres dimensiones. Los gráficos denotan la herencia de las escuelas asiáticas y de Europa del este.
Posteriormente, asistimos a la recreación de un rutina palaciega, cercana a la mirada cínica de Eisenstein en “Iván el Terrible”. Los segmentos de acción destilan y derrochan sabiduría en el uso del recurso coreográfico.
La heroína desciende del Olimpo y descubre la miseria en carne propia. Cita a pie de página sobre la depresión del tercer milenio. El príncipe azul recibe castigo a diestra y siniestra, imposibilitado de redimir a nadie. Es la chica la encargada de salvar el honor de su familia, de su dinastía, de su prole. Promesa demagógica y mesiánica a debatir.
Sea como sea, el balance de “Mirror-Mirror” es positivo, porque jamás comete el error de caer en el drama, la solemnidad y la cursilería del cliché romántico. Es lo inverso y lo refractario al paradigma impuesto por Hollywood. No en balde, la película se despide con el tono de una musical de Bollywood.
Tarsem retorna a sus raíces y la brinda una lección a sus productores. Danza como Kitano en “Zatoichi” y más allá de “Slumdog Millionaire”. Se desvive por los feos en vez de claudicar frente a los encantos de los galanes. Los siete enanos destacan por encima del Rey, del príncipe azul y de Julia Roberts.
La tristeza nos invade al momento de caer el telón.
“Espejito-Espejito” es un espectáculo de lucidez, de felicidad y de energía desbordante.
Le ronca en la cueva a las “Pinas” y “Artistas” del siglo XXI.
Es una de mis preferidas del 2012.
La goce y la bailé como un enano.
Los invitamos a morder su manzana del pecado culposo.
Pendientes del chiste con la pócima del perrito.
Espejito, espejito: una lectura Facebook, una lectura escueta
Blanca Nieves, ¿en serio? ¿Por qué Blanca Nieves? ¿Por qué dos versiones en cine y otra como sustento de una serie de televisión?
En el caso de la de Tarsem, vale recordar que todo relato cifra los deseos implícitos en su producción como si de una ecuación se tratase:
Primera variable: contraria a la política occidental, no hay interiores ni exteriores propiamente dichos, sino en un sentido casi oblicuo. Sintomático es el caso del pueblo que, en la distancia, apenas se precisa por lo borroso; y cuando es una locación propiamente dicha a duras penas escapa al encuadre. La toma más grandilocuente, de hecho, que vendría a ser la de el castillo sobre el lago, con su puente que conforma el marco de un espejo, sin duda ancla su condición de pura visión interior: un espacio dentro de un espacio dentro de un espacio. Filosofía oriental, cada espacio es un avatar de otro espacio, mera rotación de la rueda del karma. Ni hablar del bosque.
Segunda variable: En línea con la argumentación anterior, un espejo dentro de un espejo que lleva por dentro múltiples espejos, ¿por qué la reina malvada debe proceder con tanto trámite burocrático para hacer valer, digamos, enunciar su deseo? El supuesto interior del palafito es, por lo demás, digno de Facebook -y ya volveremos sobre ello. El supuesto exterior, de madera, remite al HollyWOOD, con su forma de dos «L» perfectamente establecido en contra del BollyWOOD y otros tantos WOODS o bosques.
Tercera variable: La reina que se niega a envejecer secuestra un poder, lo totemiza, animaliza, de ahí el juego con los devenires animales, sobre el cual valdría la pena reparar; fiesta de disfraces con tonos de nonsense, rejuvenecimiento digno de Lovecraft, pócimas con acentos kafkianos; quien no anticipó que el padre era la bestia estaba dormido en una cajita de cristal. En todo caso, todos somos animales hasta que alguien decide permanecer demasiado tiempo en la misma posición, ¿alguien recuerda la batalla naval del principio?
Cuarta variable: Un príncipe con aire hindú al que siempre le roban las ropas y una princesa demasiado parecida a Audrey Hepburn como para aparecer semidesnuda. Enanos que «piratean» desde un servidor, perdón, desde una caverna haciéndose pasar por hackers, perdón, gigantes -de los duendes mineros al data mining- y un cobrador de impuestos que sale cada vez que hay que montar un premio Oscar, perdón, un baile Real.
Quinta variable: Martin Scorcese, perdón, la reina, perdón, Woody Allen, perdón (¿en qué avatar nos miramos?) no puede evitar envejecer y como el propio Walt Disney en su cajita de cristal (complejo criogénico), le resulta inevitable lidiar con una nueva generación, o al menos, con una generación «otra» ¿No era así como se daban los cambios de poder en los viejos reinos feudales, no se trata, a fin de cuentas, de un eje argumental clave en los cuentos de princesas que, también, alguna vez, a través del viejo Walt, permitieron a los americanos heredar a Europa con todo y sus ratones? Audrey, perdón, Blanca Nieves, perdón, el alma, de la mano del príncipe, perdón, Tarsem, -finalmente (in)vestido-, esta vez, leamos bien, veamos bien, esta vez (subversión radical de Érase «una» vez, colocada, por lo demás, al final de la cinta, ¿cinta? ¿todavía?) no muerde la manzana. Ergo: no se trata de que Hollywood asimila la industria de Bollywood, o cualquier otro barrio/bosque; sino todo lo contrario: a la vieja que lucha contra sus ochenta y cuatro años le dan a probar un bocado de su propia manzana; Blanca Nieves, perdón, Audrey, es descendiente de bohemios austríacos y al parecer le luce mejor una coreografía hindú, o una versión boliviana en Youtube. En otras palabras: la versión que se reconoce como tal es siempre más auténtica que la que sólo pervive si solo si se supone original. Sí, hay un sitio más allá del Arco-Iris en que la memética coincide con la reencarnación.
Espejito-espejito… Ho ll y wood, Bo ll y wood y Ve ll y wood y Fra II y wood… ¿alguien dijo leñador?
En cuanto a Facebook… ¿quién no actualiza su avatar mientras envejece un poquito, sólo un poquito más? Tal vez, y solo tal vez, un antiguo clon de Oscar Wilde.