Disney volvió a la animación bidimensional con “La Princesa y el Sapo” en el 2009, tras una serie de incursiones fallidas en el campo de la infografía digital.
Ahora en el 2012, su enemiga británica, Aardman, hace lo propio a consecuencia del desastroso resultado de su cambio de técnica. Dos cintas fallidas atestiguan el período de crisis de la compañía, al intentar competir en los predios de la Pixar: “Flushed Away» y “Arthur Christmas”, dos tropiezos consecutivos de la empresa. Por ello regresan al trabajo con la plastilina en “Piratas”, donde cosecharon premios y batieron al monstruo de Hollywood en su propio terreno.
En efecto, la corporación de Reino Unido alcanza su pico creativo con “Chicken Run” y “Wallace and Gromit: Curse of the Were Rabbit”, un par de obras maestras absolutas. Entonces Aardman intenta con “Piratas” reeditar el éxito de sus largometrajes mimados y consentidos por la crítica. De hecho, “Piratas” la firma el mismo director de la esmerada, “Chicken Run”. Su nombre es Peter Lord, un viejo conocido de la factoría inglesa.
Aun así, “Piratas” dista de ser un título logrado. Fui a la sala con las expectativas en alto y salí con sentimientos encontrados. Por un lado, celebré la oportunidad de disfrutar de los detalles del diseño artesanal del empaque en tres dimensiones. Por el otro, la inflación y el proceso de hinchamiento esteroscópico no acaban de cuajar de forma satisfactoria. Los volúmenes y la profundidad de campo brillan por su ausencia. Puedes verla quitándote los lentes.
En paralelo, solo la mitad de los gags funcionan. Los demás caen en el lugar común, la ingenuidad y si acaso despiertan una sonrisa de soslayo. Chistes kafkianos para adultos se pierden con la audiencia infantil, caso de las referencias irónicas a “El Hombre Elefante”, el mago del suspenso, “Charles Darwin” y “La Reina Victoria” con música de “The Clash”. Yo gozo un imperio escuchando “London Calling” pero a los chicos no les contagia el humor negro de las referencias metalinguísticas de la pieza. Encima, el libreto es un hueso duro de roer. Luce como un argumento flojo de la época digital de Aardman, adaptado al formato del sistema “claymation”, cuadro a cuadro. Los “Piratas” atraviesan y superan conflictos calcados del manual y concebidos en laboratorio.
Los realizadores roban de por aquí y por allá, como bucaneros posmodernos en busca de norte y sentido. Con todo, el barco del film pierde la brújula desde temprano.
En descargo del desequilibrio general, rescatamos a los personajes principales y secundarios: el protagonista y sus lacayos, los héroes y los villanos, los animales y los humanos, quienes integran una verdadera fauna y galería “darwinista” de colección. Los autores revelan las luces y las sombras de su reparto estelar, mientras deconstruyen el género a diestra y siniestra. Dentro y fuera de la tripulación, nadie se salva de la crítica, la caricatura y el desmontaje.
El sello anárquico de Aardman sale finalmente a relucir cuando se trata de desmitificar a los íconos de la historia académica. Verbigracia, los piratas quedan como niños de pecho al lado de las conspiraciones del poder inquisidor operado por la Reina Victoria, la tirana y cazadora de brujas del cuento en su afán por barrer a los piratas de la faz de la tierra.
La película describe su doble moral, aunque la sataniza según el esquema antifeminista de “The Iron Lady”. La idea machista de “las mujeres no nos deberían gobernar”.
De cualquier modo, también reivindicamos el espíritu iconoclasta de revitalizar la consigna de “fuck the Queen”. La reina Victoria dice combatir la plaga de los Piratas. En realidad, se comporta como ellos y trafica con animales exóticos para devorarlos en festines privados de comida gourmet, para el regocijo de su tabla redonda de monarcas y dictadores del mundo. Alusión a las clases dirigentes del pasado y el presente. Tampoco la ciencia se salva del cuestionamiento colectivo. Darwin sufre de complejos, vive de robar descubrimientos ajenos y culmina en una isla de los Galápagos a imagen y semejanza de un “Club Med”.
Por su parte, “Los Piratas” desean ganar una corona en un concurso internacional, a costa de sus latrocinios y saqueos. En dicho espacio geopolítico de espanto y brinco, la amistad termina siendo el único valor por redimir.
Los filibusteros merecen surcar los cuatro mares, en oposición a las contradicciones y regulaciones de la sociedad cortesana y civilizada. A su modo, es una apología de la mutación y de la barbarie como manera de resistir a la aplanadora y a la homogenización de la modernidad.
En consecuencia, “Piratas” funge de mascaron de proa del buque de guerra de la Aardman, a favor de sus principios arcaicos y supuestamente anacrónicos. Nada diferente, por cierto, a la tesis de “El Artista” y “Hugo” en defensa de los primitivos y los pioneros. De ahí la ocasión de apreciar el esfuerzo y el empeño por echar adelante el film. Muy a pesar de sus imperfecciones, la película deja colar una serie de contenidos de contrabando, de interés.
Quizás no le podemos exigir rigor al tratamiento. Los piratas asolaron las playas de Venezuela a sangre y fuego, con el respaldo de sus patentes de corso. Fueron apoyados por los Reyes de Inglaterra, España y Francia.
La película prefiere eludir las asociaciones claras entre la monarquía y la piratería, para concentrarse en el entorno de la era Victoriana, cuando los polos comenzaban a separarse y divorciarse porque la piratería se había legalizado y normalizado a través del comercio.
En Venezuela, la fundación de la Compañía Guipuzcoana es uno de sus efectos. Ya no es negocio mandar a los piratas a nuestras costas. Por consiguiente, la reina Victoria les declara la guerra, como ahora sucede con el asunto de las descargas ilegales.
En resumen, “Piratas” no se mete en honduras y opta por navegar en aguas calmadas y menos tormentosas.
Si les preocupa indagar a fondo la historia real de la piratería, les recomiendo un documental criollo próximo a estrenarse. Tuve el honor de ser su tutor y lo dirigieron, Frank Briceño y Tomás Bello. Se titula, “Hazañas de un Quijote Venezolano” y narra la aventura de Alonso Andrea Ledezma en su enfrentamiento épico con Amyas Preston a su llegada a Caracas.
Posible respuesta al reduccionismo antropológico y a la visión neocolonial de “Piratas”.