Oscuridad plena atenta contra los temores ocultos, que muestran sus dientes afilados como dagas punzantes que se clavan en cada parte del cuerpo infligiendo dolor.
El simple hecho de no conocer los motivos que lastran mi cuerpo pero no permiten cerrar mis ojos, perturba las miradas borrosas debido a la cortina de agua que producen los humores nocturnos.
La ceguera se siente como la plena impotencia arrastrando al cuerpo por un torrente caudaloso, que golpea la cabeza una y otra vez contra miles de rocas que definen el camino acuoso. No importa cuantas veces trate de aferrarme a cualquiera de ellas para detener el descontrolado remolino que me arrastra, no importa como lo haga, mis dedos simplemente no tienen la fuerza suficiente para asirme y detenerme.
El deseado sueño está lejano, se encuentra al final del camino, pero al llegar a él ya no lo podré disfrutar porque habrá amanecido y la rutina debe comenzar de nuevo. Esa rutina que me persigue implacablemente como un águila hambrienta a punto de atrapar a un débil pajarillo en un interminable pasillo, que contiene demasiadas puertas por abrir para escapar. Cada puerta que abro me conecta con otro pasillo más profundo.
El tiempo se ha vuelto un enemigo de cuidado contra el que no puedo luchar. Puedo engañarlo temporalmente, pero reiteradamente retoma el control, devorando los espacios, que desearía almacenar en una jaula para posteriormente liberarlos y disfrutarlos.
El sonido ensordecedor del agua retumbando en los oídos no se detiene, no es posible hallar la tranquilidad deseada. Siento que mi fortaleza se derrite lentamente como estatuas de cera en un pavoroso incendio mientras la mirada perdida se mantiene incólume. Trato de olvidarme a ratos de lo que me sucede pero resulta imposible, el agua no se detiene, las rocas no se acaban, los sonidos no me permiten escuchar, el ciclo continúa.
Trato de mantenerme en un lugar seguro pero no lo logro. Giro y giro cual rata de laboratorio bajo los efectos de una droga experimental, en una mini rueda de feria, cuya velocidad de rotación es controlada por un científico enajenado que no puede parar de pulsar el malévolo botón que controla su subconsciente mientras escribe notas con su mano libre. Cada vez que doy una vuelta y me encuentro con la cara de este individuo, logro ver sus ojos inyectados en sangre mostrando un morboso deseo por el premio deseado.
Escucho voces lejanas que tratan de guiarme pero no las ubico, los sonidos vienen de todos lados, no logro orientarme.
Solo me queda esperar, cerrar los ojos que no pueden ver, dejarme llevar por las voces que me envuelven y aguardar a que todo termine.
Pompeo Paolo Zotti Forgione