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Ésta no es una crítica de Medianoche en París

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Mi primera experiencia universitaria, allá en el lejano año 1.977, fue en la Simón Bolívar. No se cómo será el régimen en estos días; cuando me tocó a mí, existía un primer año básico, común a todas las carreras, y después se decidía el rumbo a seguir en adelante. Ahora bien, en ese básico había una primera elección: se debía escoger entre estudios sociales o estudios de la naturaleza (biología, para decirlo de otra manera). Dado que esa materia no me había simpatizado mucho en bachillerato, me fui por sociales. Esta elección me permitió conocer a varios notables profesores, entre los cuales recuerdo a Dino Garber y al padre Arrieta. Recuerdo una de las primeras clases, con el profesor Garber. Algún alumno quiso lucirse, y utilizó una cita de Selecciones para una intervención. Más vale que no: el profesor lo fulminó con una mirada demoledora, y comentó: «Selecciones es el Buenhogar de la información».

Total, que de un bachillerato algo soso caí en manos de unos profesores críticos y severos, pero brillantes. Una de las cosas que nos inculcaron fue la necesidad de leer, constantemente. Por lo general los trabajos que mandaban ameritaban extensas fornicaciones con los libros de la vasta y amigable biblioteca de la universidad. Me hice asiduo a ese recinto, y pasaba largas horas leyendo, al principio por obligación pero cada vez  más por placer. Miles de libros estaban en los estantes, para quien los quisiera tomar. Al principio mis lecturas fueron desordenadas y dispersas (mi actitud era parecida a la de un niño al que se le diera acceso ilimitado a una juguetería) pero poco a poco fui enfocándome más. Allí conocí a Cortázar, Borges, Sábato, Noguera y muchos otros autores del continente. Todavía recuerdo el olor característico del sitio, y el contacto con la alfombra que recubría el lugar, en donde me sentaba a mis anchas sin que nadie me molestase.

Ese primer año de universidad tuvo sus altibajos, pero como pude lo terminé, y entré en carrera. Escogí Ingeniería de computación, y desde el «go» comencé a llevarme trancazos, tanto que para poder continuar en la universidad tuve que buscar créditos académicos con materias comodín. Una de ellas fue bien interesante: se llamaba «La generación perdida», y confieso que la escogí sin saber de que iba. Feliz ignorancia: esa cátedra me abrió el camino a las letras sajonas y a la génesis de cierto mundo intelectual del siglo XX, pues versaba sobre la élite de intelectuales que hizo vida en París en los años 20 del siglo pasado, bautizados por Gertrude Stein como «a lost generation». El libro de texto , cual otro hubiera podido ser, era «A moveable feast», traducido como «París era una fiesta», de Hemingway.

Escribí este largo prologo para justificar porqué me gustó tanto «Midnight in Paris». Verla fue retroceder en el tiempo hasta ese momento feliz de mi vida, casi que una recreación de la anécdota de la película en tiempo real y adaptada a mi circunstancia. Así como el protagonista de la película encontró una ventana temporal hacia su época favorita, lo mismo me sucedió. Mi conexión con el film es puramente emocional, por lo que no puedo ser objetivo al respecto. He leído críticas de la película que la destrozan, y no puedo decir que estén equivocadas. Pero mi experiencia con ella fue a un nivel afectivo, y en ese terreno no prevalece la razón: cómo me hubiera gustado estar presente en alguna de esas tertulias en donde Hemingway y Picasso discutían de arte, de literatura, de toros o de mujeres, o escuchar una disertación de Dalí sobre algún tema estrambótico y halado de los cabellos. Cuánto daría por pasear en la noche por las calles de París, con una botella de vino debajo del brazo, en compañía de alguno de esos ilustres escritores… sé que es una idealización facilista e infantil, ya que la vida en esos tiempos ha debido ser dura y algunas veces insoportable para ellos, pero de vez en cuando es bueno permitirse un rato de fantasía. Y eso es precisamente lo que me permitió esta película: fantasear con esos héroes de mi juventud y retrotraerme a épocas desprovistas de mayores preocupaciones.  Parafraseando a Sabina, cuando era más joven la vida era fácil, distinta y feliz.

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