Ocho minutos

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En memoria de Boomersindo y Canelita (nuestros primeros hijos)

Lentamente amanece. Lo noto porque el despertador me lo ha advertido por lo menos en cinco ocasiones, y mi esposa ha balbuceado igual cantidad de veces, que me levante y lo apague. Al respecto, tomé la decisión de disponer de otro lapso de 8 minutos, hasta que el militar mañanero me ofrezca la posibilidad de iniciar la rutina o continuar el ciclo de relativo descanso.

Durante ese lapso, muchos pensamientos rebotan en mi cabeza, además de las típicas situaciones matutinas.
– Si me descuido, saldré después de las 6:15 y mi hijo llegará tarde al colegio
– En esta posición no voy a disfrutar los siete minutos que me quedan, ¿Será que me volteo? Bueno, verificaré mi aliento. ¡Madre mía!, ni yo mismo lo soporto, de todas maneras lo haré y colocaré la almohada entre mi esposa y mi persona, para aprovechar el tiempo.
– “BOOMER, cállate de una vez”. Se trata del macho pequinés mezclado con maltés, que ya quiere entrar a la casa, marcando sus uñas contra la puerta cual engendro prehistórico.
– Escucho además, la ambientación del juego de DS de mi hijo, que lo encendió justo cuando el despertador sonó por primera vez este día.
– “Hijo, por favor baja el volumen del juego y vístete”.
– Para colmo, al lado del despertador electrónico se encuentra un pequeño reloj que mi esposa me trajo de su más reciente viaje, y el bendito “tic – tac” que emerge de sus entrañas, se asemeja al canto de una rana platanera (Hypsiboas crepitans según Wikipedia), con complejo de tenor. Obviamente continúo sin conciliar el sueño deseado.
– Giro nuevamente hacia el reloj digital y me quedan 5 minutos para reiniciar la fiesta.
– “Hijo vístete que vamos a llegar tarde”.
– “BOOMER, cállate que todavía no es hora”.
– La luz del día se volvió insoportable, porque entra por todos los rincones posibles.
– ¿Cuántos pases tiene mi hijo durante el trimestre? Bueno, realmente este será el primero y el colegio permite seis. Si llegamos tarde hoy no será tan grave y diré que la cola estaba insoportable debido a un accidente de tránsito.
– Veo el reloj y me quedan 4 minutos. Podría cambiar la alarma y tomarme 10 minutos adicionales, o esperar el recordatorio de los ocho minutos para tomarme ocho más.
– Caramba, pero que frío hace, me arroparé para calentarme un rato. Seguro que con mi esposa me calentaría inmediatamente, pero mejor me quedo tranquilo para que no me regañe.
– “Hijo, apaga el juego y vístete”. “Papá, ya me vestí, solo tengo que colocarme los zapatos y cepillarme”. “Entonces cálzate y cepíllate”. “¿Papá, y tú cuándo te levantarás?, vamos a llegar tarde”. “Tú vístete y cálzate que estoy a punto de levantarme”.
– Ya faltan dos minutos para la próxima alarma, por lo que me concentro para relajarme.
– “BOOMER, te dije que dejes de aullar y golpear la puerta con la perola del agua”. Ese perro siempre me recuerda a los presidiarios protestando por algo.
– Para rematar, mi esposa se voltea y me dice: “Papi, ya amaneció, van a llegar tarde, recuerda comprar el libro que te pedí, verificar el saldo de la cuenta para pagar los regalos, compra pan y tráelo al mediodía, y si vas a almorzar con nosotros, pasa por el Arabito y compra comida para los tres”.
– Un minuto y contando, “tic – tac”, “tic – tac”, “guau guau”, “guau guau”, “papá ya estoy listo”, ¿me preparas un vaso de leche?, mi esposa insiste en nuestra salida para dormir tranquila y BOOMER sigue golpeando la puerta con la perola del agua. Mi cabeza está a punto de explotar y faltando unos veinte segundos para que suene el “Bip Bip Bip Bip”, “Bip Bip Bip Bip”, le coloco el seguro al despertador y me levanto violentamente.

Cual individuo con principio de derrame cerebral, me dirijo a la cocina, le abro la puerta a Boomer, quien tarda unos dos minutos en entrar por temor a que lo castigue, le tengo que rogar a canela (pareja de Boomer) que pase también, mezclo la leche y se la doy a mi hijo, le preparo un sándwich para el colegio, lo coloco con el jugo y el panqué en el bolso, le lleno la botella con agua fresca, me baño en menos de 8 minutos, me rasuro, me peino, me visto, me perfumo, le pido a mi hijo que apague todo y me despido de mi esposa, quien murmura: “Aleluya, por fin podré descansar un rato”.

Son las 6:25, y como cosa rara no consigo mis llaves, por lo que pierdo cinco valiosos minutos buscándolas. Ni corto ni perezoso, mi hijo enciende nuevamente el Nintendo DS para jugar otro poquito.

“Hijo, vámonos de una vez”

Estoy en la calle justo a las 6:30 am y pienso en el bendito pase, en consecuencia, me encomiendo a todos los santos. La vía está relativamente despejada por lo que creo que lo lograré. Durante todo el trayecto le digo a mi hijo que no se preocupe, porque llegaremos a tiempo.

A cinco minutos para las 07:00 am y casi en la entrada del colegio, empieza a llover torrencialmente y mi hijo me dice: “Papá, tómatelo con calma, ya que cuando llueve no dan pases por llegar tarde”.

Pompeo Paolo Zotti Forgione

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