Leo y reviso montones de críticas. Todas hablan de lo mismo, de la delicadeza de la puesta en escena, del renacimiento de la comedia de altura, de la verdadera resurrección de Billy Wilder, de la actuación de Clooney, del perfil irónico de la propuesta de Payne. Sin duda, atributos y defensores no le faltan al creador de “Los Descendientes”.
Por ello, intentaré romper con el consenso alrededor de su película del 2011, para destacar tanto sus valores como defectos. Entre los primeros cabría destacar una muy sutil e imperceptible dirección, cuya virtud radica en pasar casi desapercibida.
El naturalismo y el enfoque documental siguen siendo las grandes armas del realizador para proyectar su mirada cáustica y mordaz sobre el sueño americano, donde anidan tramas surreales y personajes bizarros de galería de los hermanos Coen.
Los teatros del absurdo del autor desnudan y deconstruyen el entramado formal y conceptual del género de la tragedia, apelando al recurso del humor negro a través de diálogos punzantes y situaciones de enredo. Es el caso de sus obras maestras hasta la fecha: la estupenda “Election”, la humanista “About Schmidt” y la divertida “Sideways”, especie de revisión alcohólica y sombría de la fórmula de la “buddy movie”.
“Los Descendientes” podría ser un compendio de lo mejor y lo peor de ellas. Un film desigual donde las partes superan al todo. Por un lado, permanece la buena idea de reescribir los argumentos de la sátira contra el modelo de la familia disfuncional, en la tradición de viajes iniciáticos de corte independiente como “Pequeña Miss Sunshine”.
De manera mimética pero no menos acertada, descubrimos el reencuentro de una fauna de caracteres separados al nacer aunque unidos por la crisis.
Irremediablemente aprenderán a lidiar con sus traumas y diferencias en el camino de la clásica redención impuesta por los estudios a los temas problemáticos del pasado y el presente. Hay suficiente espacio para el lucimiento de la vena iconoclasta de guionistas y productores.
En general, aprovechan la presencia de la estrella de “E.R.” para dedicarle una parodia a sus viejos y trillados dilemas morales de serie de televisión, al borde del quirófano. La edad y las canas del actor le permiten al largometraje practicarle una autopsia y una disección al cuerpo en fase terminal del melodrama y la soap opera.
Una mujer pegada a un tubo es la imagen metafórica de un entorno en vías de decadencia como clase social, discurso audiovisual y contexto geográfico.
Un cierto olor a muerte ronda por las playas del paraíso, así como por las vías obstruidas del relato canónico. La incorrección política le gasta bromas incómodas al arquetipo del zombie, al exponerlo y someterlo al escarnio del primer plano.
El público ríe por no llorar ante el espejo del curioso ritual de despedida de la bella durmiente.
En un giro estratégico, las carcajadas cederán el lugar para la exhibición y justificación del llanto hacia el desenlace, cuando las cenizas de la víctima y la mártir del sistema hospitalario, se arrojen al mar en señal de catarsis y purificación de las almas en pena.
De ahí la condición ambigua del libreto. Al final, el mensaje brinda esperanzas de aliento y descontento para los dos sectores de la audiencia.
Para los liberales, “Los Descendientes” guarda un arsenal de alegorías y códigos cifrados del gusto de los profetas del desastre. Los brechas generacionales evidencian la fractura de la república, mientras el hombre contemporáneo naufraga en una isla diseñada para el regocijo de su utopía de plena libertad y felicidad existencial, a costa de las quimeras del consumo y la administración de los recursos naturales ajenos.
Versión lúgubre y melancólica de la épica colonial de los padres fundadores, quienes luego de conquistar a sangre y fuego, se establecieron para vivir de las rentas en la comodidad del hogar dulce hogar.
Alexander Payne logra radiografiar el costado oscuro de la quimera turística de Hawai construida por los ganadores de la historia, en perjuicio y exclusión de los perdedores, reducidos a la condición de telones de fondo.
Los señores de la mesa redonda traman la conspiración de la venta y explotación de la última joya de la corona, heredada de la expropiación de la riqueza local y autóctona.
El héroe accidental le planta cara a los promotores del remate de la propiedad, como un asunto personal. Decidirá rechazar las ofertas jugosas de los contratistas a concurso, para preservar y devolverle el patrimonio o el legado ecológico a los hijos de la dinastía.
Por desgracia, la conclusión peca de demagógica y falsa, con su forzado alarde de mea culpa. Típico del candidato y del financista del partido demócrata, George Clooney.
En paralelo, fuera de la pantalla gigante, Obama le culmina la hoja de ruta a los republicanos en su cruzada por el medio oriente. Ojalá Irak y Afganistán sufrieran el mismo destino de “Los Descendientes”, sometidas al vil saqueo de sus vastas extensiones de tierra, sal, agua, gas, petróleo y arena.
En tal sentido, la película funge de tapadera populista, condescendiente y kistch. Ni hablar de su ángulo decididamente conservador y militante.
“Los Descendientes” aboga por la restitución del mito del macho alfa, como sostén de los pilares de la democracia y el estado. Sin él, la madre patria luce a la deriva por efecto de su desbarajuste provocado por el relajo de la cultura feminista y adolescente. Parece un cliché gestado en la Villa para el beneficio del comandante.
La esposa monta cachos y es condenada a la pena capital por su infidelidad. Se le castiga como en el cine choronga y se le impide manifestar disenso frente a su tribunal de inquisición. Alexander Payne la prefiere matar callada, lisiada y muda.
Encima recibe los regaños del torquemada de la función. A su vez, un chico insensible cuenta su experiencia como retoño de un círculo vicioso, a merced del alcoholismo del patriarca y de la miseria de la madre.
George Clooney va tomando nota y aprendiendo la lección. El resultado es una reafirmación de lo aparentemente cuestionado. Al menos subyace un dejo de distanciamiento en la manifestación de la parábola, del sermón de la colina.
De cualquier modo, para mi no es suficiente con la alusión de la clausura a “La Marcha de los Pingüinos” en el encuadre estático y cínico del cierre.
Tampoco me agrada el ajuste de cuentas con el enemigo(esbozado como caricatura) y la reducción del primo a un burdo cliché de tiburón de los negocios, con pinta hippie de hermano del “Dude”(Beau Bridges para más señas).
Afortunada la exacerbación de la náusea como respuesta a la fachada de bonanza y alegría del archipiélago.
Me recordó mi accidentada estadía en Los Roques. En Margarita podríamos rodar la secuela de “Los Descendientes”.
En lo personal, considero negativo el balance por la sublimación de la fantasía de poder de la dominación masculina.
Les convendría analizar el adulterio con una gama diferente de matices y colores, al margen del blanco y negro.
“Los Descendientes” colinda con “Babel” y “Biutiful”. Anhela la regeneración del mundo a partir de la reivindicación del caballero responsable, capaz de poner en cintura a sus ovejas descarriadas. Golpe de pecho de Mister George.
Me quedo con el Clooney disparatado de “Crueldad Intolerable”, “O brother, where art thou?” y “Los hombres que miraban fijamente a las cabras” . Era demasiado cool.
El de hoy, con su cara de conmovido y afligido, no me lo banco. Es el de “Syriana”, “Michael Clayton” y “Up in the Air”.
El ciudadano ejemplar de la hipocresía de la meca.
Indiscutible la música acompañada por el tono de alegato picaresco.
Comparte con «El Artista» su visión estereotipada de entrada y salida de la depresión.
Pare de sufrir.