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¿LOS MUERTOS; DESCANSAN EN PAZ?

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¿Los muertos; descansan en paz?

Por: Luis Antonio Ismael Muro Mesones                           Lambayeque- Perú.

Estoy solo; en una eternidad por demostrarme que tengo biografía. Los mayores entendidos o ancianos de los pueblos, explican que alguna vez las personas van alcanzar estar solas; similar a los bebes cuando  no nacen todavía.  Solos una vez en la existencia.

Estoy realmente solo.  La verdad es que no recuerdo casi nada. Tan inesperado como un ensueño que nos invade la conciencia; o como un ocaso en el horizonte.

Y al cavilar concibo que me rasco la cabeza. Tal vez al hacerlo inconscientemente, trato en mis movimientos de encontrar días pegados en mi inconsciencia; pero no hay nada… ¡Nada!  Ni un único recuerdo. O todos los recuerdos juntos y confusos, como una burbuja de jabón que se revienta, volviéndose vacío. O como un diario de vida en el que se rasguea la intimidad; y aparecen unas manos ajenas e insensatas y arrancan las hojas.

La verdad es que el microbús se accidentó en la eternidad de una pista lejana. Tan saturada de kilómetros perdidos. Y al final retorno, de vuelta a la nada; al vacío, que se reafirma sin cesar.

Únicamente yo, en mi afán por encontrar un ruido o un gemido. Es raro el encontrarme así: “tan presente y desorientado”.

No sé lo que me está ocurriendo; puede ser un malamente sueño o una pesadilla. Presiento que aquí en éste sitio hay miles de seres que me miran; sin poder ver sus rostros. Será que se me están desintegrando mis sentidos. No comprendo lo que me pasa.

Me pregunto: ¿en qué pesaba en el fatídico viaje?, puede que en infinidad de cosas, o quizás en el frío de la noche; o en el presente de la pista de asfalto. O ya recogiendo mis pasos de ésta vida. O ya uniéndome a los miles de seres de toda mi existencia, de todas mis reencarnaciones pasadas, que no alcanzó a ver; y sospecho que ellos me miran o serán mis torpes pecados  que ya me acosan. La realidad es que regreso al presente, sin algo de distracción.

Siempre retorno al principio; todo abandonado, solito. Ni un susurro, ni un rozar de hoja seca que el soplo del otoño siempre las lleva. Ni el invierno cobijado por mi saco en mi cuerpo frío. Ni el exiguo calor de un verano seco. ¡¿Qué me estará pasando?!

Tal vez pienso: en lo costoso del pasaje, por destruir una existencia; o en el sencillo del vuelto que en mis manos ahora se corroe. Algo sucede cuando el silencio habla: no hay sonido, ni el vuelo lento callado de la nictálope lechuza; un impulso latente de sumergirse en la nada. A ratos me parece percibir el lánguido llanto de un doliente… ¿será mi pensamiento, que en mi cabeza no hace bullicio; o la inquietud de algún viento vago que pasa?

Pero se me recalca esto: ya no logro recordar el pasado…solamente sé que se dio cuando viajaba, que era invierno…que estaba solo… que los mayores explican… que sé que la soledad llega acompañada de desgracias. Algo me indica que fue un accidente, que no sentí ningún dolor en el cuerpo; pero cuanto desconsuelo en el alma.

¿Y será algún responso que el viento me alcanza, como sollozos de una madre que en su corazón no admite lo acaecido?…es la muerte.

A la muerte siempre la personifican con guadaña sostenida en sus manos, así indican que es; nadie hasta ahora la ha contemplado. Pero los mayores dicen que es así: de puro huesos su cuerpo, vestido de negro u oscuro como todo lo malo. Ha de ser pura superstición, o un mito distante y perdido para algunos.

Me repito, ¿por  qué no puedo acordarme como cualquier cristiano sano; lo que he  frecuentado en mi vida? Aunque sean los ojos afligidos de una mirada. ¡Tanto es mi amnesia!, no advertir ni un punto de mi vida; ni un tic tac de mi pasado.

De hecho, no hubo timón en el microbús; innegable que fue la guadaña…el chofer estaba ebrio…fui irresponsable en subirme, por el apuro…y todo el ambiente estaba pesado, como si estuviera ya de luto…y no hubo luna.

No se escucha ni un ladrar de perro vagabundo, ni el canto de un ave alejada, no hay ni una solitaria nube blanca que se deslice en la negrura del cielo oscuro. Me pregunto: ¿A dónde se han ido las estrellas? ¡¿Dónde estaré?! .  En el micro,  en el cementerio, o es el ataúd; ¿qué estará pasando?, ¿qué será?, ¿por qué este sitio? ¿Por qué  la terquedad de estar aquí?…será que mi cuerpo me enlaza.

Y a ratos me parece, que me cayeran como lluvia las lágrimas, las oraciones, los padres nuestros, las aves marías, la garúa, el dolor, el palpitar de alguien; ha de ser el viento, pienso.  Como que de repente hace frío y da miedo; la soledad. La vasta soledad, como el microbús en la carretera, cuando viajaba para mi casa. ¡¿Por qué no alcancé  mi buen destino?!

Sé que era algo, más que algo era alguien; e imagino que me rasco la cabeza por saber si poseo vida. Y esta vastedad de nuevo, sin cosas, ni un ruido, ni un eco; aunque sea una hormiga. Nada de nada. Se que fue ahí, en la carretera; donde se deformó mi vida, donde cambié mi destino. En el microbús, cuando viajaba, cuando venía, cuando era de noche…cuando no apareció la luna.

Ahora que se me ha detenido el reloj y se me ha modificado eternamente el tiempo. Es chocante sentirme así como ahora me aprecio; algo carne algo tierra o polvo como dice la biblia. Con sentimiento; con corazón, sin latido. Con pensamientos confundidos, sin memoria, sin nombre. Tal vez sea polvo  o arena; o tal vez ni eso sea. Y por qué este sitio, y estas cruces,  y estas flores secas. ¿Por qué estos jardines desolados?, como las tardes solitarias. Hace frío, y la pista se me ha vuelto perpetua; ¿por qué he de penar en este infinito de asfalto?. Los mayores  expresan que hay que echar  rezos, agua bendita; y colocar cruces, donde  han acaecido desgracias.

Las plegarias, los rosarios,  los miles de seres que me miran. La profunda dolencia de alguien; que a veces me alcanza. Un cirio nuevo que se prende. Las estaciones completas que se marchan. Los años. Todo a ratos es un ulular o también a veces el viento que susurra…puede  que esté muerto; me digo.

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