Quizás me esté aprovechando de la polémica —ya para estos días calmada—, pero hoy me monto sin vergüenza en el último vagón de la debacle generada por el video “Caracas: Ciudad de Despedidas”. Antes de que se le olvide a todo el mundo que el video existe, como ocurre con todo lo que aparentemente indigna a la población venezolana en los últimos años. Tenemos memoria selectiva, corta y monotemática.
Éste último vagón es más de fondo que de forma. No voy a hablar del video, ni de sus historias y personajes. No voy a caer en la seductora trampa de descalificar a otros protegido por la impersonalidad —pero nunca anonimato— del internet. Voy a hablar de irse, porque me fui, me despedí, me despido todos los años, y todavía me estoy despidiendo.
Una serie de eventos afortunados e impredecibles me llevaron al exilio voluntario. Digo exilio con toda la connotación heroica que requiere, con todo el peso histórico que llevaron los exilios de nuestros próceres y políticos de antaño. Porque dejar la tierra que te vio nacer es un acto de valentía, pasajera o permanente, pero valentía al fin. Porque separarte de todo lo que te ha hecho lo que eres debería requerir un postgrado en sí mismo. Porque aparte de luchar contra una nueva cultura, principalmente estarás luchando contigo mismo. Parece mentira que llegas a conocer mejor tu sombra cuando son otras luces las que la dibujan.
Irse es asistir a velorios a través de una llamada telefónica, es replantear la topografía de tus sentimientos para acomodar noticias muy buenas y muy malas a horas indecentes, es descubrir que tus pantorrillas no están sólo diseñadas para un freno, un acelerador o el suelo de un autobús. Irse es encontrar consuelo al oír el acento de otro venezolano en la calle, para abordarlo o hacerte el pendejo según tu naturaleza social. Irse es venderles Venezuela a tus amigos nativos como si fuera lo mejor y lo peor del mundo, al mismo tiempo, y viceversa. Porque nunca nos cansamos de hablar de donde venimos. Hasta el más apático tiene que hablar de la apatía que le produce Venezuela. Pero no deja de hablar de ella.
Irse es someter tu paladar a una evolución acelerada para detectar en la oferta local aquellos sabores irreemplazables de tu dieta pre-exilio, también es educarlo en gustos nuevos raros, imprácticos, caros, ahorrativos. Irse es aprender a cazar sofás en función de su ubicación geográfica y tu relación con sus dueños, es perder el pudor a la hora de cobrar lo que le corresponde a los demás en la cuenta grupal. Irse es encontrarte con la existencia de un idioma que no sabías que existía, es descubrir que te gusta el jazz porque al fin saliste de tu zona de confort musical, es hacerte infinitamente atractivo a cualquier contacto casual por vivir en alguna ciudad con buena reputación.
Irse es ser el primero o el último en felicitar a tu amigo por su cumpleaños porque la diferencia horaria no tiene consideración con tu vida social en Venezuela, de la que formas parte activamente a través de redes sociales y aparatos telefónicos. Irse es esperar menos de la gente y esperar más de ti, es conocer realmente quiénes realmente te conocen, es llamar a tu mamá desde el otro lado del planeta para que te explique otra vez como se empanizan las milanesas y cómo hacer para escoger un buen plátano maduro. Irse es entender en carne propia que en el resto del planeta hay estaciones que afectan tu comportamiento, tu vestimenta y tus elecciones alimenticias, es enamorarse de la nieve, es subestimar a la primavera, es burlarse de los veranos, es indiferencia al otoño.
Irse es complicado, es mucho más complicado que tomar un avión y aterrizar donde rija otra constitución diferente. Tan complicado es que mis circunstancias no son siquiera parecidas a las de mi hermano, con el que comparto exilio, y eso que nos separan apenas unos metros. Y hoy no toco este tema para dejar un manual de instrucciones, si no la impresiones que me causan el hablar de irse, sobretodo cuando estoy pensando en volver. De la parte bonita y aleccionadora de ser un emigrante ya hablé hace un tiempo, es tarea para los curiosos o insomnes.
Pana dejeme felicitarlo, y aunque no vi el video, y como dice Segii, yasta bueno ya con el cuento, te felicito portu escrito pues pone la vision de los que de alguna manera u otra escogimos irnos del pais. Lei tambien tu otto escrito y tambien lo senti como mio, por alli lei algo ( de verdad no recuerdo donde) que decia que tanto la desicion dd quedarse o de irse son ambas dificiles, yo no critico a los que se auedan, sus razones tendran y selas respeto, yo decidi irme y cuando pensaba regresar la violencia me hizo repensarlo, no me arrepiento de no haber regresado y cuando he pasado de visita noto la diferencia, ojo digo diferencia, ni mejor ni peor, pero de verdad se nota cuando camino como las evoluviones han sido diferentes… La distancia pega y pega que jode, las llamadas a media noche te cortan el aliento y te hacen sudar frio, las despedidas de los que mueren son tardias y no puedes acompanharlis a descansar… Es jodido tan jodido como quedarse y torear la violencia
Saludos