¡Los presos de La Planta se lo merecen!

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Hay una razón muy simple por la cual los venezolanos permanecemos indiferentes a las constantes y periódicas masacres carcelarias que se dan en nuestros penales: y es que durante años nos han convencido de que los presos se merecen ese trato.

La expresión «un estado dentro del estado», adquiere visos siniestros a la luz de las cárceles. Si hay un sitio en el país donde, de verdad, existe un estado autónomo e independiente es en los recintos penitenciarios. Las cárceles son lugares a los que permenecemos ajenos, en ellos no hay autoridad; los presos desarrollan un sistema de gobierno que el estado respeta de manera reverencial y, sobre todo, temerosa. Una vez leí en un ensayo que el sueño del estado es tener el menor contacto posible con los presos, que las cárceles son sólo el depósito de unos delincuentes y que lo mejor es que estos se las arreglen como puedan. ¿Y cómo pueden? Pues creando una forma autónoma de funcionamiento que, desde luego, es cruel.

Pero lo importante no es la indolencia del estado, sino la indolencia de la sociedad completa. Cuando alguien sugiere humanizar las cárceles (admitiendo tácitamente con esa expresión que las mismas no son humanas sino salvajes), suele respondérsele con una retahila de demagogias varias. La mayoría de ellas acusado a quien lo dice de «defender los Derechos Humanos de los malandros». Tal vez por eso los políticos, de cualquier tendencia, nunca tienen el tema en agenda. Ellos deben ver lúcidamente cómo son tratados en nuestro país esos escasos activistas pro Derechos Humanos que osan decir en televisión que los presos también son personas, también son ciudadanos y merecen ser tratados como ta. Deben advertirlo y prefieren evadir el tema. Dicho de otra manera: proponer la transformación del sistema penitenciario no da votos, no da rating, no genera aplausos y, por tanto, lo mejor es asumir la misma conducta indolente y evasiva de la mayoría. En especial, si se está en campaña.

El estado ha abandonado la razón fundamental de su existencia: proteger la vida de los ciudadanos. Y en ese contexto abogar por la vida e integridad de unas personas encarceladas parece frívolo, y lo parece porque la mayoría siente que quienes allí están son todos delincuentes. Nadie concibe que la mayoría están allí sin haber sido enjuiciados, que muchos lo están más por pendejos que por criminales, y también se ignora que en nuestras cárceles no existe categorización de los presos para separarlos de acuerdo a la gravedad de sus delitos. Es decir, en una celda está el asesino y violador de cinco mujeres y el carajito que se robó una cartera, el secuestrador y el que cometió un accidente. Todos juntos. Y ese es el problema: como las cárceles son depósitos de personas y no centros de rehabilitación, no se concibe la necesidad de separar a los que sí pueden rehabilitarse de los que no, y darles un trato diferente. Como lo dice Luis en su excelente artículo: «todos estamos a un error o una imprudencia de quedar atrapados en el infierno carcelario venezolano.«.

Por ejemplo, hace casi un año se desató en El Rodeo una masacre que fue vista con complacencia por la mayoría: «son malandros», «¿se puede cuidar la vida de aquellos que acabaron con la vida de otros?». No importa que tan antichavista fuera la persona, la mayoría interpretaba como un castigo «justo» lo que pasaba en el penal y aplaudía la desmedida acción del gobierno. Igual pasa ahora con el caso de La Planta. No es que el videito haya distraido a la gente. No. Eso no es cierto. Aún sin el celebérrimo video, la actitud de la gente sería la misma que han tenido: indolencia y una soterrada celebración, un fresquito. Es como si pensaran: bueno, si esta ciudad nos jode a todos, al menos que joda a alguien que lo merezca.

Tal vez haya que advertir algo, como dicen los abogados gringos: prefiero dejar libre a un culpable que encarcelar a un inocente. Las personas no parecen entender que legitimar los abusos policiales -de la GN en este caso- contra los presos es hacerlo contra el resto de la sociedad. El policía que te matraca y te jode se siente a sus anchas gracias a ese pensamiento absurdo que considera que matar a un grupo de presos, o tenerlos viviendo como animales, nos hace más seguros. Y eso es mentira: no importa cuan deshumanizada sea una prisión, ni cuanto plomo eche el gobierno a los presos y a sus familiares, este país NO se hace más seguro por eso. Al contrario, eso sólo agrega más violencia y destrucción al ya casi inexistente tejido social venezolano.

Invito a unas preguntas: ¿siendo que estos años han sido los más brutales en cuanto a masacres carcelarias, estamos más seguros? ¿Nadie se ha dado cuenta de que a medida que las cárceles perdieron su función rehabilitadora nuestras ciudades se han vuelto más peligrosas? ¿La gente no entiende que mientras más sanguinarios sean nuestros cuerpos de seguridad más violentos son los delincuentes y, por tanto, nuestras ciudades? Y, más importante, ¿nadie ve que quienes mueren en las cárceles son los más pendejos, porque pranes como «El Oriente» actúan en complicidad con el estado?

Ojalá la gente pensara en eso, pero creo que no lo hacen. Por eso soy pesimista, no sólo no creo que las cosas vayan a cambiar ahorita, con un gobierno al que claramente no le importa el tema; sino que tampoco pienso que en un futuro las cosas cambien mucho porque, lamento decirlo, pero a la mayoría simplemente el tema no le importa.

Una última cosa, para quienes de celebran estos sucesos, ayer el señor Henry Molina murió producto de los disparos salidos de La Planta. Molina se encontraba en su cuarto, cuando una bala entró por su ventana e impactó en su cabeza. ¿Podremos entender que la seguridad en las cárceles es también la seguridad de quienes viven cerca de ellas, es decir, de zonas residenciales como El Paraiso, Los Teques, Los Valles del Tuy, etc?

4 Comentarios

  1. John, aciertas por todo el medio en el tema. Aún si aceptáramos que la mayoría de los venezolanos les sabe el destino de los que caen presos («porque se lo merecen») y los derechos humanos ajenos, no deja de extrañar que esos mismos no tengan el más mínimo sentido de autopreservación ignorando que cualquiera de ellos podría caer allí. No existe la mínima conciencia de que cuando se reclaman los derechos humanos de alguien (por más asesino que sea) en el fondo se están protegiendo los de uno mismo.

  2. El problema está en que en este parapeto que tenemos de estado en que se nos niegan todos los derechos basados en quién conocemos o qué color usamos, es difícil entender lo de los DDHH de los presos, difícil mas no imposible.

  3. No sé quien fue el que lo dijo, creo que fue un abogado, que las cárceles eran para meterle miedo a la gente para que así no cometieran crímenes, eso fue porque el parlamento británico abrió un debate sobre la situación de los penales a finales del siglo diecinueve.

    Parte de la situación de las cárceles en Venezuela y en muchas partes del mundo es por eso, los gobierno lo ven como una forma de intimidar al pueblo «no te me pongas gracioso porque mira lo que te espera», en especial los gobiernos de «naturaleza democrática» que no se pueden dar el lujo de andar fusilando gente como muchos políticos quisieran hacer para que los dejen robar en paz.

    Es cierto, hay una total indiferencia al tema por parte de la gente común porque «esos son malandros y se lo merecen» como muy bien lo planteas en el artículo, al pensar de esa forma no se dan cuenta que le siguen el juego a los que apuestan a la violencia como medio para el control de la sociedad.

    Muy bueno el artículo.

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