Philip Lord y Chris Miller debutaron juntos como directores en la cinta animada, “Lluvia de Albóndigas”, donde ponían al mundo patas arriba y se burlaban de la cultura consumista de su país de origen, aunque su película contribuía a reforzar el problema denunciado, el de la masificación del gigantismo industrial.
De cualquier modo, una cinta divertida en su género, pero del promedio. Nada hacía prever el resultado de su segundo trabajo como realizadores, bajo el título de “21 Jump Street” o “Comando Especial”. En pocas palabras, se trata de un clásico automático, de una lúcida obra maestra bendecida por la crítica y la taquilla. No es para menos.
La pieza conjuga humor negro, incorrección política, reflexión metalinguística y dureza conceptual de la mano de un reparto de actores inspirados: Jonah Hill, Channing Tatum, Dave Franco, Ice Cube y el cameo sorprendente de Johnny Depp hacia el desenlace. De los mejores chistes guardados para el tercer acto.
Desde el inicio, la comedia estalla en la cara del espectador como una inesperada revisión subversiva de tres filones: la “buddy movie”, el relato de los policías infiltrados en campo enemigo y el film adolescente.
La posmodernidad salvaje y desatada del guión, radica en su visión irónica y paródica de los clichés planteados por el libreto, al punto de dinamitarlos sin clemencia.
El argumento juega a exponer y anunciar el surgimiento de la fórmula, para de inmediato proceder a triturarla. Así ocurre en la secuencia de persecución de autos, con la intención de desmontar el artificio vendido por los blockbuster de Jerry Bruckheimer a través de sus pirotécnicas franquicias.
“Comando Especial” se ríe de “Bad Boys” y del engranaje de “Transformers”. Moteros chocan con camiones de gasolina y no explotan. Al instante, un villano derrapa contra un vehículo de carga de pollos y acontece una deflagración absurda, desproporcionada. No es el único momento afortunado de la historia.
Parte de la responsabilidad recae sobre los hombros del escritor iconoclasta, Michael Bacall, secundario de lujo y amigo personal de Quentin. Lo recordamos por su participación en “Inglourious Basterds” y “Death Prof”.
Por consiguiente, la influencia de Tarantino queda patente en la forma de ilustrar el colapso de las convenciones discursivas de la industria, del mainstream al ruedo independiente.
De hecho, somos testigos de una reproducción bufa de los enfrentamientos a tiros de “Pulp Fiction” y “Reservoir Dogs” en la habitación de un hotel, cuyos personajes caen como fichas de domino entre ráfagas de plomo y litros de sangre gore.
En la puesta en escena, todo funciona por el dominio del recurso de la hipérbole, la exageración y el exceso surrealista. De ahí las comparaciones con las estimadas “Hot Fuzz” y “Not Another Teen Movie” según la óptica alucinada y narcótica de “Pineapple Express”.
El policía de malas pulgas, Ice Cube, invita a los protagonistas a vivir y gozar de sus estereotipos, de regreso a clases. Cada uno desnuda la impostura de su clasificación binaria con miras a superarla y dejarla en evidencia.
El narcotraficante de la charada es un profesor en crisis, acompañado de su alumno aventajado, un chico bohemio con aspiraciones de estudiar en Berkeley, cuna de los movimientos de sedición de los años sesenta y setenta.
Los camellos consumen en sus mansiones de lujo, mientras tocan dudosas baladas románticas y ecológicas con sus guitarras desafinadas.
“Comando Especial” también cumple con la tarea de revelar la inconsistencia de fondo de la generación hipster de “Mi Iría Demasiado” con su inconformismo enlatado y prefabricado.
Al respecto, “21 Jump Street” disecciona la doble moral de la realidad contemporánea de cara al asunto de las drogas. Los padres fuman hierba a escondidas, los uniformados sacan alijos para distribuirlos en fiestas de colegio, los estudiantes experimentan los efectos delante de sus cámaras de internet y los organismos del estado asumen una falsa posición de vigilantes paternalistas, demagógicos.
Por supuesto, los héroes salvan a la patria en el epílogo, logran el cometido de limpiar las calles, al costo de desenmascarar las grietas e incongruencias del sistema para resolver el entuerto de la distribución ilícita de fármacos de diseño.
Antes, los brillantes autores nos sacarán el aire del estómago con el mejor fragmento de la farsa, cuando los panas del alma enfrentan a su Némesis en la escuela, con una sobredosis de la sustancia de moda. Alucinan con helados derretidos, caras de gatos de plástico y cejas devenidas en bigotes.
Yo lloraba y escupía las cotufas al lado de una audiencia orinada en los pantalones.
Perfecta síntesis del mumblecore con las vanguardias emergentes de la tecnología casera. Es una broma macabra del gusto endemoniado de los cortos de youtube.
Después, Jonah Hill se confiesa en el púlpito del “Corean Jesus” y se consagra como un coloso de su tiempo, desplazando a sus competidores directos. Es el monstruo del semillero de “Superbad”.
Ice Cube demuestra por qué es un duro, un genio y un tipo harto cool.
Channing Tatum se redime como bufón de la corte mutante, luego de encarnar a una serie de galanes para olvido.
Los créditos descienden y los directores disparan su último cartucho envenenado. Acusamos recibo de un segmento experimental con material de archivo, imágenes psicotrópicas y montajes psicodélicos. El “Corean Jesus” resucita para guiñarnos el ojo. Anticipamos la secuela.
Por lo pronto, la función cierra por lo alto y con un mensaje fascinante: el cine merece ser el terreno abonado para la proyección del inconsciente reprimido y aflorado por los estimulantes del pasado, el presente y el futuro. Es el séptimo arte como estupefaciente de catarsis. Estoy limpio y soy un tipo sano, hasta conservador.
Pero “Comando Especial” me rememora la extraña odisea de antiguos viajes en ácido.
Bienvenidos al “bad trip” del siglo XXI.
Fija en mi lista del 2012 por encima de las flojas adversarias de la temporada.
Criminal.