Vamos a comentar de una vez la película del niño con la pandereta, el papá fallecido en el atentado contra las dos torres, la madre abnegada pero incomunicada con su hijo especial y el abuelo sobreviviente del holocausto aunque enmudecido por las recomendaciones aquellas de Adorno. Después de la segunda guerra y los campos de concentración, se acabó la poesía y lo mejor es guardar silencio por los pecados cometidos en el pasado.
Sin embargo, el director de la pieza, Stephen Daldry, no es hombre de pocas palabras o de hacerse «El Artista» como Michel Hazanavicius. Al contrario, le gusta apelar al recurso opuesto al minimalismo. Saturar la pantalla con planos retóricos, piruetas grandilocuentes, escenas de llanto, golpes de pecho y sentimientos encontrados, elevados a la enésima potencia.
En su caso, la explotación de la inteligencia emocional y la pornografía de las miserias costumbristas, encuentran una traducción lógica en imágenes explícitas, edulcoradas y kistch, del agrado de la academia. En Venezuela competiría con Leonardo Padrón.
Los viejos del Óscar confunden profundidad y compromiso social con bodrios como “Tan fuerte, tan cerca”, una cinta manipuladora, contradictoria, oportunista, falsamente esperanzadora, populista y tramposa, desde el principio hasta el final, donde el chico de la fábula neorrealista de la Gran Manzana, descubre un camino de curación para su crisis individual y colectiva, después de buscarle una explicación a un señuelo heredado de su padre.
Así de simple es el catálogo de problemas y soluciones aportadas por el film del realizador de “Las Horas”, anterior tragedia del mismo bodoque. Con la señora del postizo en la nariz. Hace un anticine para fanáticos de las series horrendas e interminables de la televisión por cable. Novelas de dos horas con moraleja hipócrita y puritana de por medio.
Al once de septiembre no lo vamos a conjurar con hechos y obras concretas, sino con promesas demagógicas vertidas y proyectadas en una cortina de humo blanco.
El enfoque entonces del guión es el favorito del Hollywood republicano y conservador en tiempos de conflicto bélico y amenaza extranjera: el de las pobres víctimas de la catástrofe terrorista, exentas de culpas y remordimientos políticos.
“Tan fuerte, tan cerca” vacía en cuestión de minutos, cualquier discusión seria alrededor del origen y las consecuencias del lamentable suceso de la caída del “World Trade Center”.
Le limpia las manos al estado y a la inoperancia del entramado público y privado, para paliar la depresión y el trauma posterior a la debacle. Típico de la visión reduccionista y conformista de la meca, empeñada en cargar sobre los hombros del ciudadano común, los efectos y las secuelas de los desastres creados por el entorno general comandado por el gobierno.
Mandan a los jóvenes para Bagdad y luego cuando retornan a casa, nadie quiere asumir las obligaciones por sus múltiples complejos y trastornos. Una siniestra película como “The Warrior”, les recomendará: arreglen sus rollos en casa a punta de patadas. La falla no es de nosotros. El germen del mal radica en su papá y en su familia disfuncional.
A Memo y Alejandro les fascina brindar una respuesta similar. El hundimiento de Barcelona es producto de la corrupción de los homosexuales, de los chinos, de las madres drogadictas. Zapatero y Rajoy pueden dormir en paz. Igual Obama con el cuento de “Extremely loud and extremely close”.
Por ello, no me banco el mensaje de “El Chico que Miente”, “Un Te en la Habana”, “Hora Menos” y compañía. Aniquilan la denuncia, le salvan la patria al poder y le achacan el muerto al personaje de a pie, indefenso.
¿Los banqueros robaron Wall Street en el 2008 y sumieron a la economía en el pantano con el consentimiento de los burócratas envilecidos?
Hallemos la forma de olvidar a los ladrones y de extrapolar el trance del ámbito financiero al mundo de los suburbios de la clase media. Desviemos la atención y concentrémonos en el lado más débil de la cadena. Los peces pequeños se lo merecen por cándidos.
Surge el caldo de cultivo para la emergencia de propuestas “concienciadas” y etnocéntricas como “Tan fuerte, tan cerca”, protagonizadas y patrocinadas por el star system.
Cobran millones por ponerse los zapatos de los héroes anónimos nacidos al calor de las cenizas de la debacle de Nueva York. No es el único defecto de su juego de artificio.
Grosso modo, “Extremely loud and extremely close” narra una versión posmoderna y “new age” de la historia de “Hugo”, encarnada por un infante con síndrome de asperger. Es el reflejo del autismo de su generación, de su nación perdida, nos sugiere el libreto literal y redundante.
Tom Hanks es su progenitor y Sandra Bullock su mamá de folletín italiano. Bin Laden asesina al caballero de “Forrest Gump” y su retoño queda a merced del decorado en ruinas. Consigue una llavecita por casualidad y reconstruirá con ella el sentido de su existencia, de su vida y el de su hogar dulce hogar en cenizas.
Abrirá la puerta de su corazón a los demás, a los miembros del crisol de razas, a la tolerancia étnica, a los negros, a los necesitados.
Se reconciliará con el globo y con la doña de “The Blind Side”, durante el trayecto predecible.
Destrabaremos la cerradura del incierto futuro, entre postales de la capital de los rascacielos y viñetas de la felicidad en la periferia. La estética de la publicidad se tragará el menor atisbo de incorrección, inconformidad y descontento.
El ave fénix volverá a resucitar en la zona cero.
En paralelo, las sombras del once de septiembre continúan preocupando a los verdaderos estudiosos de la materia. Es el derecho a replica de los alternativos.
“Tan fuerte, tan cerca” constituye un vehículo de la censura.
El afiche, con las manos tapándose la boca, le calza a la perfección.
Prefiero la dureza y la sequedad expresiva de “Flight 93”.