La Bella y La Bestia 3D: La Domesticación del Monstruo

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Dedicado a Jose Urriola y Gonzalo Jiménez por enseñarme a estudiar el género.

La imagen de la película original es bella, con sus imperfecciones. Pero al verla en 3D, parece una bestia en esteroides, maquillada con colores y tonos exagerados.
Los defectos del dibujo en dos dimensiones se amplían y las proporciones de la cinta de los noventa se pierden. Ya de por sí había profundidad de campo en la “obra maestra” del estudio, gracias a la adaptación del canon formal de la cámara multiplano, diseñada por el viejo Walt.
Ahora la técnica estereoscópica transgrede el meticuloso trabajo artesanal de los caricaturistas de la factoría, para adaptarlo a la fuerza al filtro del cine de moda. Es como ponerle una camisa talla XL a un niño.
El resultado luce incómodo a la vista, sobre todo para quienes conocen al detalle el film de animación firmado por Gary Trousdale y Kirk Wise, quienes retornaron a la cima de la academia al Ratón Mickey.
Compro mi entrada, recibo los lentes de aumento y soy testigo de un acto de sadomasoquismo o de autoflagelación visual, producido por la misma compañía contra una de sus niñas mimadas, con el exclusivo fin de volver a ordeñarle la ubre del éxito económico en la taquilla del 2012, a costa del boom publicitario del simulacro en boga.
Con mis dos lupas en los ojos, comienzo a descubrir fallas y carencias en el acabado de la cinta fundacional.
En cada cambio de plano, detecto problemas de continuidad y encadenamiento de las pinceladas, atenuadas quizás en el pasado por la distancia, la velocidad y la natural ingenuidad de mi mirada.
En cualquier caso, la protagonista muta y se transforma durante la evolución del metraje, de manera radical. Así, la bella deviene en bestia mientras se le achican los labios, le crecen los cachetes o le dilatan las pupilas.
Estoy a punto de abandonar la sala, cual morador intimidado por las sombras del castillo del príncipe maldito. Decido aguantar el golpe y el chaparrón como el Alex de Large de “La Naranja Mecánica”, como el conejillo de indias del experimento Ludovico del multimedio del Pato Donald.
Al final, el esfuerzo vale la pena. Descubro en pantalla una película distinta, donde mis recuerdos de la juventud adquieren el tinte de una pesadilla distópica.
Hago la lectura inversa y contraria a la del visionado anterior del largo. Contemplo una batalla a muerte entre dos estilos, dos sistemas, dos estándares, dos modos de comprender la industria.
Bella encarna el patrón kistch, conservador, clásico, cándido, políticamente correcto, maternal y casamentero de la fábrica de sueños. Ilustra el ADN corporativo de un conglomerado dedicado por entero a la explotación del dólar familiar, a través mercancías, parques temáticos y demás artículos de consumo.
Ella es la típica novia del sueño americano. La Blanca Nieves del bosque encantado, fascinada de servir de por vida a su amo y señor del templo. En busca de la redención por medio del afecto de un hombre. La punta de lanza de la guerra fría, no declarada, a la independencia del feminismo posmoderno.
Por su lado, la Bestia es la antítesis del caso anterior. Su perfil es el ejemplo mayor de la proyección vanguardista amparada y deglutida por los herederos de “Fantasía”, “Destino” y “Dumbo”.
Despliega su enorme melancolía y tristeza romántica por los pasillos y grutas de un esplendoroso laberinto de la soledad, inspirado en “Drácula”, “Nosferatu” y la versión expresionista de la historia homónima, según el toque sofisticado y arrebatado de Jean Cocteau en 1946.
Contemplo un alegato de terror en tributo a Murnau, Browning, Whale, el pánico de la Universal, el manierismo de la Hammer y los tormentos existenciales de Lon Chaney Jr en el “Hombre Lobo”.
De hecho, el desenlace con las antorchas y la cacería de brujas del antihéroe, evoca la dureza conceptual del “Frankestein” de Boris Karloff. Denuncia a la intolerancia de la sociedad del bienestar ante cualquier amenaza extranjera, la diferencia, la alteridad, la intelectualidad y la fuente del saber.
El fuego y la hoguera avivan la memoria de los nazis quemando libros y de los torquemadas de aquella época. El diagnóstico del subtexto fue acertado, por anticipar las listas negras, las persecuciones y los dilemas binarios del futuro, al calor del once de septiembre.
Ciertamente, la Bella comete sacrilegio al preferir al feo por encima del guapo cazador materialista y egocéntrico del villano de la partida. Lastimosamente, el relato concluye con un mensaje de doble moral.
Primero, aboga por defender el valor de la riqueza interior, en lugar de apostarle a la superficie. Mira la esencia y no las apariencias, reclama el estuche del argumento a la usanza de una balada de Andrea Echeverri con “Los Aterciopelados”. Consigna posteriormente instrumentalizada por los concurso del ramo, como bandera falsa e hipócrita. No olviden el Miss Venezuela.
La traición viene después. La Bella no se amolda al físico de la Bestia, sino al revés. Idéntico al discurso de “La Princesa y el Sapo”. El beso rompe el hechizo y el ogro se convierte en un Ken de paquete, en un muñeco de torta de la prensa del corazón, en un chico lindo de raza caucásica y aria. De ahí la irrupción iconoclasta de “Sherk”, a objeto de proponer la teoría opuesta. La Bella renace en el contacto con la Bestia del pantano. Orgullosa exhibe su identidad verde, alienígena, marciana, alternativa. Aunque tampoco es una leyenda con “happy ending”.
Dreamworks banaliza el fondo de la respuesta irreverente, al utilizarla como anzuelo demagógico para atraer a una audiencia cautiva, desatendida por las anticuadas majors de Hollywood. Pixar sufrirá un inconveniente similar. Promete y ofrece resistencia al precio de claudicar y aliarse con su competencia, para conservar su hegemonía en el box office. Saldo inmediato: el fracaso de “Cars 2” en las antípodas de “Wall-E”.
Salvando las distancias, “La Bella y la Bestia” narra una fábula de corte análogo. La del triunfo del musical de Las Vegas y Broadway, frente a las narices de los creadores de “Pinocho” y “La Sirenita”. La victoria del caramelo y el melindre, para derrotar a la disidencia del guardián de las letras.
Ellos terminan bailando y no precisamente en la biblioteca. Las gárgolas viran en estatuas blancas de ascendencia neobarroca, tipo arquitectura de narcotraficante colombiano o bolivariano. Irónicamente, el proceso de limpieza e integración del apocalíptico, del rebelde, resulta aun más espantoso.
Es una lección de autoayuda, un epílogo del gusto de Osmel. Eugenismo puro.
La venta de una paz, de una felicidad y de una homogenización por simple compromiso y arbitrariedad reaccionaria.
Evidencia de las estrictas políticas laborales de la empresa.
O corres o te encaramas.
La dictadura del mainstream.

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