En los estudios proyectivos de personalidad, esos que hacen los psicólogos usando test como el de las manchas de Rorscharch, se pueden detectar elementos de algo llamado inflación yoica. Este término técnico de la psicología dinámica, que en psicoterapia gestalt se aproxima a la noción de egotismo, se refiere al intento por querer parecer más de lo que uno siente que es (o sabe). Pretensión, tener ínfulas o, simplemente, dárselas de sobra’o serían los equivalentes coloquiales de esas características que denotan la presencia de la inflación yoica.
Los psicoanalistas colocarían dichos atributos en lo que denominan el eje narcisista pues, a fin de cuentas, de lo que se trata es de preservar una imagen positiva difícil de creer para el propio individuo. Así pues, no importan muchos los rasgos objetivos (que sea inteligente o atractivo, por ejemplo); el asunto es que la persona se siente menos y, en un intento por proteger su propia valía, hace cosas para demostrar(se) lo mucho que sabe, lo mucho que vale, lo interesante que puede llegar a ser, etcétera.
Tengo un colega que dice “mientras tenga con qué, no importa”. Sabio comentario, a mi entender, si tomamos en cuenta que alguien instruido, informado y con talento, puede ser la delicia de su audiencia. Cuando la persona carece de ingenio el resultado es vacío, arrogante y molesto, como el zancudo danzando cerca de nuestra oreja en medio de una noche calurosa.
Los interesados en experimentar esta sensación pueden leer el más reciente artículo de Roberto Simancas, El Poder Gay. Sabrán a lo que me refiero. Yo debo comenzar diciendo que lo leí por encimita la primera vez, sin determinar cuál era el objetivo del texto. Puede decirse que me perdí en su pomposidad, dejando de percibir que pretende ratificar una visión homofóbica, machista, racista y xenófoba de cómo debería ser el mundo.
RS: “…finaliza con la cogedera de culo con que comienza el día el maracucho, prototipo que en un porcentaje elevadísimo es gay; por algo sus mujeres no les queda más remedio que aceptar ser llevadas a la cama por el negro colombiano que por esta tierra ha llegado”.
Lo que si noté de inmediato es lo desinformado que se encuentra el amigo respecto a la sexualidad en general, y la identidad gay en particular; cómo de cabo a rabo el artículo está plagado de nociones erradas y anacrónicas.
RS: “Si bien hormonalmente el ser humano es bisexual…”
Salvo en una lectura malaza de los textos de Freud, este enunciado carece de cualquier sentido en la actualidad. La sexualidad es un fenómeno estructurado por muchos factores y las hormonas, hasta donde se sabe, son las menos implicadas en la orientación sexual. De manera que Roberto está pela’o; eso de que “con el paso del tiempo las progesteronas y las testosteronas se nos inviertan” es una fantasía carente de asidero en la realidad.
RS: “la pregunta de entrada sería ¿Se es gay por biología o cultura?”
Es difícil que esa sea la pregunta de entrada, si lo que quiere es conocer más de la atracción sexual entre hombres. La palabra gay aparece a finales del siglo XIX y en la actualidad se refiere a algo muy específico, a la identidad sexual estructurada alrededor de la atracción homosexual. Es decir, todos los gays son homosexuales, pero no todos los homosexuales se identifican como gays.
A riesgo de parecer (aún más) pesado, me voy a permitir un poco de erudicción con la siguiente aclaratoria:
Si bien podría decirse, con todo lo inapropiada que puede llegar a ser la expresión, que la atracción sexual entre personas del mismo sexo existe desde que el mundo es mundo, no por ello debería pensarse que con ello se está aludiendo, siempre, a un mismo y único fenómeno. Puede que allí esté Safo, cantando a la intimidad entre mujeres, o Sócrates, admirando la belleza de Alcibíades, junto a tantos otros personajes de la historia que parecen conducirse de manera similar. Sin embargo, no porque en éstos se evidencie la atracción de la cual se habla, podría decirse, aún cuando así lo pretendan algunos, que Safo, para seguir con los ejemplos, era lesbiana o Sócrates gay.
Como lo recuerda Foucault, en una entrevista recogida en el libro Homosexualidad: Literatura y Política:
«En este tipo de análisis es importante conocer la forma en que las personas conciben su propia sexualidad. El comportamiento sexual no es, como se ha supuesto con demasiada frecuencia, una superposición de deseos derivados de instintos naturales, de un lado, y de normas permisivas o restrictivas que nos dicen lo que debemos hacer o no hacer, de otro. El comportamiento sexual es algo más. Es también la conciencia que uno tiene de lo que está haciendo, de lo que hace con la experiencia, y también el valor que le atribuye» (pag. 17 de edición de Alianza).
Para decirlo en otras palabras, cada momento de la historia y de la cultura tiene su modo peculiar de comprender su experiencia; cada uno de ellos supone distintas “codificaciones” de los fenómenos. Ante este hecho es importante, entonces, ubicar cómo es construida la sexualidad desde cada uno de esos lugares.
RS: “se está pasando de una modelo machista a un modelo afeminado de manera acelerada”.
Eso es lo que pasa cuando se habla desde la tapa de la barriga, y sin ningún tipo de fundamento. La orientación sexual (homo/hetero/bi) y el género (masculino/femenino/andrógino) se ubican en dos dimensiones distintas. Volviendo a las aclaratorias, hay gays afeminados pero lo «normal» para usar el lenguaje estadístico que tanto aprecia Roberto es el gay viril e hipermasculino. Además, hay heterosexuales que son amanerados y que no por eso son gays, ni siquiera homosexuales.
RS: “El gay es estadísticamente gay por cultura, no por biología”.
Habrá que preguntarle al autor a qué se refiere con eso de «estadísticamente». En todo caso, y para su pesar, por implicación está diciendo que se es heterosexual por cultura y no por biología. Y lo peor, para el pobre Roberto, es que tiene razón: la palabra heterosexualidad se inventó como complemento de la palabra homosexualidad. Antes del siglo XIX nadie se pensaba como heterosexual. De hecho, aún hoy en día casi nadie lo hace, y por eso surge la escena divertida cuando ante la pregunta “¿qué opina usted de la heterosexualidad?” la mayoría de quienes padecen de homofobia dicen “no me parece, es algo que no debería ser”, al confundir ‘heterosexualidad’ con ‘homosexualidad’.
Este tema es interesantísimo y, al respecto, puedo recomendar un texto clásico y uno recién salido de imprenta. El primero llamado La Invención de la Heterosexualidad, de Jonathan Katz y el segundo Hetero: la Sorprendentemente Corta Historia de la Heterosexualidad, de Hanne Black (Espero que Roberto, tan ilustrado él, sepa inglés).
A fin de cuentas, estamos frente a un macho herido que siente que pierde privilegios porque se respetan los derechos humanos y civiles de un grupo – el de los gays – que ha estado bajo la opresión heterosexista con la que se identifica el aludido. Lo interesante es que su visión es tan sesgada que, incapaz de ver el bosque, cree que terminará siendo oprimido de vuelta.
RS: «En síntesis, al son que se va cuidado si no se tendrá dentro de poco naciones jefaturadas por locas».