ace algún tiempo, comentaba en mis cuentas de redes sociales que a los venezolanos nos debían estar poniendo alguna especie de droga en el agua que consumimos, un cóctel en el que se mezclan altas dosis de Lexotanil con Rivotril y Tafill, porque de otra forma es difícil explicar la pasividad y la falta de reacción con las que tomamos todas las cosas que suceden en nuestro país a diario. Estamos en un estado de letargo del cual pareciera que nada nos puede sacar. Acontecen gravísimos hechos y, sin embargo, no pasa nada.
Es así como podemos enumerar: Hay presos políticos como la Jueza María Afiuni a quien encarcelaron por dictar una sentencia que no complació al régimen y a quien a diario se le violan sus derechos humanos, llegando a poner en grave riesgo su vida al no permitírsele el acceso a revisiones médicas por las cuales han tenido que protestar ella y su familia hasta ser atendida y, próximamente, operada. Y no pasa nada.
Como los diputados elegidos por el voto popular Biagio Pirieli y José Sánchez “Mazuco” a quienes, violentando la constitución y la inmunidad parlamentaria, no se les permitió asumir sus curules en la Asamblea Nacional, irrespetando así la decisión de miles de venezolanos que votamos por ellos. Es decir, ante un régimen autoritario, de nada sirve que los ciudadanos expresemos nuestra voluntad a través del voto. Se burlan impunemente de quienes hemos ido religiosamente a votar y descaradamente nos hacen entender que nuestra opinión les resbala. Y no pasa nada.
Miles de personas han quedado desempleadas por arbitrariedades del régimen como los expulsados de PDVSA, los empleados bancarios de las instituciones que han sido intervenidas y estatizadas por el gobierno, trabajadores de las fábricas, industrias y empresas expropiadas y de los medios de comunicación cerrados. Muchos incluso sin siquiera poder cobrar su última quincena y mucho menos sus liquidaciones y prestaciones. Y no pasa nada.
Aún hay estados del país que sufren los rigores de la ineficiencia en el servicio eléctrico con apagones de hasta medio día y durante la época de mayor racionamiento del servicio muchas personas perdieron sus electrodomésticos por las subidas violentas de la corriente eléctrica y, resignadamente, fueron a comprarlos de nuevo. En la última década la inversión en la industria eléctrica ha sido nula. Y no pasa nada.
Hay una grave escasez de alimentos que nos obliga a hacer turismo de supermercados, abastos y tarantines para poder medio completar la compra de los productos básicos de nuestra dieta como azúcar, leche, aceite, harina de trigo, entre otros, por no señalar pañales, toallas sanitarias, papel higiénico, carne, pollo, atún enlatado al natural. Productos por los que en muchas ocasiones nos vemos obligados a pagar hasta tres veces su valor si queremos incluirlos en nuestra alimentación, y no pasa nada.
Grandes extensiones de tierras y haciendas en plena producción expropiadas sin que se les permitiera a sus propietarios el más mínimo derecho a pataleo y sin que se les indemnizara por las propiedades arrebatadas, con la constante amenaza de que estos desaguisados continuarán en el tiempo. Y no pasa nada.
Miles de muertos mensualmente en Venezuela a manos de la delincuencia, un país donde la vida tiene el valor de un par de zapatos o un teléfono móvil. Y no pasa nada.
Los registros y notarías en manos de cubanos, humillando y haciendo sentir a los empleados y a los usuarios venezolanos como ciudadanos de quinta categoría. Y no pasa nada.
Una descarada y galopante corrupción a todos los niveles e instancias gubernamentales, de la cual parecen ufanarse quienes de la noche a la mañana exhiben impúdicamente camionetas que “no crecen más” y viviendas que hacen palidecer las mansiones de las series Falcon Crest y Dinastya. Gente que hasta hace unos pocos años andaba en carrito por puesto, sin trabajo fijo y viviendo alquilados o arrimados en casa de familiares y que ahora ostentan cuentas de miles de millones de bolívares y hasta en dólares en el exterior. Y no pasa nada.
Miles de toneladas de alimentos podridos por incapacidad, corrupción e indolencia del gobierno encargado de importar esos alimentos. Y no pasa nada.
Un ciudadano como Franklin Brito se declara en huelga de hambre para reclamar justicia y muere en su lucha sin llegar a ver satisfechos sus reclamos ante la mirada impávida de un país que contempló inerme como se extinguió la vida del agricultor. Y no pasa nada.
Miles de valiosos venezolanos se han visto obligados a dejar el país bien sea por razones políticas, económicas, laborales, de inseguridad personal y jurídica o, simplemente, buscando calidad de vida y un mejor futuro para sus hijos. Montones de familias desmembradas, incesantes viajes a aeropuertos a despedir hijos, hermanos, amigos, seres queridos que se cansaron de vivir en la zozobra y en el temor y que decidieron partir y a quienes, posiblemente, no volvamos a ver. Y no pasa nada.
En fin, nos racionan, nos atropellan, nos expropian, nos someten, nos amenazan, nos insultan, nos ofenden, nos roban, nos matan ¡¡Y NO PASA NADA!!
Sé que a esta letanía cada quien podrá agregarle su propia experiencia personal pues la lista siempre tiende a quedarse corta y uno no puede dejar de preguntarse ¿Hasta cuándo podremos aguantar los venezolanos tanto atropello de manera pacífica y convocando a marchas y verbenas para protestar? ¿Tendrán que pasar treinta años de tiranía como en Egipto para que reaccionemos o soportaremos estoicamente más de 50 años de oprobio y humillación como en Cuba?
Ya sé que no tardarán en saltar quienes dicen que todo lo que estamos viviendo es el resultado de la desigualdad, los atropellos y las violaciones a los que nos sometieron en la IV República, que son la consecuencia del capitalismo salvaje y que en los gobiernos anteriores estos hechos eran el pan nuestro de cada día. Pretenderán justificar lo que sucede hoy con el consabido y resentido “¿si los adecos y los copeyanos lo hacían, por qué se le critica al gobierno actual que lo haga también?”
Por una razón muy sencilla: quienes votaron en el 98 por Chávez, lo hicieron precisamente porque buscaban un cambio, porque no estaban conformes con lo que se vivía en el país y pusieron su esperanza en que el teniente coronel ejercería el poder de una forma diferente y erradicaría todos esos vicios y desviaciones en el país. En ningún momento, quienes le dieron su voto, lo hicieron con la intención de que en Venezuela continuara sucediendo lo mismo y de la misma forma, con el único cambio de una franela verde o blanca por una roja.
Lamentablemente, el cambio profundo nunca llegó. El presidente con el apabullante apoyo popular con que llegó al poder, pudo haber adoptado la actitud de un Mandela, quien luego de años preso en una celda de 2 metros cuadrados, salió para impulsar la reconciliación del país olvidando y perdonando todo el maltrato y la injusticia a los que fue sometido. Sin embargo, el camino escogido ha sido el opuesto.
Hay dos anécdotas que parecieran dar algunas pistas sobre lo que nos está pasando en la actualidad en Venezuela. Una es relacionada con el cineasta seguidor de Chávez, Román Chalbaud, quien según una entrevista que le hicieran para El Nacional, respondió: “Me alegró, pues ellos me hicieron cosas terribles”, cuando le preguntaron: “¿Le afectó el cierre de RCTV?”
Esa respuesta del director de “El pez que fuma” nos da una idea del resentimiento y el personalismo con el cual se viene manejando el país. Muy lamentable que se pretenda justificar un hecho tan vergonzoso como el cierre de un medio de comunicación con las consecuencias que ello trae para el conglomerado que allí trabajaba con una visión tan simplista y egoísta como que “me hicieron cosas terribles” y peor aún viniendo de un respetado y admirado creador e intelectual.
La otra anécdota me sucedió hace poco con un muchacho de unos 22 años, encargado del gimnasio al que voy.
Al reiniciar la actividad en enero, el gimnasio decidió aumentar la mensualidad en un 40 por ciento. Por supuesto, eso me pareció una barbaridad, sobre todo si tomamos en cuenta que hace como seis meses ya habían hecho un aumento similar y que en más de un año que llevo asistiendo a ese gym la infraestructura se ha deteriorado ostensiblemente sin que los propietarios muestren el más mínimo empeño en mejorar las condiciones.
Como es de esperarse, no me podía quedar callado ante la arbitrariedad del aumento y en más de una oportunidad dejé saber mi descontento. El colmo de la situación fue cuando en uno de mis reclamos, exigiendo que, por lo menos, arreglaran los aires acondicionados, pintaran las paredes, cambiaran los vidrios y espejos rotos que hasta un peligro constituyen para los usuarios, mejoraran la iluminación y le dieran mantenimiento a los baños, el muchacho me dijo:
-Mejor no te quejes más, mira que ayer en la mañana botaron del gimnasio a cinco personas que se quejaron del aumento y de las condiciones del local.
Yo no lo podía creer. Le dije que esa no podía ser la respuesta porque si la gente está pagando por un servicio tiene derecho a exigir que ese servicio sea lo más acorde posible al dinero que está pagando.
-¡Pero es que al que no le guste, que se vaya a otro gimnasio! Nadie los obliga a estar aquí. –Fue su respuesta.
En ese momento, me pasó por la mente una alocución del presidente Chávez en la que decía que si a los escuálidos no les gustaba su gobierno y su revolución bien podían largarse del país.
O sea, desde el discurso del presidente de la república hasta la actitud de un simple dueño de un gimnasio o de un empleado del mismo, en Venezuela pretenden que los ciudadanos nos olvidemos de exigir nuestros derechos, que soportemos callados, que nos calemos las arbitrariedades sin protestar y al que no le guste que se largue.
Por supuesto, ya estoy inscrito en otro gimnasio, pero no deja de asombrarme como el resentimiento y la arbitrariedad se han apoderado del venezolano ¿será que también tendré que abandonar el país o algún día pasará algo?
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