Hugo Chávez ha hecho denodados esfuerzos por presentar el chavismo como una revolución. Sin embargo, las evidencias confirman que el chavismo, de acuerdo con las características comunes de todas las revoluciones, no sólo no es una revolución, sino que se sitúa en todo lo contrario a lo que históricamente ha sido una revolución. Por ilustrarlo con un ejemplo, basta ver la poca participación de los jóvenes en las filas del chavismo, por más que los esfuerzos vayan encaminados a mostrar todo lo contrario. Pero estos esfuerzos son fácilmente desmontados por una pregunta: ¿Por qué el chavismo no ha podido ponerle la mano a las Universidades? Se supone -y no sin razón- que las universidades reúnen la cantidad más grande de jóvenes de un país. Pero -insisto- el chavismo no ha podido ganar una sola de las Universidades autónomas del país. Incluso, escuelas que en la Universidad Central de Venezuela quedaban en manos del chavismo, en este momento están en manos de los movimientos políticos de los estudiantes de oposición. Una revolución sin jóvenes. Una revolución sin universidades. ¿Es el chavismo una revolución?
¿Por qué el chavismo no tiene jóvenes, al menos no la cantidad de jóvenes que se supone debería tener? Esta pregunta debería ser respondida después de un concienzudo análisis de la realidad. Por ahora, sin embargo, basta decir que los jóvenes son mucho más sensibles a una cultura democrática y plural, que a algo que se parece mucho más que a un totalitarismo de pensamiento único. El joven que nació en la época de la internet y de las grandes telecomunicaciones; el joven que nació en un mundo cada vez más sensible a la pluralidad y la diversidad; el joven que nació en el contexto histórico que tomó como bandera la defensas de las libertades individuales; el joven que se sabe poseedor del derecho de vivir en un mundo de oportunidades diversas de realización personal… Este tipo de joven no apuesta por regímenes totalitarios en los que la mente suprema esté situada en un líder que piensa y que transmite su pensamiento a un pueblo incapaz de pensar a través de los oráculos emanados en discursos interminables. Unos discursos elaborados con verbo insolente, agresivo, descalificador; un verbo dispuesto siempre a arremeter contra todo aquello que sea disenso, contra todo aquello que no vaya en la línea de la suprema mente pensante. Hace mucho tiempo que el «argumento de autoridad» dejó de representar autoridad. Los discursos de Hugo Chávez, en cambio, siempre han estado preñados de falacias «ad baculum». Todo parece indicar que en la época contemporánea los jóvenes están dispuestos a aceptar todo, menos falacias, por muy «ad baculum» que sean.
Pero las pretensiones del chavismo de ser y de aparecer como una revolución se dan de bruces con la ausencia de intelectuales en sus filas. Admito que en este punto más de uno podrá mencionar el nombre de algún intelectual que le coquetee al chavismo. Pero que exista un intelectual en las filas del chavismo parece poco menos que un oxímoron, una verdadera contradicción en los términos. La razón es evidente: un intelectual es una persona que valora y asume la libertad de pensamiento como el contexto privilegiado de su desarrollo. Ahora bien, ¿es posible la libertad de pensamiento en el chavismo? ¿Cuál es el destino de la persona, del grupo, del movimiento o de la institución que tenga la osadía de pensar distinto de la mente suprema, de la única mente pensante, de la mente de Hugo Chávez? Todos hemos visto cuál ha sido el resultado del disenso en el chavismo. Tan pronto como se produce en las filas del chavismo la más mínima actitud de disentimiento, sale Hugo Chávez (o quizá habrá que decir «salía» porque ya apenas si sale) a fulminar moralmente al autor del disentimiento a través de un verbo incendiario, grosero, insolente y altisonante. Un verbo acorde a la estatura intelectual de un teniente coronel que salió a la palestra pública a través de dos intentonas golpistas fallidas. Quien de entre las filas del chavismo se atreva a disentir de Hugo Chávez, debe estar preparado para hacerse merecedor de una andanada de los más zafios insultos. Si algo caracteriza y define la vida de un intelectual es la libertad para pensar, para crear, para expresar. ¿Pensar, crear y expresar en un movimiento en el que sólo «el líder» puede pensar, crear y expresar? ¿Intelectuales en el chavismo?
Apenas ayer Hugo Chávez salió haciendo un «llamado a la unidad» a sus seguidores. «Unidad» es ideal imposible de alcanzar en el chavismo. La unidad es la capacidad de mirar a un objetivo común aún en medio de la diversidad y la pluralidad de opiniones. La unidad es algo radicalmente distinto de la uniformidad. Por eso es por lo que cuando Hugo Chávez hace un llamado a la unidad, eso debe entenderse como un llamado a la uniformidad, un llamado a que todos piensen lo mismo y que todos vayan por los mismos derroteros. Y no podía faltar, en este «llamado a la unidad», la insulto: «Nada de infantilismos, nada de grupismos», dijo el máximo ente pensante de la «revolución». ¡Pero por supuesto que nada de «grupismos»! En un totalitarismo es imposible que al interno de una institución haya quienes se reúnan bajo los mismos ideales.
Por eso, ¿una revolución sin jóvenes y sin intelectuales?