odos los viernes voy a un mercadito itinerante a hacer la compra semanal de frutas y verduras. Allí acude mucha gente, incluyendo guardias nacionales y policías o sus familiares. La mayoría de los que llegan a vender sus productos allí son fieles seguidores del Presidente Chávez y de su revolución.
Uno de los más furibundos adeptos del “proceso” es el que tiene un puestico donde venden especias y granos. Además vende queso, huevos y, adivinen qué, ¡azúcar y Mazeite! Si, dos de los productos que más escasean en los anaqueles de los supermercados, allí son constantes. Eso si, si los quiere comprar tiene que estar dispuesto a pagar el doble o el triple del precio regulado por el gobierno.
Al ver al vendedor con su franela de la “Misión Ribas” y su gorra roja de militante del partido oficialista, ofreciendo los productos a un precio que casi triplica al regulado por el gobierno, no puedo dejar de preguntarme a dónde va a parar toda la habladera diaria, por largas horas en cadena de medios, del líder máximo de la “revolución bonita”.
Pero de todas las distorsiones que vivimos los venezolanos actualmente, tal vez la más aberrante y humillante que puede haber para cualquier ciudadano de un país, fue la que presencié hace unos días en un supermercado, cuando por obra y gracia de la revolución, la cédula de identidad se metamorfoseó, ante nuestros ojos, en tarjeta de racionamiento.
Me encontraba en el sitio, justo en el momento en que llegó un cargamento de leche, bueno, realmente, no era un cargamento, eran unas cuantas cajas con empaques de un kilo de leche en polvo que apenas alcanzaba para las personas que en ese momento nos encontrábamos en el local.
Como ya es habitual y no sorprende a nadie, la gente comenzó a aglomerarse alrededor del preciado y escaso tesoro. Se miraban unos a otros con caras interrogativas, todos querían saber cuántos kilos podrían comprar pero ninguno se atrevía a dejar su lugar para buscar a algún dependiente que le informara por temor de perder su lugar en la fila y que se acabara la leche sin poder comprarla. Por lo tanto, cada quien decidió agarrar dos o tres kilos que era lo que presumían que les permitirían comprar y se encaminaron hacia las cajas para cancelar.
Ya ubicados en la cola, una dependiente informó:
-¡Señores, sólo pueden comprar un kilo de leche por persona y deben mostrar al cajero su cédula de identidad laminada!
La cara de frustración de la gente era evidente, no sólo por el hecho de tener que dejar en la caja uno o dos de los paquetes de leche que había tomado y que no sabían cuándo volverían a conseguir, sino por la humillación de tener que presentar a un cajero de supermercado el documento de identidad que, en ese instante dejó de cumplir su función de cédula de ciudadanía para convertirse en una especie de tarjeta de racionamiento.
Al introducir la cajera el número del documento en la factura de compra, inmediatamente, quedaba registrado e identificado el comprador y, por consiguiente, el sistema computarizado, automáticamente, le impedía comprar otro kilo adicional, aunque volviera a hacer la cola, cómo ya nos hemos acostumbrado a hacer si queremos comprar la cantidad de alimentos que consideramos necesaria para nuestra familia. Sencillamente, al introducir el número en la computadora, el sistema arrojaría la información de que ese usuario ya había adquirido el kilo de leche que le correspondía.
No sé si esto sucede igual en el resto del país con la leche, carne, café, azúcar, aceite, margarina, sardinas enlatadas, pañales y toallas sanitarias que, según las informaciones de prensa, escasean en toda Venezuela, pero en Maracaibo, utilizar la cédula de identidad como tarjeta de racionamiento se está convirtiendo en un hábito. Así ocurre en los antiguos supermercados Éxito y, en algunas oportunidades, incluso, son militares los encargados de exigir el documento y de distribuir los productos. Al gobierno no se le ocurrió una manera más humillante de combatir el “acaparamiento” y la especulación de los revendedores.
Como siempre, los ciudadanos somos todos sospechosos de cometer delitos en esta revolución y nos vemos obligados a demostrar a cada instante nuestra inocencia. Así sucede con los ancianos que cobran una pobre pensión del Seguro Social que, por lo general, no les alcanza ni para comprar los medicamentos que necesitan mensualmente. No importa la condición de salud en la que se encuentren, en sillas de ruedas, con vías puestas en las venas para medicamentos, con bastones, con Parkinson o convulsiones, los viejitos se ven obligados cada tres meses a hacer cola en una prefectura para obtener la fe de vida que deberán presentar en los bancos para demostrar que están vivos y tienen derecho a cobrar su pensión de vejez. Cansado estoy de ver las resignadas colas de ancianos todos los meses en las taquillas de los bancos, como si no se pudiera idear una forma más digna de hacer llegar el dinero que por derecho les pertenece y de evadir los posibles fraudes que se cometen en el sistema. ¿Por qué una persona que entregó su vida al país se ve obligada a demostrar mensualmente, en el ocaso de su vida, que no es un delincuente para hacer efectivo su derecho a una pensión de vejez?
¿Por qué, yo, usted o cualquier otra persona tiene que ser sometida a la humillación de demostrar ante un cajero de supermercado que no somos acaparadores, ni especuladores ni revendedores de productos de primera necesidad?
Cuando uno va al centro de Maracaibo, como sucede en las otras ciudades del país, se consigue con chiringuitos de buhoneros en donde se venden los productos que escasean hasta a tres veces el valor regulado por el gobierno. Lo veo yo, lo ve usted y lo puede ver cualquier persona. ¿Cómo es que las autoridades no lo ven? ¿Por qué no toman las medidas legales pertinentes contra esos revendedores? He visto a guardias nacionales y policías comprando en esos sitios sin que se les ocurra siquiera hacer algún reclamo al vendedor.
En los puestos de los buhoneros están los productos, en los supermercados tienen completamente identificados a quienes compran grandes cantidades de leche, azúcar, aceite y margarina para revenderlo con un valor triplicado. ¿Por qué tiene uno, ciudadano que trabaja para tratar de cubrir sus necesidades básicas y paga sus impuestos, que verse en la humillación de demostrar a cada instante que es honesto?
Algo muy malo debimos haber hecho los venezolanos para merecernos ser siempre sospechosos y vivir lo que estamos viviendo o algo muy equivocado debemos estar haciendo o dejando de hacer para que las cosas ocurran cómo están ocurriendo sin ser capaces de detenerlas o corregirlas.
Golcar eso sucede en todo el país, aquí en Mérida venden los buhoneros el medo litro de mazeite en 30 bs.por supuesto yo al que vi le pregunté y no le compre ni le compro. Pero que te parece que fuí en estos días a la casa de un militar y cual sería mi sorpresa que encima del tope de la cocina tenían, no un litro, sino una caja de litros de mazeite, te podrás imaginar que ya se me salían los ojos y pregunté que donde lo compraban y me dijeron que lo habían traido de Caracas, o sea que los caraqueños y los militares son los únicos que tiene derecho a comer sano en este país, y de la leche ni te cuento porque tu bien sabes la triste historia de aquí.
No entiendo bien lo de la humillación por mostrar la cédula, se supone que para eso es, debes cargarla encima y mostrarla cuando te lo pidan, por qué habría de ser humillante si ese es precisamente su propósito? Ahora, más que el racionamiento, la especulación es lo que nos tiene atrapados, los productos escasean por la especulación que trae acaparamiento no solo de los comerciantes sino de los mismos compradores, no creo que de verdad exista la escasez en el estricto sentido de la palabra, no creo que simplemente «no hay». El año pasado la marca más cara y de mejor calidad de toallas sanitarias llegó a costar más de 40 bolívares, la semana pasada pude comprarla en 15 bolívares gracias a la Ley de Costos que se inventó el gobierno, el punto es que nunca desapareció de los anaqueles, más bien siempre había porque era tan cara que nadie la compraba. La escases de productos se da por muchas y variadas razones, cada producto es distinto (hablo de los de primera necesidad), insisto en que no creo en el racionamiento o la escazes sino en una serie de usos, manejos y variables complejas que no solo provienen de los distribuidores y comerciantes sino mucho de uno como comprador, a veces impulsivo y temeroso de una escasez que terminamos creando en un clásico caso de profecía autocumplida!
Adriana, la cédula de identidad es una identificación de ciudadanía no un instrumento de control de compra. Si me la pide una autoridad, dependiendo de la situación y cisrcunstancia en que la pida, podría aceptarse, pero no tengo por qué mostrarla a una cajera de supermercado para que me permitan comprar un kilo de leche. Para eso no es la cédula. En Venezuela nos obligan a mostrar la cèdula laminada para comprar productos racionados y nos la calamos como en Cuba con la libreta de racionamiento. Igual que nos calamos darl el nümero de CI al comprar como que si la responsabilidad de controlar la evasión de impuestos fuera nuestra. Así nos hemos acostumbrado a vivir y terminaremos viendo como normal sapear al vecino. En cuanto a la escasez, imagino que vives en Caracas. El gobierno se ha encargado de hacer que en la capital no fallen tanto los productos como lo hace con los cortes elèctricoss, parece que le tiene miedo a la reacciòn de los barrios. En el interior la cosa es diferente. Aquì se pasan meses sin que haya un kilo de leche o azûcar o aceite de maíz en los anaqueles. El Mazeite que consigues en Caracas, muy probablemente, viene de Colombia. Entonces, por un lado para evitar el descontento y por otros para disminuir los costos por transporte dejan todo lo que llega en el centro del país y el interior sigue con sus penurias.
Uh, Ah, Biba Chabe! Chabe no se va!
70% de intención de voto por el pecho, pa que sean serios.
Muchacho pa bobo.
Candidato chayota.
(estoy viendo mucho a Pérez Pirela, ya estoy empezando a escribir como todo un filósofo político)
Andreína, volviendo a sus raíces chavistas de vez en cuando.
Menos mal que se le pasa.
Vèrtale, Frank me tiene que memeo de la risa.
Golcar, en primer lugar no soy Adriana, soy Andreina, mucha dislexia ultimamente en PN. En segundo lugar no vivo en Caracas sino en un pueblito marginal y atrasado en las afueras de Caracas llamado Guatire, y si efectivamente aqui rara vez hay escases de productos o cortes de luz probablemente porque todo mundo se suicidaria ya que no hay absolutamente mas nada en esta infame soledad y aislamiento.
Frank: Fuck you!
«Frank: Fuck you!»
¿En tu casa, o en la mía?
Golcar, claro que los venezolanos cometimos un grave crimen! en realidad no fue uno, si una sucesión de crímenes contra nosotros mismos…. el primero fue poner al señor Ch de presidente, después darle todo el poder que pidió a través del pocote de procesos electorales, reelecciones, etc. etc. Pero el peor, el más grave quizá, desde mi punto de vista, fue aquella elección a la asamblea nacional en la que por abstenernos de votar, legitimamos al poder rojo rojito con apenas un 15% de los votos. Ahora nos quejamos porque el señor Ch se apoderó de todos los poderes públicos, pera la verdad es que nosotros los olvidadizos e indolentes venezolanos se lo regalamos, en lo que considero el peor crimen que nos pudimod hacer a nosotros mismos….
Aja No soy el unico que confunde a adriana con andreina. Es que la vaina viene de adriano el de Animula, vagula, blandula