La serie vive su etapa de esplendor en períodos de crisis, desde la caída de la bolsa hasta la nueva depresión del milenio, cuando Hollywood apuesta en exclusiva por lo seguro, debido a su compromiso comercial con Wall Strett y las corporaciones asociadas a los estudios.
Por ello, ahogan a la cartelera con una oferta saturada de recetas y fórmulas comprobadas, bajo la premisa del reciclaje pragmático y oportunista. Así vacían de contenido el difícil arte de la duplicación.
En el pasado, la mímesis platónica descubría mejores tiempos, según dos visiones encontradas: la blanda y la dura, la suave y la fuerte, la repetición y la reinvención creativa del molde.
Por desgracia, hoy sufrimos la hegemonía del plagio, la dictadura de la redundancia, la tiranía del lugar común. Aunque siempre hay excepciones a la regla. Por ejemplo, imitadores deconstructivos y críticos con el material de partida, como Tarantino, Rodríguez, Romero, Nolan, Snyder, Lucas, Spielberg y Coppola, quienes hicieron maravillas sobre la base de una misma idea, caso de “El Padrino”, “Kill Bill”, “Noche de los Muertos Vivientes”, «Watchmen» y “Terror Planet”.
Por razones del destino, el fenómeno devino en el reflejo “zombie” de la enfermedad del siglo XXI dentro del ámbito del mainstream.
En consecuencia, dos títulos coinciden en la temporada de vacaciones, con idénticos patrones a favor y en contra.
A “Hombres de Negro 3” y “American Pie 4” los une la virtud de mirarse con melancolía en el espejo de su vano ayer, en un ejercicio de estilo de corte revisionista, donde el presente no sale bien librado y carece de futuro.
Lo mejor de la franquicia de los chicos de la escuela es el momento del clímax, del segundo al tercer acto. Reconocen sus defectos y la dirección los deja en evidencia como una generación frustrada, vacía y fracasada, llena de complejos y problemas.
Las semillas de la promoción de 1999, cosecharon árboles torcidos, malogrados, estériles, banales, conformistas. En pocas palabras, la “preparatoria” y sus ritos de iniciación, no les sirvieron de nada. Dichos contrabandos, reivindican y justifican la compra del boleto. De paso te ríes de la terapia de choque y del conflicto del grupo con su generación de relevo, saldado a golpes y a patadas en una fiesta.
La cuarta entrega es acaso uno de los picos altos de la empresa, fruto de un guión consciente, reflexivo y metalinguístico. Por supuesto, se le exige culminar con un desenlace tranquilizador, impostado y falso, de rectificación , redención y purificación del colectivo.
Con todo, la incorrección política hace de las suyas a lo largo y ancho del metraje. No en balde, la secuencia de créditos supone el ajuste de cuentas de los escritores y productores.
El papá desmonta la solemnidad y la cursilería del segmento anterior, llevándonos de regreso al inicio del pecado original y culposo.
El mensaje es claro: no hay cura para los patriarcas e hijos de “America Pie” y menos en una sala oscura. El señor come palomitas ante una “trash movie”, mientras su pareja le practica un rutina de cinta XXX. Detrás quedan los protocolos y las promesas de cambio.
Interesante la clausura de aceptación y de convivencia con la parte diablo de cada uno de los miembros de la pandilla. Los gags son una garantía de calidad en lo físico y lo visual. También los guiños y las absurdas líneas de diálogo.
En paralelo, ocurre lo propio con “Men in Black 3”, gracias a la inclusión de Josh Brolin en plan de Tommy Lee Jones. Grosso modo, la historia va de lo predecible a lo sublime de la mano de un epílogo sorprendente, emocionante, entrañable y de fuerte impacto social en el imaginario. Voy con el spoiler por la pared de enfrente.
Como los Edipos de “American Pie 4”, Will Smith retorna y viaja al pretérito, a lo “Back to The Future”, para colmar los huecos de su memoria.
Allí encuentra su “Rosebaud”, la clave de su genealogía, de su relato fundacional. A su padre lo mataron el día del despegue del cohete a la luna, en medio de una batalla derivada de la guerra fría, y un “K” en sus treintas, lo adopta y lo rescata del abandono.
El público responde agradecido con lágrimas en los ojos, luego de llevar su ración de efectos especiales, trompadas y luchas a brazo partido.
Barry Sonenfeld coquetea con la idea de filtrar la inteligencia y la sensibilidad de Orson Welles, para realizar su particular versión de “Ciudadano Kane”, a la usanza de una de sus tramas posmodernas de ciencia ficción, del gusto mainstream. El autor sabe clonar el espíritu distópico del género para reducirlo en calorías y ofrecerlo como un aparente entretenimiento de escape, de consumo, de evasión. Indirectamente, se burla de las instituciones de su país y opta por dignificar a los anónimos funcionarios del estado.
A los burócratas se les paga por limpia las calles de la escoria universo, perseguir a los bandidos extraterrestres y practicar la lobotomía a los testigos de los hechos.
La sátira corresponde a una lectura salvaje y descarnada de los juegos del poder con sus enemigos invisibles, con sus terroristas domésticos y extranjeros. La xenofobia tampoco falta en el banquete del realizador, a pesar del esfuerzo por dosificarla y diluirla a cuenta gotas. El villano habla como ruso pero luce como el motero infecto de “Rasing Arizona”.
El libreto se explaya con perspicacia y astucia, a objeto de humanizar a los personajes. Brolin le roba el show a Will Smith y Tommy Lee Jones ablanda su corazón, de cara al progresivo endurecimiento de su rostro.
Sonenfeld sigue firme en su proyecto creativo de renunciar a la imagen plástica, hiperreal y acabada de sus compañeros de ruta. Sus monstruos componen una estimulante galería de freaks, de muñecos del infierno, cercanos y fieles al lenguaje del comic, de la caricatura. Las distingo como recreaciones mutantes de los “aliens” pop de los cincuenta y sesenta. Tributo a lo retro y bizarro en oposición al cuidado de los diseños actuales por ordenador. Una especie como de bichos de tradición artesanal, concebidos para su expansión digital.
Si le agregamos la vuelta de tuerca de la conclusión, “Men In Black 3” reúne méritos para considerarse un remake óptimo, ideal, sabroso de semiotizar. Igual sucede con “American Pie Reunion”. Ambos comparten una óptica ochentera de entender el oficio. Brindar felicidad a los fanáticos de una saga, sin descuidar el subtexto, la moraleja y el compromiso ético.
Como plus, “Hombres de Negro 3” aboga por la integración de los diferentes, por la tolerancia y por la superación de la tara de la discriminación. Es la “The Help” de Sonenfeld, aprovechando la estadía de Obama en la Casa Blanca.
“American Pie 4” nos invita a meditar en torno a la fantasía del éxito con su pesada carga. No es importante conquistar la fama, sino tener amistades duraderas, solidarias, incondicionales de verdad, dispuestas a valorarnos por encima de las circunstancias materiales y superficiales, del colegio, el laburo, la familia.
Los tres capítulos precedentes nos vendieron un mito. Si nos graduábamos y asistíamos a la rumba del «prom», se cumplirían nuestros sueños, nuestras metas.
«American Pie 4» es la cruda porción de la tarta. La pesadilla de los mentados «ganadores», transformados en «perdedores».
No le puedo pedir más a un remake.
Ojalá aprendieran la lección en la industria. Por lo general, los fabrican como churros, olvidando el amor por el trabajo y el afecto por los espectadores.
Un par de ovnis de su estirpe, de gran madurez expresiva.
Me disculpan los conservadores y puristas.
Yo me como el pedazo de pastel agridulce y se los recomiendo a ustedes.
Mena Suvari y Tara Reid, todavía de infarto.
Jason Bigg y Seann William Scott, de carcajada criminal y brutal.