panfletonegro

Cómo cae un poderoso

/home/depr002/panfletonegro.com/v/wp-content/themes/panfleto2019/images/random/depr_02.jpg

Mención de honor en la VI edición del Premio de Cuento de la Policlínica Metropolitana.

  1. El Mastimelo de El Raval nació en Cagayán

Buenos días damas y caballeros, mi nombre es Galwin Douglas Martínez. No estoy aquí montado en esta unidad de transporte para fastidiarlos un lunes por la mañana, cuando a todos nos pesa el ánimo, sino para pedirles que me regalen cinco minutos de su tiempo. Vengo a contarles como cae un poderoso.

En efecto, voy a darles esa joya, que suena a brisita fresca espantasueño y aligérameldía, pero antes aprovecharé la atención recién ganada para solicitarles una colaboración monetaria. Como ven, soy vendedor de Mastimelos.

–       ¿Mastimelos?, preguntó una señora que iba de pie, agarrada a la baranda.

Así es mi doña. Los Mastimelos son a cien, y que le vaya bien. Estos caramelos masticables fueron creados por el señor Antoni Portabella en 1966, aunque luego se dijera que había sido idea de un libanés que vive en Higüey.

–       ¡Dame dos y echa pa’ fuera!, exclamó la señora, agitada.

Antoni Portabella nació en Barcelona, en el año 1947. Se crió en un barrio llamado El Raval donde, según contaba, se pasaba mucha necesidad. Creció junto a los gitanos de la zona, al lado de los andaluces, de los marroquíes, de los chinos y de los catalanes arrabaleros, que por aquella época eran muchos. Para asegurarse los tres golpes diarios, aprendió desde pequeño el oficio de panadero. Luego se especializó en la repostería, haciendo dulces para los ricos de Sant Gervasi, que eran los únicos que podían pagarlos. Trabajaba en la cocina junto a un filipino llamado Celestino Apolinares. Celestino le contaba de las belleza tostada de las mujeres de su natal Cagayán, de sus viajes en barco, de cómo había llegado a Barcelona luego de años navegando por los puertos del mundo, y de cómo cansado de tanto bamboleo decidió echar raíces donde mejor le pareciera al mar.

Celestino enseñó a Antoni cómo preparar el flan de su país, muy parecido al flan que se come en España y que nosotros conocemos como quesillo.

–       ¿Y qué tiene que ver todo eso con este caramelito?, preguntó la señora que todavía se agarraba de la baranda.

Déjeme y termino el cuento. El señor Portabella se hizo un experto en la preparación de dulces, pero la panadería no pudo mantenerse ni con la compra de los ricos. Eran tiempos muy jodidos como ya dije, así que el señor Portabella se vino a estas tierras en 1966 a probar suerte con su maleta y un cuadernito lleno de recetas. Aquí en Matiguás trabajó en una panadería de la Plaza Montero, donde unos abuelitos napolitanos hacían sacamuelas de regaliz. No le gustó el sabor del regaliz, pero si su consistencia. Por pura unión de puntos, el señor Portabella mezcló la consistencia del sacamuelas con el sabor al flan de Celestino. Y así nacieron los Mastimelos.

– Joven, pero qué historia tan amena.

Aguante su felicitación que todavía me falta la parte de Higüey.

2. Ella quiere ser Presidenta

Gabriela se gana la vida como camarera. Para ella no es difícil hacerlo. Sólo echa de menos las horas de sueño, esos momentos de cobija y de cinco minutos más, porque aunque servir tragos y regalar alegría en vasos de 50cc es un trabajo bien pagado en Menorca, el esfuerzo demanda la mayor parte de sus huesos y articulaciones.

Gabriela nació en la misma Menorca. Allí ha vivido siempre junto a su madre. A sus 22 años sólo quiere estar cerca del mar, pero a los treinta quiere ser presidenta.

Así se lo confesó al chico de cabello ensortijado y ojos color café que una noche entró en el bar. El chico se acercó a la barra y pidió una cerveza. Dijo: dame una birra, por favor y Gabriela detectó su acento al instante. Eres de Matiguás, dijo ella, en ese tono que pregunta y afirma al mismo tiempo. Él contestó que sí. Yo quiero mucho a Matiguás, dijo Gabriela, aunque nunca he ido. Tengo familia que es de allá.

Él preguntó porque nunca había ido. Quizás no te va gustar que te lo responda, dijo ella, pero tampoco tengo por qué ocultarlo, ¿te suena el nombre de Nicanor Ovando Páez?

–       ¿Nicanor Ovando Páez, el dictador-presidente?, preguntó él.

–       Ese mismo. El flaco de nariz aguileña e impecable traje militar, respondió ella. Era mi abuelo.

–       No mames, dijo el chico con la cerveza en la mano.

–       No mamo, dijo Gabriela.

–       Pero, ¿lo conociste?

–       Claro, y le acompañé en sus últimos años de vida.

–       (Ahora su nieta sirve tragos en un bar), pensó él.

–       Yo sé que él hizo mucho daño, continuó Gabriela. Sé que jodió la vida de muchos.

–       Tu abuelo mandó a torturar gente…

–       Si.

–       Mandó a desaparecer gente…

–       Probablemente.

–       Mandó a matar…

–       Seguramente lo hizo. Pero él sólo me trataba como su nieta.

–       ¿Y nunca has querido conocer la tierra donde nacieron tus padres?, preguntó él, tratando de quitar el dedo de la llaga.

–       Mi papá no era matiguaseño. Es mamá la hija de mi abuelo Nicanor.

–       Es lo mismo. ¿Nunca has querido conocer Matiguás?

–       Claro. Iré algún día, cuando me lance a la Presidencia.

3. Yo soy la muerte

“Yo soy la muerte”, así se presentó el señor Antoni Portabella cuando lo conocí en un puticlub de Villa Consuelo, en el año 1993. Para esa época, y aunque apenas pasaba los cuarenta, ya era un hombre arrugado y cansado, con cara de haber sido jodido muchas veces, pero también de haber jodido muchas veces, como esa noche de morenas sentabas sobre sus piernas que le decían al oído “papi, bríndame un trago”, o “¿cómo se llama tu amigo?”, o “mi vidita, yo me llamo como tú quieras que me llame”. Esa noche de morenas y camas desarregladas, de lenguas afuera y jadeos cortos, el señor Portabella me contó la historia del Mastimelo. Entre güisqui y güisqui me dijo que su imperio de los caramelos se había ido pudriendo en el barranco de Higüey, donde hoy se siguen haciendo estos paqueticos que hoy traigo en la mano.

–       Este muchacho es un mentiroso, dijo el pasajero de bigote que iba sentado en el fondo del autobús.

–       Perdone caballero, pero si viene a prender su vela en este entierro para llamarme mentiroso, entonces se perderá la mejor parte de la historia.

4. Por qué Gabriela tiene posibilidades ciertas de alcanzar la Presidencia

–       ¿Lanzarte a la Presidencia?

–       Así mismo. Si vuelvo a Matiguás es para ser Presidenta.

–       ¿Presidenta como Violeta Chamorro?

–       Si.

–       ¿Cómo Margaret Tacher?

–       No tanto como Margaret.

–       Bola. ¿No quieres tener hijos?

–       ¿Qué tienen que ver los hijos con la Presidencia?.

–       (Yo tendría hijos contigo) pensó el chico del cabello ensortijado. Luego dijo: Esta conversación merece un ron.

–       La casa invita el chupito, dijo Gabriela.

–       ¿Cómo es eso que quieres ser Presidenta? O ¿por qué Presidenta y no otra cosa?

–       Por la memoria de mi abuelito.

–       Espérate un momento. Primero, no fue tu abuelito, quien gobernó a Matiguás. Fue Nicanor Ovando Páez, el Jefe de los Escuadrones de la Muerte, el capataz de los matones, dijo él chico con voz a medio camino de la firmeza.

–       Lo sé, lo he pensado. Pero tengo un plan, dijo ella.

–       ¿Un plan? ¿Cuál plan?

–       Pediré perdón por los pecados de mi abuelo.

–       ¿Pedirás perdón?

–       Es justo y necesario.

–       ¿Cómo harás para que los matiguaseños te escuchen?

–       Iré a la tele. ¿No te parece buena idea?

–       No sé si sabes de lo que hablas, dijo él como queriendo decir te estás volviendo loca.

–       Puede ser. Pero mamá siempre me dice que para que exista un tirano hace falta quien se deje tiranear.

–       Ahí si estoy de acuerdo contigo.

–       Entonces yo también les voy a dar látigo a los que se dejen, dijo Gabriela. Buen látigo. Pediré perdón por los pecados cometidos por mi abuelito, el General Nicanor Ovando Páez. Luego tocaré la puerta de las élites. Al principio me verán con desconfianza. Poco a poco comprobarán mi temple. Prometeré seguridad jurídica para las inversiones. Después iré a la calle. Allí pasaré tres años caminando de puerta en puerta, de barrio en barrio. Comeré muchos asopados y tomaré centenares de cafés negros, bien calientes. Abrazaré viejitas, cargaré recién nacidos y besaré niños sudorosos y llorones. Me pondré un vestidito de indiecita. Crearé un partido político que se llame Nuevo País Soberano. Ganaré un par de escaños en el Congreso. Las élites verán mis avances y apoyarán con más dinero mis esfuerzos. Poco a poco me ganaré el cariño del pueblo. Mi cara empezará a aparecer en más vallas y más carteles. Conseguiré cada vez más minutos en la tele. Los líderes de los otros partidos me llamarán aparte: intentarán ofrecerme alianzas, y cuando me niegue, amenazarán con hundirme. Dirán que no tengo experiencia de gobierno. Dirán que soy la nieta del dictador más sanguinario que ha tenido Matiguás en su historia. Yo les recordaré a Zacarías Alvarado. También les recordaré sus vínculos con la Restauración Moral, con la Revolución Escarlata y con la larga transición de los Guardianes de las Costumbres. Llegará el año de las elecciones presidenciales, y esos mismos líderes que abandonaron a los centristas cuando la fuerza de los Guardianes de las Costumbres se hizo indetenible, esos que patearon el culo de los escarlatas, cantaron fraude y llamaron a la abstención para luego vestirse de leguleyos, de legalistas, de corderitos y de yo no fui, todos esos me verán pasarles por encima y erigirme como favorita a la presidencia. Faltarán pocos meses, y trabajaré aún más duro. Besaré más recién nacidos, abrazaré más abuelitos, me dolerá la panza de tantos asopados. Convocaré a los mejores profesionales, los que se quedaron y los que se fueron. Les pediré que vean Minas Gerais y Nueva York, más Perú y más Panamá, a Cuba y Aruba, más a Trinidad y Tobago que a Miami. Y que si pueden, vean Filipinas y Japón. Sólo si pueden. Por ahí saldrá algún ahogado a dar patadas recordando que soy mujer, y que una mujer nunca ha sido Presidenta de Matiguás, porque a Matiguás solo la gobiernan los vivos y los militares. Ya será tarde. Ganaré con el cincuenta y cuatro por ciento de los votos.

5. Higüey es el depósito de los gusanos con hambre

Como muchos de ustedes podrán recordar, señoras y señores, los Mastimelos fueron caramelos muy famosos durante muchos años. Fueron famosos porque el señor Portabella se partió el lomo hasta comprarse su primer galpón en la Avenida Sánchez, pero también porque el señor Portabella supo estar donde se pica el queso, se cuecen las habas y se bate el cobre. Y no sólo estar, sino quedarse. Un hombre como él en un país como el Matiguás de 1973 hizo fama y fortuna rapidito porque era un vividor, pero también porque era blanquito y tenía acento extranjero. Las familias de las zonas altas lo detectaron y comenzaron a invitarlo a sus fiestas. El señor Portabella decía que sí, repartía zalamerías, recibía cariño y se metía a la audiencia en el bolsillo con sus historias de penurias españolas y abundancias matiguaseñas. Fue una de esas noches de fiesta cuando conoció a una muchacha que no pasaba de los veinte años, una muchacha que lo dejó babeando y que resultó ser la hija del General Nicanor Ovando Páez. Él la cortejó sabiendo quién era, ella se dejó cortejar, se enamoraron y convencieron al General para que los dejara celebrar su boda el 4 de marzo de 1975 en el Salón Azul del Palacio Nacional.

Para esa fecha las puertas del señor Portabella se habían abierto de par de par. Su modesto negocio de caramelos ahora era una potente fábrica ubicada en Higüey, el eje industrial del país en ese entonces. Los contactos, los proveedores y los puntos de distribución se habían multiplicado como panes. Los Mastimelos eran los caramelos más vendidos y con más propagandas en la televisión. El señor Portabella supo aprovechar sus influencias. ¿Ni que fuera pendejo, verdad?

El señor Portabella y su esposa tenían la vida por delante. Con todo el dinero, el poder y la aprobación del General, que mandaba con fiereza en cada rincón de Mataguás, la familia Portabella- Ovando Páez navegaba en los mares tranquilos de una extraña felicidad, culminada con la llegada al mundo de Gabriela, su primera hija, una niña sonreída que tenía la virtud de no llorar mientras las mujeres de los ministros del General se la pasaban de brazo en brazo.

Pero pocos meses después del nacimiento de Gabriela comenzaron los problemas para el General, mientras el señor Portabella intuía que su suegro no duraría en el poder mucho más. Llamó a algunos amigos que no eran tan amigos del General. Comenzó a filtrar información para varios grupos políticos que vivían en la clandestinidad y que le habían prometido conservar sus privilegios en la venidera (aunque ellos dijeron inminente) transición. Luego supo que tres militares querían dar un golpe de Estado. Después supo que esos mismos militares habían fallado. Fue testigo de todo un mes de protestas y de un paro general, y el 17 de marzo de 1980 a las 4 de la tarde le dijo a su esposa: mi amor, es mejor que hagas la maleta. A tú papá lo van a tumbar.

Cuando en la madrugada siguiente lo invitaron al aeropuerto para subirse en El Indestructible, el avión del General, el señor Portabella dijo que él no iba para ningún lado. Dijo: yo me voy a quedar. El señor Portabella me contó que al oírlo su esposa lo miró con ojos que decían pero qué coño te pasa y luego con ojos de traidor y luego con ojos de no me vas a ver nunca más, ni a tú hija tampoco. Le dio la espalda y comenzó a subir las escaleras hacia El Indestructible con su papá y el resto de la familia. También iba un edecán y el piloto del avión, y a pesar de los ruegos a pie de pista de algunos personajes grises que nunca tuvieron un plan B a la mano, el General no permitió que se subiera nadie más.

Antoni Portabella se quedó parado junto a los grises viendo como despegaba El Indestructible. No tuvo miedo, o no tuvo tanto miedo como los grises, porque ya sabía que a él no lo iban a tocar. Y no lo tocaron. Siguió haciendo Mastimelos en Higüey hasta el día de su muerte, veintiséis años más tarde.

6. En qué momento tuvimos miedo de los grises

–       Imaginó que todo comenzó el día que dejó de mirar a los ojos de la gente, dijo ella. Puede ser que abuelito se sintió solo y se cagó, ¿no es así como decís vosotros?, preguntó Gabriela.

–       Si quieres ser Presidenta de Matiguás no puedes hablar así, dijo el joven de cabello rizado mientras le mostraba una media sonrisa.

–       ¿Cómo así?, interrogó Gabriela.

–       No puedes aspirar a la Presidencia si hablas con el decís y el vosotros.

–       Tienes razón, respondió ella.

–       ¿Y alguna vez viste de nuevo a tu papá?

–       Mi madre no lo permitió. Nunca más volví a verlo. Pero muchas veces soñé con él. Era un sueño recurrente donde los dos nadábamos en la piscina de un lujoso hotel. Hacíamos competencia para ver quién aguantaba más tiempo bajo el agua. Allí abajo abríamos los ojos a pesar  del cloro y la picazón, y mi padre me veía, se quedaba viéndome largo rato.

–       Ya. Pero, ¿nunca intentaste buscarlo?

–       No. Fue un hijo de puta. Prefirió dejar a mi mamá al pie del avión por sus caramelos de mierda.

–       Quizás tuvo miedo, dijo él.

–       ¡Y mis cojones!, gritó ella. ¡Claro que tuvo miedo! Miedo de dejar su vida acomodada, al lado de los chupamedias que se enamoraron de su dinero. Mi mamá siempre me ha dicho que Matiguás está repleta de aduladores vestidos con pantalones grises, americanas grises, corbatas grises, párpados grises y dientes grises. Los grises jodieron a Matiguás.

–        Yo creo que Matiguás se jodió el día que dejamos de tomar cerveza fuerte, replicó él. Gabriela rió, no esperaba la ocurrencia. Pero él hablaba en serio: Matiguás se jodió el día que algún director de marketing decidió que al matiguaseño le gustaba la cerveza ligera. Entonces todos los miedos y fracasos que la gente ahogaba en cervecita fuerte y bien fría dieron paso no al ron, que es vehemencia, alegría y dolor de huesos al día siguiente, sino al whisky, que es una vaina carísima, o el aguardiente, que tiene 80% grados de alcohol para destruir hígados, familias y el bolsillo de una sola vez.

–       Seguro ese director de marketing va de gris a todas partes.

7. Al final, cronología de la caída de un poderoso.

Bueno señoras y señores, antes de abandonar esta unidad de transporte y dirigirme a la siguiente, lo prometido es deuda, compartiré con ustedes la secuencia de cómo cae un poderoso. No sé cual es el extraño mecanismo que nos atrapa cuando tenemos Poder. El señor Portabella creía que el Poder es una “energía vital que te permite lograr cosas que nunca habías imaginado”. Así lo dijo hasta el día que murió haciendo Mastimelos, con 49 años entre pecho y espalda. El señor Portabella nunca tuvo el valor suficiente para ir a buscar a su hija, y así se le fue la vida, entregado al gusto amargo de los puticlubs y confinado por la competencia al barranco maloliente de Higüey, donde la fábrica no pagaba impuestos y los empleados no tenían sindicato.

Pero a pesar de eso, el señor Portabella tenía todo previsto. Al día siguiente del entierro, su abogado me llamó para decirme que había dejado un paquete para mí. Cuando fui a buscarlo, descubrí que dentro del paquete había un cofrecito de madera con 15 mil dólares y un cuaderno lleno de anotaciones. La primera página decía: “No sé que harás con tu vida y esta platica que te estoy dejando. Ese es tu problema. Pero lo único que te pido es que cada vez que puedas subas a cualquier autobús con una caja de Mastimelos bajo el brazo y cuentes cómo cae un poderoso”.

Damas y caballeros, en honor a la verdad les diré que ya me parrandeé esos 15 mil dólares, y que lo único que queda después de esa resaca es la cartica del señor Portabella, que ahora cito para ustedes, que han sido tan pacientes de escucharme hasta aquí, sólo por la curiosidad de saber cómo coño cae un poderoso:

“Un poderoso no cae por si mismo.  Lo primero es soñar con el Poder, querer el Poder. Luego, escoger entre Poder para el cambio y Poder por el Poder. Si se elige Poder para el Cambio, el aspirante a poderoso debería pensar en el Cambio antes que en el Poder. Si eso puede dejarse para después, entonces el aspirante a poderoso deberá admitir que en realidad se quiere Poder por el Poder. Llegar al Poder no es tan difícil pero tiene que ver con el tipo de Poder que se elija.

Una vez conseguido esto, revise su aspecto exterior, muy pocos toman en serio a los mendigos. Al menos no para emprender proyectos que signifiquen compromiso. Y el Poder requiere compromiso, mucho sufrimiento, soledad y fantasmas que todo el tiempo te susurran al oído: tú también eres loco y mendigo

Cuando mejore su aspecto exterior, practique su expresión oral y, valga la redundancia, poder de convencimiento. Esto sólo se logra si se tiene muy claro el tipo de Poder que quiere hacer suyo, porque el poder de convencimiento no es sino la traducción real de su propio deseo de ser poderoso.

Luego, cuídese de los grises, ellos serán su ruina segura. Al principio, no creerán en usted, porque los grises son escépticos por naturaleza. Pero luego verán en usted y sobretodo, en el Poder que sueña alcanzar, la mejor manera de garantizarse el pan que nunca supieron hornear. Para entendernos: los grises no tienen sueños sino ambiciones, ansias de acumulación y derroche. Son peligrosísimos. Nunca se miraron en el espejo. Están desesperados. Viven, caminan y respiran desesperados. Esa desesperación será usada en contra del poderoso, porque cuando las cosas vayan bien, mientras todo sea dinero y popularidad lo alabarán, dirán que su proyecto o idea no tiene competidor, mientras en la sombra le chupan toda la sangre posible.

Como dije, ser poderoso es una suma de sufrimientos.

Al final, el poderoso perderá la noción de sus propias debilidades, cometerá errores que sólo podrán explicarse por su arrogancia y su deseo de mantener el Poder, huirá hacia delante, encontrará enemigos donde antes habían incondicionales, les acusará de vendidos y traidores. Intentará, en un último esfuerzo, recuperar el amor perdido de sus seguidores, pero al darse cuenta que ya es tarde y que pocos siguen queriéndole en el Poder, acabarán con lo que quede con la excusa de los servicios prestados a la patria, o al partido, o al pueblo, porque su contribución ha sido decisiva y porque de algo hay que vivir en esta vida.

Su salida del Poder será celebrada en las calles con bombos y cohetes, alcohol y risas, algunos disparos al aire y un muerto que habrá caído por pendejo. El nuevo poderoso prometerá cambios, prometerá hacer las cosas de forma diferente, y así será por un tiempo, mientras el poderoso se acomoda en su puesto y lo grises vuelven a salir de sus cuevas, confiados en volver a comer seguro y caliente”.

Damas y caballeros, muchas gracias por su atención, y qué pasen un feliz día.   

Salir de la versión móvil