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unca ha dejado de asombrarme (y de molestarme) la poca tolerancia y la hipersensibilidad que tenemos los venezolanos ante la crítica. Cuando alguien nos critica o corrige algo siempre tendemos a tomarlo como un ataque personal. Nos ofendemos, no cabreamos, nos tornamos hostiles, levantamos la voz, chillamos. Si es por escrito respondemos de manera ruda y en todos los casos sale a lucir nuestra prepotencia y buscamos la forma de justificar nuestras pifias achacándolas a causas externas a nosotros mismos. Tendemos a mirar a los lados para ver a quién le podemos endilgar la culpa de nuestro error.
Cada vez que me pasa algo parecido por criticar o corregir a alguien, no puedo evitar recordar una anécdota que me contaba una querida amiga de cuando ella y su hermana eran niñas. En una oportunidad su hermanita dijo algo sobre un “cupitre” y mi amiga la corrigió:
-No se dice “cupitre” se dice “pupitre”.
Su pequeña hermana ante semejante corrección, adoptó la pose de la sabihonda ofendida, agarró todo el aire que pudo en sus pulmones, hinchó el pecho y con ojos que echaban chispas por la soberbia le espetó, mientras levantaba su dedo índice y lo batía al aire, acentuando cada sílaba:
-SE ESCRIBE PU-PI-TRE, PERO SE PRONUNCIA CU-PI-TRE.
Siempre me ha parecido que esa anécdota infantil ilustra perfectamente la forma como los venezolanos reaccionamos ante las críticas. No podemos bajo ningún concepto asumir una actitud humilde ante quienes tienen a bien hacernos una observación, siempre tratamos de leer entrelíneas cuál es la segunda intención que se esconde ante la crítica o la corrección, qué daño solapado se encuentra tras la observación e, incluso, no somos capaces de agradecer el gesto de quien se ha tomado la molestia de ver, leer o escuchar lo que hemos hecho y de buena gana nos quiere hacer ver un error. Reaccionamos como niños ofendidos.
Hace poco conseguí por internet un interesante artículo en un blog de un reconocido escritor a quien siempre he admirado y con cuyos planteamientos en muchas oportunidades he coincidido y, al terminar de leerlo, me tomé el atrevimiento de contactarlo por correo electrónico para corregirle un error ortográfico que tenía el texto y que me pareció le podía quitar credibilidad a lo escrito y no permitir que el artículo cumpliera su cometido pues daba interesantes consejos a unos jóvenes políticos del país, quienes se podrían agarrar del gazapo para desatender lo importante y menospreciar el consejo.
Pues bien, no habían pasado 3 minutos cuando recibí esta respuesta:
“Golcar: Conozco el castellano; estas cosas ocurren en el diarismo.
Siempre me abisma que haya gente atenta cazar gazapos pero, igual, agradecido.”
A mí me pareció un poco hostil su manera de responder, sobre todo tomando en cuenta que mi correo no contenía ninguna muestra de rudeza, de hecho en él le expresaba mi acuerdo con su postura y planteamiento y, de refilón, le recomendaba corregir el gazapo. Entonces le contesté:
“Así es. Y generalmente ocurre en los momentos menos oportunos. En el blog lo podrás corregir sin problema, si ya salió en el diario, no. Ojalá y dentro de las malcriadeces que están demostrando ellos, no se agarren del gazapo para no atender un buen consejo que les dan o desmerecer un excelente texto.
En realidad, no soy «cazagazapos» pero cuando los veo nada me cuesta hacer la corrección, cosa que sé agradecer cuando sucede con mis escritos. Saludos.
Golcar Rojas”
Inmediatamente, bajó la guardia, entendió que mi intención no era hacer daño y me respondió:
“Tienes toda la razón. Y, como adviertes, hay que estar atento porque, por un gazapo, desnaturalizan lo que quisiste decir.
Celebro entablar correspondencia.
Un saludo cordial”.
Generalmente, cuando hago alguna observación lo hago de manera privada, tratando de que quede entre la persona interesada y yo pues no tengo intención de “lucirme”, solamente que, cuando algo me parece que vale la pena, me gusta que quede perfecto para que pueda ser mejor apreciado. De hecho, si lo que veo me parece una real porquería, sencillamente lo desecho y no me molesto en corregir nada.
Algo similar me sucedió con una no sólo admirada periodista sino talentosa escritora a quien he aprendido a querer a través de twitter, pues su calidez y humanidad traspasa las pantallas que nos separan en el mundo cibernético y uno llega a sentirla tan próxima como a una hermana.
Ella publicó en su espacio en la web un excelente artículo que tenía algunos gazapos sin importancia y un error de concordancia que sí me pareció un poco más serio y que merecía ser corregido. Por mensaje directo se lo hice saber y su respuesta inicial fue similar a la contada con el escritor, me respondió palabras más, palabras menos, que los primeros errores mencionados eran simples problemas de “tipeo” y que lo otro estaba bien porque este texto lo había corregido fulano de tal, un intachable y renombrado profesor de Castellano.
Traté de bajar el tono, le expliqué mi opinión al respecto y al final tuvimos un agradable intercambio de ideas y desarrollamos una interesante y productiva amistad 2.0.
Creo que esos dos ejemplos sirven para ilustrar cuál tiende a ser la primera reacción que tenemos los venezolanos ante la crítica. Nos ponemos a la defensiva y tendemos a ofendernos incluso. En algunos casos, la reacción es simplemente no responder a la observación, como sucedió hace unos días con otra reconocida y admirada periodista a quien osé hacerle observaciones en un excelente texto y, en otros casos, pocos por cierto, agradecen instantáneamente el gesto y se apresuran a hacer la corrección cuando es posible, como aconteció con un joven y brillante escritor quien, además de agradecer la observación me preguntó acerca de alguna duda que la misma le generó.
Cuando veo programas de televisión o leo críticas en diferentes medios de países como España, Francia, Italia o Estados Unidos y veo que la gente llega a tener acaloradas discusiones y se lanzan fuertes críticas, observaciones que van mucho más allá de un simple error ortográfico o mala tecleada de letra y, al final, todos siguen tan amigos, se escuchan y aceptan las posiciones del otro aunque sean opuestas sin tomárselo como algo personal o como una ofensa e, incluso se agradecen humildemente las correcciones, me pregunto ¿por qué no podemos llegar los venezolanos a ese nivel de tolerancia?
Si observan con detenimiento este post, se darán cuenta que es una especie de «mea culpa» que espero me sirva de exorcismo pues, desde el comienzo, hablo en primera persona plural, escribo de “nosotros los venezolanos”. Sí, yo también, a pesar de innumerables y sostenidos esfuerzos y ejercicios de tolerancia para que no sea así, tiendo a tener reacciones como las que describo arriba, cuando me critican o corrigen. Entonces, la cólera me invade, siento una profunda rabia, quiero ser de sangre fría para asumir mis pifias, tener la humildad necesaria para agradecer las observaciones y detesto reaccionar de esa forma que me hace sentir tan troglodita, tercermundista y subdesarrollado.