Es normal sentir escepticismo sobre la calidad de la tercera. El interés de la primera se perdió con la segunda y no había garantía de redención a futuro dentro del esquema planteado por la franquicia, con el objetivo de hacerle la competencia a la Pixar.
Dreamworks apelaba a la velocidad del humor negro, heredado de la Warner, para marcar cierta diferencia con el sello poético y reposado de largometrajes como “Wall-E” y “UP”, cuya virtud residía también en las diferentes capas de lectura de su argumento.
Grandes y chicos eran invitados al festín semiótico y salían recompensados de la sala.
Por tanto, lucía difícil anticipar o preveer el giro de 180 grados aportado por “Madagascar 3”, a efecto no sólo de superar sus propios referentes, sino de brindar una resistencia digna a la hegemonía de su Némesis aliada a la Disney.
El resultado llega ahora a la pantalla con una de las mejores cintas en tercera dimensión del año, donde la técnica queda justificada desde el inicio trepidante hasta el desenlace surrealista.
Se acusa por lo general a la industria de abusar del recurso estroboscópico, para ofrecer un sucedáneo digital de la famosa cámara multiplano patentada por el viejo Walt, a la manera de un libro “pop-up” para niños.
Excepciones a la regla serían los logros visuales de “Avatar” y “Los Fantasmas de Scrooge”, al proyectar una ilusión distinta a la del pasado.
Ambas cintas sumergían al espectador en una suerte de estanque, de pecera virtual, destinada a estrechar los límites entre la profundidad de campo y el primer plano del encuadre.
Ya no aguardamos por un par de recompensas clásicas a la retina, bajo los estándares de la inmersión y la expulsión. La totalidad de la propuesta estética circundaba a la audiencia y le demostraba la diferencia con el régimen de la televisión en casa.
Forma creativa de conjurar el espectro de la piratería. Después, los maestros de la política de autor, pidieron permiso y le imprimieron su huella personal a la moda de Hollywood del tercer milenio. Es el caso de Martin Scorsese con “Hugo” y Win Wenders de la mano de “Pina”.
Así, la academia terminaba por aceptar, a regañadientes, el potencial, el valor conceptual escondido detrás de la imagen en tercera dimensión.
De ahí procede el espíritu de los tiempos ilustrado por “Madagascar 3”, juguete óptico del 2012, estrenado en Cannes, con tantos atributos animados como literarios.
De hecho, se buscaron a un genio independiente para encargarse de la escritura del libreto, Noah Baumbach, quien aprueba el examen con la mayor puntuación. Hablamos del responsable de “Greenberg”, “The Squid and the Whale” y “Margot at the Wedding”.
De igual modo, se le adjudica el crédito por firmar los textos de “Fantástico Mister Fox” y “The Life Aquatic with Steve Zissou”, al servicio de su amigo y compañero de generación, Wes Anderson.
Aunque usted no lo crea, varias de sus licencias y obsesiones trascienden en el armado de “Madagascar 3”, por medio de una trama beneficiada por su sentido tragicómico, marciano y melancólico de la vida.
En consecuencia, la pieza deriva de un conflicto transitado por la serie, el del cambio de contexto, para explorar por derroteros ajenos al paquete tradicional de la empresa.
Los personajes, los animales y las metas dramáticas son el pretexto para traducir con sorna la crisis del mundo contemporáneo, partiendo de África, saltando a la vieja Europa y concluyendo en los Estados Unidos.
Viaje de Sur a Norte, de Oeste a Este, diseñado para descubrir los problemas actuales de la globalización, según la perspectiva picante e iconoclasta de los impulsores de la obra, Eric Darnell y Tom McGrath.
Ellos cumplen con sintetizar la inmensa ironía y riqueza del papel de partida, a través de una catarata de gags brillantes y acertados, de guiños para adultos, de comentarios ácidos a pie de página, de citas cultas y de una narrativa impecable.
Al arrancar la función, aterrizamos en la utopía de consumo de lujo de Monte Carlo.
Allí los mamíferos caen en un Casino Royale y lo destrozan junto con la ciudad, al ritmo del montaje de choque y paralelo.
La obertura constituye una sátira del género de espías, de persecuciones a campo traviesa y de la acción posmoderna, a la usanza de las cámaras lentas de “The Matrix”.
Conocemos a la villana de la galería, una policía francesa de armas tomar, peleada con la alteridad y ofuscada por la idea de darle caza a los reyes de la selva, para guardarlos como trofeos o devolverlos al cautiverio.
Vislumbramos una evidente crítica a la xenofobia gala y al sistema implementado por Zarko, para contener las olas migratorias de la periferia. Único defecto de la caricatura: nos regresa al cliché antifeminista de la satanización de la mujer. Además, expresa la típica visión americana de la cultura del país de “Medianoche en París”. Postales para armar y desarmar.
Por fortuna, el reparto de los golpes es democrático y nadie se salva de la deconstrucción. Tampoco la comunidad anglo ridiculizada con la estampa de un acaudalado promotor de espectáculos, disfrazado de vaquero blanco y secundado por un águila imperial.
“Madagascar 3” basa la efectividad de sus chistes en la parodia y revisión de estereotipos fijos del dominio público.
Los revierte y los utiliza para burlarse de las desconexiones del planeta, metaforizadas en el símbolo de un “circo” en decadencia.
El propósito de los héroes accidentales, es reflotar el espectáculo rodante venido a menos, para retornar con él al zoológico de Nueva York.
En el camino establecerán relaciones con una foca italiana, un tigre ruso acomplejado, una osa siberiana gruñona y unos perros españoles.
Arquetipos freak de la parada de los monstruos por resucitar de los escombros. Los curiosos socios de una alianza para el progreso.
Por supuesto, el circo triste y en quiebra funge de vitrina del espacio exterior, del colapso económico de los indignados.
La broma consistirá en recuperarlo por ensayo y error, por casualidad, gracias al arribo del felino y sus colegas de ruta, incluyendo a los divertidos y deslenguados pingüinos, verdaderos motores de la incorrección política y de la insubordinación general.
Para el recuerdo, sus intervenciones de diálogo.
Aparte, explotamos de la risa con una alusión al gorrión kistch y cursi de Édith Piaf. Para rematar, se eleva el nivel de la puesta en escena, al compás de un secuencia desarrollada en el Vaticano con música de Andrea Bocelli. Memorable.
Al final, ocurre un interesante cruce de patrones y modelos férreos. El tigre ruso reivindica a los suyos y los conduce a la Gran Manzana. Respuesta a la ecuación binaria de la guerra fría.
En el desenlace, los animales prefieren vivir en libertad a padecer la muerte lenta del cautiverio.
Sucede el milagro de un clímax estupendo en homenaje al Circo del Sol, pero guiado por las especies convocadas para el encuentro de razas, colores y nacionalidades.
Los pequeños bailan en la sala y los padres mueven el esqueleto. Un “happy ending” musical contagiante.
Digna apuesta por el futuro de la diversidad y del séptimo arte como lugar de integración de las divergencias.
Lástima por la exclusión de los franceses del cuadro del cierre.
De repente, ellos se lo ganaron por subestimar a los americanos con sus películas animadas como “Las Tripletas de Belleville”. De seguro, la venganza no es la salida del túnel.
Sea como sea, es clara la pugnacidad.
Al margen del tema, “Madagascar” justifica su continuación en la cartelera.
Es una apología de las mutaciones y de las fusiones en curso.
Ejemplo de madurez y de comprensión de los asuntos morales de la época.
Ojalá hayan guardados algunos alucinógenos más para la próxima película
jajajajaja
Un abrazo!