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Sobrevivir con 78 años a Cadivi y la banca en Venezuela

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Para que tengan más claro lo que voy a contar en este relato kafkiano, haré una corta descripción de los personajes que intervienen para que puedan tener una visión más completa de lo que narro en este post.

Se trata de 2 viejos. El de 78 años. Su esposa de 76. El solo tiene la cuenta bancaria donde le depositan su pensión del Seguro Social, que no sirve más que para ese fin, y una que no utiliza ni sabe cómo hacerlo en el banco Provincial que se abrió para poder tener una cuenta en la que Fogade le depositara 2 mil bolívares que era todo su capital y que corría el riesgo de perder a manos del Estado cuando este le puso sus garras al desaparecido y metamoforseado en Bicentenario, banco Federal.

Ella tiene dos tarjetas de crédito de las que solo sabe que puede sacarlas para comprar y una cuenta corriente en el Mercantil que le quedó de los tiempos en que trabajaba en un colegio. De todo esto, la señora no tiene ni idea de cómo se maneja y ni siquiera sabe prender una computadora y entrar a internet. Es más, por más que hemos buscado mil formas de explicarle cómo funciona la adjudicación de los dólares de Cadivi, no hay manera que lo entienda. Ha llegado incluso a preguntar, dentro de su confusión, de cuánto es el bono que Cadivi le aprobó.

El tercer personaje en esta historia es el «nalgasprontas» que escribe, quien se ofreció a ayudarlos para hacer los trámites bancarios para solicitar los cupos de Cadivi, de manera que pudieran llevar cada uno 500 dólares en efectivo y activarle el cupo de compras con tarjeta en el exterior a la señora, para un viaje que les regaló su hija que vive exiliada en Estados Unidos y quien quiere, luego de casi 3 años sin verlos, pasar una navidad junto a ellos.

Por razones que escaparon a los viejos y a mi, la renovación de sus pasaportes se retrasó y vinieron a tener en sus manos el nuevo documento cuando ya estaban en el límite de tiempo establecido para hacer los trámites de Cadivi. O sea, la carrera de obstáculos que debíamos emprender era, además de ardua, contra reloj. Por esa razón, y tomando en cuenta lo engorroso que resulta hacer las correspondientes carpetas para las solicitudes y para evitar perder tiempo por errores cometidos debido a mi falta de pericia al organizar las benditas carpetas, decidí contratar los servicios de un experto en la materia, quien me cobraría unos 350 bolívares por tenerme las carpetas hechas tal y como las exige Cadivi.

(Si quien lee esto vive en un país desarrollado y del primer mundo, o en uno subdesarrollado pero sin control de cambio, le suplico no intentar entender nada, solo lea y no se complique la vida porque ni los venezolanos terminamos por entender nada. Si tiene algún venezolano al lado, pídale que le trate de explicar de qué carajo estoy hablando.)

Al día siguiente de contratar el experto, me llama y me dice:

-Hay un problema. La señora está registrada en Cadivi y necesitamos el correo electrónico y la clave con los que hicieron el registro para poder hacer la solicitud.

¡Empezó Cristo a padecer!

Recordé que, efectivamente, hacía unos 3 o 4 años, a ella le habían hecho el registro para comprar unas cosas por internet, pero ni ella, ni yo, ni siquiera quien la registró, teníamos la más mínima seña de los datos. Intenté con todos los posibles correos que se me ocurrieron y nada. Consulté a Cadivi vía e-mail y por twitter para ver qué se podía hacer en ese caso y nunca respondieron. En la noche, por fin, me avisó la hija de la señora que había una forma de pedir cambio de correo, me dijo que uno debía, para tal fin, descargar una planilla de la página de Cadivi y llevarla al banco.

A la mañana siguiente me fui donde el experto y le comenté lo que debíamos hacer. El me contestó:

-Si. Hay que hacer una carpeta como las de Cadivi con la planilla y copia de Cédula y otros documentos y llevarla al banco.

-Para luego es tarde -dije-. Hágame la carpetica para el Mercantil y, mientras, yo voy a pedir la cita en línea al Provincial para pedir los dólares del viejo que se hará por ese banco.

Nos pusimos manos a la obra inmediatamente, el tiempo corría y los lapsos impuestos por el régimen de administración de divisas se nos echaban encima, pero resultó que la página del banco Provincial no me daba la opción de solicitud de efectivo para viaje. Me lancé al banco, mientras el experto me terminaba la carpeta. Llegué a la taquilla y la respuesta fue:

-Si el señor no tiene tarjeta de crédito, la página no le da la opción porque para solicitar el efectivo tiene que solicitar el cupo de tarjeta primero.

-¡No puede ser! -digo asombrado- ¿o sea que no puede el viejo pedir sus 500 dólares para viajar?

-Tendría que hacerlo por un banco del Estado, en vista de que no posee tarjeta de crédito con el Provincial -fue la seca respuesta que recibí.

(Después me enteré que esa es una resolución que al parecer comenzará a regir a partir de enero de 2012 y que no sé por qué motivo el BBVA Provincial ya empezó a aplicar. Le consulté por Twitter a la entidad bancaria al respecto y aún espero respuesta.)

Mientras iba a buscar la carpeta del cambio de correo para llevarla al Mercantil, llamé a un amigo gerente de un Bicentenario y le comenté lo sucedido con la solicitud de efectivo para el viejo. Me dijo que, efectivamente, por su banco se podía hacer pero necesitaría abrir una cuenta bancaria allí.

-Para «aperturar» (dijo, como dicen en la jerga bancaria) la cuenta necesita: dos referencias personales con fotocopias de las cédulas de identidad de quienes la firman, copia de la cédula del titular y un recibo de algún servicio a nombre del viejo.

Le expliqué que el único recibo de servicio que tienen es el de electricidad y  está a nombre de su esposa. Tienen una línea prepago de teléfono que funciona con tarjeta, y el servicio de televisión por cable está a nombre del hijo que vive en el apartamento de arriba.

-Tendría que traer el acta de matrimonio- Dijo.

Pensé: «¡Hace 58 años que se casaron en Nicaragua! No me veo llamando a nadie en Centroamérica para que me consiga el documento y, además, no tengo tiempo. Tengo que conseguir otra solución»

-Gracias, amigo. Ya veré cómo soluciono. -Le dije y colgué recordando que mes y medio atrás, en Estados Unidos, abrí en 20 minutos una cuenta con 100 dólares y el pasaporte, sin más problema que el que me podía suponer el uso del inglés.

Aparté por un momento el caso del viejo, agarré la carpeta de cambio de correo que ya estaba lista y me enrumbé al banco Mercantil a esperar con la vieja 3 horas a que llegara nuestro número para ser atendidos.

Si, 3 horas de espera y fue la vez que esperamos menos tiempo porque, después, fue mas dilatada la estadía en el bendito banco. Es que la taquilla preferencial, que tiene un dibujo de un bastón que se supone es para dar prioridad a la tercera edad, no es válida en ese banco para personas de 76 años. Para ser atendidos por allí, usted tiene que llegar en una camilla y con suero endovenoso. Tener solo 76 años no lo hace apto para la «preferencia».

En esa oportunidad esperamos sólo 3 horas porque llamé a una amiga gerente quien habló con la empleada y esta, de mala gana, nos atendió antes de que saliera nuestro número. Nos sentamos, entregamos con cara de triunfo la carpeta y nos dicen:

-¿Dónde está la cita?

-¿Qué cita? -Pregunto, a punto de llanto.

-Para pedir cambio de correo electrónico también tiene que pedir cita por internet en la página del banco y anexarla impresa en la carpeta.

Me miró con ironía y agregó:

-Y sin cita sí es verdad que nadie podrá ayudarlo.

Senté a la vieja en una silla y pegué la carrera a un cyber para pedir la dichosa cita.

-Espéreme que ya vengo.

Nada. El sistema me daba la cita para el día siguiente en otra agencia. La pedí para esa fecha y, derrotado, me fui a recoger mi vieja al banco.

Cuando ya estaba a punto de salir de la agencia, se me ocurre decirle a la mujer que nos atendió:

-La página me dio cita para mañana en otra agencia.

-Mañana es bancario regional, la agencia no trabaja.

-¡Pero el sistema me dio cita!

-En el sistema no salen los feriados regionales. Solo los nacionales. Déjeme llamar a esa agencia a ver si van a recibir esas solicitudes.

Llamó y, efectivamente, le dijeron que trabajarían solo las taquillas de pago. Que para trámites de Cadivi no.

Me fui de vuelta al cyber a cambiar la cita para el 21. En el camino iba pensando cómo resolver lo del viejo. Entonces se me ocurrió que la solución era anexarlo a él como titular en la cuenta de su esposa pues ya me habían advertido que si la cuenta no tenía por lo menos 6 meses abierta, no podría solicitar Cadivi.

Decidido, el 21 iría al banco con los dos viejos. Solicitaría el cambio de correo e incluiría al viejo en la cuenta de su esposa. Todavía quedaban 12 días para el viaje así que no debía perder las esperanzas.

No me pregunten qué pasó ni por qué. Aún no entiendo qué me sucedió que no vi la fecha de la cita cuando la imprimí.

Llegamos al Mercantil el 21, carpeta en mano y referencias personales, copias de cédulas, recibo de enelven listos para hacer las diligencias. Tomamos número de la tickera. 51 personas por delante. 10 y media de la mañana, respiramos profundo y dijimos: «Bueno, paciencia, hoy salimos de esto». Nos sentamos.
Dos de la tarde. Llaman nuestro número. Presentamos primero la carpeta de solicitud de cambio de correo electrónico. La mujer revisa y dice:

-La cita es para mañana.

-¡Nooooooooo!

Cerró la carpeta y me la devolvió.

-Bueno, vamos a hacer la inclusión de la firma del señor en la cuenta. -Digo, tragando grueso.

La mujer aplastó su voluminoso y celulítico trasero en la silla, dejo caer sus lentes hacia la cicatriz que le parte la punta de la nariz en dos y se dispuso, literalmente, a joder.

Con toda la calma y lentitud del mundo empezó a revisar los papeles. Al llegar al recibo de electricidad dice:

-Es de agosto. Necesito uno más reciente, por lo menos de septiembre.

Tomó las copias de las cédulas y dijo:

-Las copias no están muy claras. No se ven bien. Traiga otras. Le guardo el número media hora y me trae un recibo más reciente y las copias más claras de la cédula.

Senté a los viejos una vez más y salí a Enelven a pagar el recibo para que me quedara una factura del mes actual y luego a sacar las copias de las cédulas nuevamente.

En 20 minutos estaba de regreso en la agencia, entrego los papeles y dice la mujer:

-Esta es una factura de pago, no es un recibo de servicio. No sirve. Y en la copia de su cédula la «G» inicial, parece una «C». Tampoco sirve.

Le digo que no puede ser, que en esa factura están todos los datos. Nada. Me mira por encima de los lentes y me manda a hablar con la Coordinadora de Servicios, esta llama a la mujer y al final, yo tengo que salir con los viejos, camino a su casa a buscar bajo las piedras el bendito recibo. Como la ley de Murphy siempre se da rigurosamente y lo que pueda salir peor, saldrá peor, al llegar al apartamento, buscamos y no conseguimos el recibo por ningún lado. Al rato, me dice la viejita un poco apenada:

-¡Aquí esta!

El recibo actual de Enelven lo tenía en su cartera, la misma que llevaba con ella todo el día pero no lo recordó en el banco cuando nos echaron para atrás los papeles.

Para las 3 de la tarde estábamos de vuelta en la agencia, con todo lo requerido. La mujer con santa paciencia empezó a procesar la solicitud al tiempo que texteaba por el celular y atendía llamadas telefónicas. Poco le importaba que nosotros a las 4 de la tarde no hubiésemos almorzado ni que los viejos tuvieran ganas de ir al baño. Actuaba lentamente, como si se hubiese pasado en la dosis de sedantes.

Por fin, salimos del infierno, contentos de haber podido por lo menos, en unas 5 horas, hacer un solo trámite.

El día siguiente, 22, el viejo fue a una agencia a llevar su carpeta y la vieja a otra. No hubo manera de que el sistema automatizado me otorgara las dos citas para la misma agencia. Cuando el viejo llegó estuvieron a punto de devolverlo porque en la pantalla del computador no les aparecía la cuenta pues, con la inclusión de la firma, no se sabe qué pasó que la cuenta estaba como en un limbo. El se puso en sus trece y dijo «no me voy hasta que me reciban la carpeta» y, al rato, quien lo estaba atendiendo le dijo:

-Yo voy a cargar los datos y si el sistema lo acepta, pues le recibo la carpeta. Si no, tendrá que ir a la agencia donde abrió la cuenta.

Esto, a sabiendas de que si el viejo se aparecía en la otra agencia sin tener cita para allá no sería atendido. Afortunadamente, el sistema cargó los datos, eso sí, no le dieron muchas esperanzas de que tenga los 500 dólares que le corresponden para la fecha del viaje pues, al sacar la cuenta, ya estaban corriendo los 7 días hábiles límite para hacer la solicitud.

La vieja llegó a las 8 de la mañana a dejar su carpeta, con la mala suerte de que un dato de la bendita planilla de solicitud estaba errado y tuvo que salir a buscarme para arreglarlo. Lo enmendé y a los 40 minutos estábamos de vuelta en el banco. Tomamos un nuevo número de la tickera y marcaba 55 personas por delante. Hablé con quien la había atendido temprano, le expliqué que ya estaba arreglado que por favor le aceptara la carpeta.

-Tiene que tomar un nuevo número y esperar su turno. -Fue su amable respuesta.

Hablé con otra chica un poco menos antipática que los otros y me dijo que no podía que tenía que esperar su turno. Le dije que sí podían, que cuando ellos querían podían porque más de una vez que delante de mi habían pasado gente por encima de los demás sólo porque eran sus amigos. Senté a la viejita en una silla y le dije, «espere que aparezca su número en pantalla», yo tenía que ir a atender mi trabajo que ya había descuidado por tres días por tratar de ayudarlos.

A la una y media de la tarde, me llamó para decirme que ya, por fin, había podido entregar la carpeta. Ahora está a la espera de que le cambien el correo para procesar su solicitud de compra con tarjeta en el exterior con la esperanza de que se la aprueben aun cuando ella ya se encuentre en Estados Unidos. De lo contrario, no contará ni con los 500 en efectivo, porque por las fechas ya no tiene chance de solicitarlos ni con la cantidad que Cadivi tenga a bien asignarle para sus tarjetas, a menos que bajo cuerda se consiga alguien que le active el cupo por los «caminos verdes», que ya me han dicho que hay personas a las que se les paga y lo hacen. De no ser así, los viejos tendrán que pasar sus días en el «imperio» a expensas de su hija y su yerno sin poder comprar ni siguiera un rollo de papel higiénico por cuenta propia y sin tener que pasar por la incomodidad de pedirle dinero a quienes los invitaron y les pagaron el viaje.

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