Proyecto X: Animal House 2.0

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Año 1995. Larry Clark conmociona al Festival de Cannes con la crónica despiadada de una juventud sin futuro en “Kids”, cuyo guión corre por cuenta del niño terrible de la época, Harmonie Korine.

La cinta deviene en film de culto gracias al mercado del VHS. El director es fotógrafo y sabe retratar, con afecto y sentido crítico, el inmenso extravío de los chicos de los bordes, de los guetos del sueño americano.

Varias figuras y estrellas independientes surgen de allí: Rosario Dawson y Chloë Sevigny, por ejemplo. Los protagonistas solo querían parrandear, montar patineta, consumir drogas y tener sexo sin protección. El amor ya no existía.

Al final había una fiesta, una suerte de orgía colectiva, y los personajes se contagiaban mutuamente el virus del SIDA.

Era el castigo bíblico, proporcionado por el realizador, al grupo del reparto por su indolencia, apatía, descuido y precocidad. Los entendidos acusaron de moralista el desenlace.

“Proyecto X” es su versión censurada, líquida, multimedia, mainstream y de realidad aumentada, donde el riesgo del VIH carece de importancia para la trama. Nadie lo menciona dentro de la loca evasión de la puesta en escena.

Los tiempos cambian. Hollywood se adapta tarde, y por compromiso demagógico, a los adelantos de la vanguardia underground.

No en balde, la pieza retrocede al mismo período de los noventa, para fusilar los mandamientos y códigos del movimiento Dogma, al calor de su normalización por medio de las redes sociales.

Volvemos así al espacio formal de “Los Idiotas” y “Festen”, pero al margen de la dureza conceptual de las obras de Lars Von Trier y Thomas Vinterberg, quienes exponen el colapso de la civilización occidental a través de una técnica desprolija, en protesta contra la hegemonía “qualité” de la industria europea y danesa.

Ahora la meca y youtube naturalizan o banalizan el recurso anterior, al extremo de convertirlo en la moneda corriente de internet, Facebook y la cartelera.

Por consiguiente, “Proyecto X” se adscribe al subgénero de moda en los estudios para sacar partido del público adolescente: el falso documental aparentemente grabado por aficionados y aprendices, a la manera de “Cloverfield” y “Poder sin Límites”, experimentos de probado éxito en la taquilla.

Los fabricaron con el propósito de sondear la respuesta de la audiencia ante el apogeo de propuestas similares de la talla de “Open Water”, “Actividad Paranormal” y la cismática, “Proyecto de la Bruja de Blair”, cocinadas en la periferia del sistema. Hoy son propiedad de las grandes majors. La transformaron en franquicias, las neutralizaron y las vaciaron de contenido.

Verbigracia, “Proyecto X” carece de la mínima dimensión política.

Su grito de resistencia apenas se diluye y aprovecha como una reafirmación hedonista de una generación reprimida por su entorno de padres y representantes.

Ellos defienden y pelean, como los Beastie Boys, por su derecho a salir de farra y acabar con los trapos.

Posiblemente, el mérito del hombre con la cámara al hombro radica en mostrar la auténtica falta de “proyecto” de una suerte como de generación “X”, ausente de complejos y de los dilemas melancólicos de los hijos de la denuncia, del alegato, de la elegía de Gus Van Sant en “Elephant”.

Aquellos destruían su escuela de Columbine por venganza y represalia.

Los perdedores de “Proyecto X” incendian su vecindario, para llamar la atención del sexo opuesto, subirse el rating en la escala de popularidad, ganarse el afecto de sus objetos de deseo y alcanzar el prestigio.

Se plantea una curiosa apología complaciente del terrorismo canónico y histórico, cuando Eróstrato quemó el templo de Artemisa para conquistar la fama.

“Proyecto X” juega con la papa caliente de asumir una postura condescendiente frente al responsable del cataclismo. Primero, lo condena a la resaca y al ratón existencial delante de su progenitor. Después, lo recompensa en el reencuentro con sus amigos del colegio, mientras su pareja lo besa en la boca.

Encima, el happy ending promete la secuela.

En su completo descargo, el guión jamás se toma en serio la nulidad del argumento “aclichetado” y ofrece una inmensa válvula de escape para la exacerbación del humor negro y del teatro del absurdo, inspirado en los hitos de los setenta y ochenta, “Animal House” y “Porky’s”, las fantasías eróticas y dionisíacas instauradas a objeto de saciar los apetitos y los instintos carnales de la demanda conservadora, puritana y cautiva.

Mutatis mutandis, “Proyecto X” basa su efectividad en la escogencia de un casting con olor a futuro de alfombras rojas y descendencia de la clase de “Superbad”. Hay un trío clonado del ADN de Michael Cera, Jonah Hill y Christopher Mintz.

La buena noticia es el arribo de la sangre fresca aportada por el monstruo de Oliver Cooper, especie de motor fuera de borda del elenco. Le dicen “Costa”, luce como un nieto del “John Blutarsky” de Belushi y se encarga de organizar el guateque demencial, épico.

A Joel Silver y Todd Phillips, promotores del caos, le debemos dar el crédito por coordinar el levantamiento del máximo parque temático de la rumba nocturna, del exclusivo gusto de los clientes de “Downtown Disney”, de los encierros salvajes de las fraternidades y de los adultos nostálgicos por el despelote del spring break, satirizado con violencia por Alexander Aja en “Piraña”, disección sarcástica del montaje de un video de “Girls Gone Wild”. A su lado, “Proyecto X” es un chiste colorado aunque mutilado.

Le cortan las partes “indecentes” a la luz de la edición MTV y publicitaria de un comercial de «American Eagle». Brillante por demás en el uso del ralenti, la música de fondo y la reconstrucción del ambiente.

Lo peor: su oportunismo, su recato, su relato predecible, sus ganas de quedar bien con dios y con el diablo, su tufo de rebeldía en venta, de mercadeo de lo cool, de integración del apocalipsis.

Extrañamos al Russ Meyer del filón “nudie” de los sesenta.

Lo mejor: brindarnos hora y media de excesos en lenguaje, actitud y mala conducta.

Le garantizo fortuna en un país amordazado por las tenazas de la Lopna y la ley Resorte.

Mención aparte: el soundtrack. Puro Eminem, Krump, Gangsta Rap, Tecno y Metallica.

Provoca meterse en la pantalla y participar de la caída de Babilonia. Me iría demasiado.

Los guardias de seguridad se roban el show.

Cada detalle en la casa es de una impresionante poesía mutante.

No le agradará a los ortodoxos.

Yo la disfruté a pesar de sus limitaciones.

Morí de la risa con el enano y el Gnomo.

Con el narco forzaron la máquina de la verosimilitud. Lástima por el plagio a “Pineapple Express”.

Lo del perro y el éxtasis se los dejo como sorpresa.

Altamente recomendable, si usted no es un estirado, un tipo solemne.

Viaje iniciático ideal para crecer y aprender a quemar etapas.

Triste si no lo superas.

Con ustedes, la fusión de «American Pie», «Jackass» y «Rec».

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