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Maite Delgado y yo

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Foto tomada de la WEB

Entre corte y corte de la grabación de «Aprieta y gana», en Venevisión, Maite Delgado se me acercaba y empezaba con su rosario de quejas. La pobre me decía que sufría más que Verónica Castro en «Los ricos también lloran». Estaba más flaca de lo habitual, demacrada y ojerosa.

-¡Chico, es que no hay derecho! -Decía con la mirada dirigida hacia el suelo y los hombros desmayados hacia adelante- ¿Por qué los ejecutivos del canal me ponen a hacer esto? Me siento más desubicada que Iris Varela en una fiesta de 15 años en el Country Club.

-Pero habla con Hugo Carregal, dile que tu quieres hacer otro tipo de programas, plantéale tu proyecto de entrevistas en el metro.

-Si se lo he dicho un montón de veces -gemía entre sollozos la rubia platinada Evolutión 11.11 de Alfaparf-. Les he dicho a todos que ya yo estoy muy vieja para esta vaina. Que eso son Winston y Viviana que por la plata y por mantenerse en pantalla son capaces de hacer cualquier ridiculez frente a la cámara, que yo no. Pero, nada, no tiene caso, no me paran bolas. ¡¿Te imaginas si el Príncipe de Asturias con quien hasta fotos tengo por ahí, me viera en estas?!

En esas estábamos. Ella pensando en el heredero del trono de España y yo diciéndole que coño, que debía hablar con el Noticiero Venevisión para que enviara una unidad a La Guajira y que informaran de la grave situación que se está viviendo en la frontera desde que Chávez le dijo a Santos que le echaría plomo a los guerrilleros si se atrevían a venirse a este lado de la frontera.

-Imagínate Maite, están deteniendo a los wayuu porque diz que protegen a los guerrilleros de las FARC y les allanan las fincas a los pequeños y medianos productores buscando armas y «evidencias» de que ocultan irregulares. Los pobres no entienden nada…

-Ya no sé qué hacer, Golcar. Cada vez que digo «FamiIiiiliaaaa», me siento de un ridículo -y pestañeaba a mil por segundo-. Y esos jueguitos absurdos como para oligofrénicos. Ya ni el omeprazol dos veces al día me calma la acidez.

-Ellos me dicen: «Hasta hace un mes venían aquí unos tipos del gobierno con franelas rojas a decirnos que le diéramos a las FARC todo lo que necesitaran porque ellos eran los que nos iban a defender a los campesinos, a los indígenas y al país entero, del imperio cuando mandaran a sus Marines a invadirnos. Y, la verdad sea dicha, desde que los guerrilleros llegaron, los delitos en la zona bajaron casi a cero. Ellos no permiten robos ni asesinatos porque no quieren que la policía venga a molestar. Así que estábamos hasta contentos con ellos aquí porque el pueblo estaba tranquilo y, de la noche a la mañana, la frontera se volvió un infierno y la Guardia, que antes se echaba los palos con la guerrilla, nos joden a nosotros que no tenemos defensa para hacer la pantalla de que combaten a los irregulares». Maite -decía yo insistente-, a esa gente hay que ayudarla.

-Dígame cuando empiezan con la vainita del «Táaanganaaaa». Dios, qué ridícula me siento dando brinquitos por el estudio. ¡Ni que tuviera 20 años!

Terminando hablar Maite y justo cuando le iba a dar detalles de la situación en Machiques con el contrabando que es de lo que viven desde hace muchos años gran parte de los integrantes de la etnia wayuu, se fue la luz en el estudio.

-Tranquilos, no se dispersen, quédense donde están -gritó por un megáfono el coordinador de piso-. Es el racionamiento eléctrico de dos horas que esta semana nos toca de 3 a 5 de la tarde, pero ya van a poner a funcionar la planta y continuamos con la grabación.

Llegó la luz a los tres minutos y a lo que se encendieron los reflectores, vi como  un hombre de flux negro, acompañado de una mujer gorda, bajita y con más coroticos de oro colgando del cuello, los brazos y los dedos, que La Chinita, eran esposados dentro de la tribuna del público. Evidentemente, eran hermanos porque eran casi idénticos.

Yo pensé que se trataba de una ridiculez más de las del programa pero cuando iban pasando por mi lado el hombre me señalaba levantando las dos manos esposadas frente a mi y me gritaba furioso:

Fuistessss tu. Tu nos denunciastessss. Me he quedado con tu cara!

Entonces, pude distinguir tras los lentes Armani gigantes que les tapaban casi todo el rostro, a mi ex compañera de estudios Lissette y a su hermano Federico. Dos chavistas furibundos que hasta hace 6 años no tenían medio en el bolsillo y que se enchufaron tan bien con la revolución, con Conatel y con PDVSA que, de vivir en un rancho en el que se filtraba el agua por el techo cuando llovía y se le desbordaban las cañerías, pasaron a vivir en La Lagunita, y se movilizaban en un Cadilac con chófer.

Tuve tiempo de detallarlos completamente mientras los sacaban a empujones del estudio diciéndoles corruptos, malnacidos y queriendo darles coscorrones. No había nada que no fuera de marca en sus cuerpos. El Flux de él, como los lentes, eran Armani, su corbata rojo revolución era Louis Vouitton sobre una Chemise Lacoste, también roja y las medias blancas que se asomaban entre el negro del pantalon y de los zapatos Polo, eran Nike.
Ella llevaba un vestido Donna Karan floreado que la hacía ver más rechoncha de lo que es y unas sandalias romanas doradas de Versace amarradas hasta la rodilla. Cada cosa por separado era hermosa pero todo junto y en pareja les hacía rugir el rancho cerebral y no podían esconder su nuevo riquismo.

Cuando miré a Maite, las lágrimas corrían por sus mejillas. Sollozaba sentada en su silla. Entonces, dijeron:

-¡Cinco y acción!

La animadora se levantó de un brinco. Sonrió con su mejor sonrisa Odontosalud, y sin apenas notarse su sufrimiento dijo a la cámara:

-¡Famiiiliiia! Bienvenidos de vuelta a su programa preferido Aprieta y gana…

Yo me desperté cagado de la risa pensando: «No hay derecho a que yo sueñe estas güevonadas».

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