Memorias de un viaje a la isla – Crónicas de Cuba (I)
Golcar
En los últimos días he seguido muy atentamente la situación de la bloguera cubana Yoani Sánchez, en lo relacionado con su imposibilidad de asistir a la ceremonia de premiación en la Universidad de Columbia para recibir la mención especial del premio María Moors Cabot que le fuera conferida por su blog Generación Y.
He leído algunas de las publicaciones que la balsera virtual ha hecho en su blog y sobre todo, he seguido sus comentarios en Twitter y observado algunos de los videos que ha subido a la red, en especial, el último «Cantarles las cuarenta» grabado cuando asistió (el 12 de octubre) a la Oficina de Inmigración y Extranjería de Cuba para verificar si le habían otorgado el permiso de salida y, como ella misma dice, comprobar que seguía en el mismo sitio.
Su permiso de salida seguía siendo negado sin dar ninguna explicación. El régimen cubano, una vez más, no le permite salir de la isla, sin darle siquiera una explicación y un por qué.
Al ver su situación, me vinieron a la mente los recuerdos de un viaje que hice a la isla caribeña en 1990, para asistir al Festival de Cine Latinoamericano que anualmente se lleva a cabo en Cuba y decidí escribir estas crónicas sobre mi viaje a La Habana.
Como el cuento es largo, las publicaré por partes, primero para no aburrir con una larga historia y segundo para ir haciendo el recorrido mental por esos ocho días intensos que viví en la tierra de Martí.
FLASH BACK – diciembre, 1990
Yo estaba recién graduado en Comunicación Social, trabajaba en la Universidad de Los Andes y tenía frescas las ideas del socialismo que nos emocionaban cuando éramos universitarios. Me sentía ansioso por conocer la patria de Fidel y ver de cerca la maravilla que podía ser el sistema socialista.
Así que, preñado de ilusiones, me enrumbé por ocho días al Festival de Cine, en un viaje financiado a pagar en dos años, con más intenciones de conocer de cerca La Habana que de encerrarme en los cines a ver películas.
OBSCURIDAD TOTAL
Lo primero que me asombró al bajar del avión y subir al autobús que nos llevaría al hotel Vedado, fue la obscuridad en la que estaba sumida la ciudad. Eran cerca de las once de la noche, y no podía creer que estuviera llegando a la capital de un país, con esas calles en tinieblas y solitarias.
El autobús hizo una primera parada en el hotel Deauvill para dejar al lote de venezolanos que se hospedaría allí. Entonces, recibí la segunda sorpresa del viaje: en una edificación en frente del hotel, amparadas por la obscuridad de la calle y tras unas columnas, se encontraban dos mujeres. Una era mayor, según pude distinguir y la otra bastante joven, vestida con una minifalda roja con lunares blancos, una blusa descotada y una cartera terciada al brazo.
No me pude contener y le comenté al amigo que iba en el asiento a mi lado:
-¿No que en Cuba no hay, prostitución? ¡Pues, esas son putas, aquí y en cualquier país del mundo!
En ese momento comencé a sentir que algo no encajaba con la visión que yo llevaba de La Habana y la realidad que se me estaba mostrando.
SI TU SUPIERAS LO QUE COMO YO
Al día siguiente, me levanté, me bañé con agua bien caliente y agarré calle sin ningunas ganas de ir al cine. Bajé a desayunar y me pareció que la comida tipo buffet estaba bastante aceptable y abundante. La servía una señora de unos cuarenta y tantos años. Cuando me sirvió mi ración le dije «oye, pero que pichirre. ¿por qué me pone tan poquito?»
-¡Ay, mimí!- forma cariñosa que tienen los cubanos para llamar a la gente- si tu supieras lo que tengo que comer yo-. Dijo la señora y me pareció que se le aguaron los ojos. Ante lo cual, sonreí apenado, dí media vuelta y me fui a la mesa. Ya empezaba a notar como una opresión extraña en el pecho.
Tomé mi desayuno y empecé a caminar por esas calles de La Habana, rumbo hacía el Malecón.
Las avenidas, aunque en buen estado, tenían muy poca circulación de carros y me llamaba la atención lo viejo de los modelos, los más nuevos eran los rusos Lada. Entonces me percaté que la ciudad toda era como si se hubiera detenido en el tiempo.
Las edificaciones más nuevas eran de los años sesenta, una arquitectura hermosa, pero bastante deteriorada.
Entonces, tuve la sensación de que estaba realizando un viaje al pasado…