“Battleship” se basa en el popular juego de mesa de Hasbro, donde los combatientes buscan adivinar los movimientos de sus adversarios para hundirles la flota, a punta de misiles, obuses y fuegos de cañón.
El chiste de la película consiste en recrear el mismo esquema con efectos especiales de última generación. Aquí los extraterrestres sustituyen a los enemigos y las técnicas artesanales son representadas por medio de los códigos de la industria del video game, bajo una historia de escasa definición e identidad devorada por las aguas turbulentas de la producción colosal, amén de un presupuesto de 200 millones de dólares y un reparto encabezado por Taylor Kitsch, quien protagonizó la crisis de la Disney con “John Carter”. La bancarrota del año.
Por ello, los promotores de la cinta hacían prever y anticipar lo peor antes de su estreno. Sin embargo, el largometraje respondió por encima de las expectativas en el enfrentamiento con la taquilla dentro y fuera de Estados Unidos.
Aun así, el resultado dista de convencer a los entendidos. Con razón, le reclaman a su director, Peter Berg, el hecho de vender su alma al diablo de la alianza de Hollywood con el Pentágono, para filmar una fantasía bélica del gusto del poder económico, político y cultural.
No es para menos.
La pieza cumple a cabalidad con los cánones del peligroso y tristemente célebre cine de la seguridad nacional, derivado de la tendencia del rearme moral de la era Reagan y reactivado por el impacto social del 11 de septiembre.
Propaganda para la imagen de Obama y de los responsables de las campañas militares en curso, desde Irak hasta Afganistán. Publicidad comercial por emplazamiento de marcas y sellos registrados, apoyada con logística y dinero de la institución castrense.
Movida estacionaria de fácil instrumentalización por parte de las autoridades del gobierno y el estado. Operación de levantamiento de la estima nacional y patriótica, para justificar el sacrificio de las tropas en terreno comanche, a costa de las banderas falsas del heroísmo.
Incluso, los veteranos y los mutilados en campo de batalla, fungen con orgullo de carne de cañón durante el cierre kamikaze y suicida de la función.
Posiblemente una mentira disfrazada de reivindicación simpática y singular de la alteridad.
En cualquier caso, la óptica del autor peca de acomodaticia y ambigua. Por un lado, complace los intereses de los fabricantes del consenso, al dibujar un mapa ideal del mundo de la conflagración.
Las chicas lindas(Rihanna), los soldados de la tercera edad, los almirantes maduros(Liam Nelson), los soldados retirados y los uniformados lisiados, contribuyen en su debido y preciso momento con la causa común de defender la soberanía del país y del globo terráqueo, delante de los invasores foráneos. La hipocresía y el doble discurso marcan la pauta del argumento.
Los capitanes de mar y guerra se proyectan como garantes de la democracia y la paz universal, gracias al oneroso sistema de protección de la frontera.
Curioso porque la corrección y el miedo a perder mercados, insiste en diluir la naturaleza de la amenaza.
Antes era rentable meterse con los chinos, los indios, los hermanos musulmanes, los latinos y los negros. Ahora es un deber comercial incluir a cada minoría y apostar por la integración de una comunidad de naciones, entre impostada, artificial y comandada por los dueños del negocio.
Abolido el racismo y la xenofobia por mero compromiso financiero con las colonias y las zonas de reparto del botín, a la meca solo le queda una opción viable: apelar a la iconografía de la ciencia ficción de los cincuenta, alentada por la paranoia “macartista”, con el objetivo de plantear una situación hipotética y descabellada, aunque favorable para seguir explotando la maquinaría destrucción masiva y el complejo de venta de palomitas.
Entonces los villanos proceden del espacio y ocupan la casilla del terror invisible, latente y carente de explicación, más allá del pirateo y la conquista del suelo del planeta azul, con estrictos fines de depredación y despojo.
Vaya desplazamiento de la culpa, si consideramos el actual saqueo de Bagdad a manos de las compañías privadas instaladas por Bush.
Sea como sea, es mejor fingir la demencia y extrapolar los defectos de la condición humana en los chivos expiatorios de la velada.
Los marcianos al ataque de la temporada alien del 2012: “Hombres de Negro 3” y “Prometheus”, por citas dos ejemplos.
Lo triste es la incapacidad de mirar el cliché con la sorna y el distanciamiento irónico de Tim Burton.
Apenas hay espacio y margen de maniobra para repetir y remedar el guión de hierro de “Día de la Independencia”, a merced de aliens descafeinados, subnormales y con pinta de hippies trasnochados, caducos.
Extrañamos la entereza y la honestidad de “Depredador” o “Paul”, pendientes de armar relajo y tirárselas de “rasta faris”.
Por motivos análogos, los monstruos de “Battleship” se confunden y compiten con la falta de carisma de los demás integrantes del reparto.
El único consuelo del espectador, radica en aguardar por los intermitentes destellos de humor negro, desplegados por el presunto director de la película, Peter Berg, ya acoplado y apartado de sus orígenes en la independencia, cuando asombró con su estupenda, “Very Bad Things”. En adelante lo cooptaron y lo transmutaron en un hermano menor de Jerry Bruckheimer, amante de la música ensordecera, de los cambios de planos y del vacíamiento de las teorías de Sergui Einsentein.
Mutatis mutandis, “Battleship” constituye el colmo del ejercicio de la posmodernidad reaccionaria. Clonar la estructura de “Acorazado Potenkim” para neutralizar su contenido profundo al extremo de conducirlo al abismo de la disolución y la claudicación ideológica.
De ahí los principales referentes de la puesta en escena: “War of the worlds”, “Pearl Harbor” y “WTC”, según el enfoque mainstream y blockbuster de Michael Bay en “Transformers”.
La fusión de dichas influencias disímiles pero obvias, le resta originalidad y brillo propio al trámite de edificar la empresa audiovisual.
En su descargo, el desenlace admite la doble lectura como desahogo. Es decir, funciona como reflejo y testimonio de los anacronismos y arcaísmos en boga.
La burla macabra de una película de guerra cuyos auténticos redentores pertenecen a la reserva de la tercera edad.
Lamentablemente, no existe contundencia y consistencia en el amago de deconstrucción.
El balance auspicia el conformismo y la resignación.