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Mi encuentro con la ley – Crónicas de Cuba (III)

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A los pocos días de estar en La Habana pude conocer de cerca lo que es la inteligencia del régimen al tener un desagradable encuentro con la ley.

Al tercer o cuarto día de estar en el Hotel Vedado, ya estaba harto de la comida. Todos los días lo mismo: cochino frito, pollo frito, no sé cuántas fritangas más y esas ensaladas a las que no les cabía más mayonesa. Pero, como los viajes a la isla sólo se pueden hacer con hotel y alimentación prepagada, no tenía más alternativa. Además, el presupuesto para el viaje era corto, con un sueldo de recién graduado.
Uno de esos días me agarró la hora del almuerzo en el hotel Capri y me dije: «Pues yo me voy a arriesgar y voy a tratar de comer aquí para variar la comida».
Así lo hice y, !oh sorpresa! el menú era exactamente igual que el del Hotel Vedado. El mismo que en el Habana Libre y el mismo que en todos los hoteles. Decepcionado, me senté y almorcé.
JINETERAS Y JINETEROS
Una noche en que me encontraba en el bar del Habana Libre con unos amigos Venezolanos, apareció un muchacho cubano que había conocido a uno de los participantes del festival que estaba conmigo y lo fue a buscar al bar, con la mala suerte para mí que, al momento de ir a agarrar a su amigo para sacarlo del bar, se arrepintió y halándome por un brazo me llevó al lobby del hotel donde estaban su supuesta novia y otro amigo.
hotel habana libre
Hotel Habana Libre
Yo no entendía muy bien de qué iba la cosa, hasta que el cubano me dijo:
-Asere, yo conozco al amigo que está contigo en la mesa y lo que queremos es entrar a compartir con ustedes.
No me pareció nada fuera de lo normal y pensé que tal vez estos muchachos me podrían dar una visión diferente de la isla. Les dije que bueno, que vinieran conmigo al bar. Yo no tenía ni idea que los cubanos no podían entrar a los hoteles de turistas, esa información la obtuve después de una manera poco amigable, al tener mi encuentro con agentes de la ley.
No habíamos dado más de cuatro pasos, cuando aparecieron como por arte de magia cerca de cinco policías vestidos de paisano. De verdad que en los días que tenía en la ciudad no me había percatado que los hoteles eran estrictamente vigilados por estos agentes.
Se me acercó un negro tan grande como King Kong, con ojos enrojecidos, con la actitud de un verdadero gorila y cara de pocos amigos. Me preguntó que quienes éramos y hacia dónde nos dirigíamos.
Le expliqué que íbamos a tomarnos unos tragos al bar y, entonces, nos solicitó las identificaciones.
Mostré mi credencial como participante del Festival de Cine y entonces me dijo que todo estaba bien, que yo podía ir de nuevo al bar pero que los cubanos tenían que irse con él.
No sé de donde saqué coraje y le respondí que no, que ellos estaban conmigo y que yo iría a donde los llevara a ellos. Me contestó que no había problema y nos llevó a una oficina del hotel. Más tarde me enteré que esas son las oficinas que la inteligencia cubana tiene en todos los hoteles de turistas.
Abrió la puerta y dejó que entraran los cubanos. Cuando fui a entrar yo, otro agente me detuvo y me dijo:
-Tu no. Tu si quieres los esperas aquí.
Me imagino que ellos pensaban que no los esperaría pero, para mi propio asombro, me quedé sembrado allí, frente a la puerta cerrada como por quince o veinte minutos, tratando de percibir algo a través de la gruesa madera oscura.
De repente, se abrió la puerta y salieron todos, policías y retenidos de lo más sonreídos. El cubano que parecía ser el líder de los tres, me pasó un brazo por el cuello y sonriendo me pidió que fuéramos al bar.
Yo no podía creer lo que estaba viviendo. Entonces, el muchacho se me acercó y me dijo:
-Todo bien, el policía me recordó que tenemos prohibido entrar a los hoteles y me advirtió que me tengo que ir del bar cuando se vayan ustedes.
Cuando ya estábamos sólos les dije que me contaran con detalle lo que había pasado en la oficina y me dijeron que todo estaba bien, que los habían hecho firmar una caución y que les habían dicho que salieran del hotel al salir nosotros y que si los volvían a ver por allí. se los llevarían presos.
-¿Y que decía la caución que firmaron?. Dije sin salir de mi asombro.
«No sabemos» fue la respuesta. «No nos permitieron leerla».
Sólo después del incidente, el amigo venezolano que conocía a los cubanos me contó que eran dos jineteros y una jinetera que había conocido la noche anterior en la calle, al salir de su hotel. Se le habían acercado para preguntarle qué le gustaba a él, los hombres o las mujeres, porque les llamaba la atención su correa y que le conseguirían lo que él quisiera a cambio de ella, incluso mariguana.
Este es el tipo de gente con la que uno tiene contacto primeramente al llegar a Cuba, jineteras, traficantes, personas que están a la espera de cualquiera que les pueda ofrecer una posibilidad de acceder a las cosas que no tienen acceso debido a las restricciones que les impone el régimen.
Yo no me resignaba a pensar que todos los cubanos fueran así, que todos se presentaran simpáticos y amables para esperar la menor oportunidad para tratar de sacar provecho de uno, al punto de llegar a ofrecerle matrimonio a cualquiera que los ayudara a salir de la Isla.
¡Qué difícil es establecer contacto con el pueblo cubano!
Yo seguía, cual Diógenes buscando al hombre, en pos de conocer al cubano trabajador y honesto, a ese ser humano desinteresado que estaba seguro iba a encontrar. No me resignaba a irme de La Habana con la imagen del cubano que busca aprovecharse de la buena voluntad de los turistas desprevenidos…

Continuará…

Memorias de un viaje a la isla – Crónicas de Cuba (I)  http://li.co.ve/hxp

Cuando la realidad te golpea en la cara – Crónicas de Cuba (II) http://li.co.ve/hvg

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