Andrés Duprat, guionista de origen argentino, vino a Venezuela durante la semana para participar en diferentes actividades culturales organizadas por la UCV, entre la Facultad de Arquitectura y la escuela de Comunicación Social.
Gracias a Fundación Fácil y la invitación de Haydeé Chavero, tuvimos ocasión de intervenir en las jornadas de discusión, impartidas y dirigidas por el autor, quien presentó dos películas en suelo nacional: “El Artista” y “El Hombre de Al Lado”. Sobre ambas quisiera hablar en la nota de hoy.
La primera constituye una deconstrucción del sacrosanto mundo de la cultura y la plástica, desde la óptica de un embaucador de la pintura.
La segunda gira en torno al cuestionamiento del universo del diseño, según la perspectiva del dueño de una famosa casa de Le Corbusier. Las dos comparten una necesaria visión crítica contra un par de fenómenos considerados dignos de encomio por la sociedad.
De hecho, el poder descubrió en ellos una fuente para hacer negocios y limpiarse su imagen de mala conciencia, bajo la pantalla de la responsabilidad social.
“El Artista” y “El Hombre de Al Lado” denuncian y evidencian el lado oscuro de las disciplinas aludidas. En ellas encontramos los mismos métodos de trabajo al servicio de un contenido afín.
Los directores, Gastón Duprat y Mariano Cohn, adaptan el argumento a su particular imaginario irónico y distanciado de no ficción, patentado por sus incursiones en el ámbito del cine documental, “Yo Presidente” y la serie “El Amante Tv”, donde la férrea composición de los encuadres se conjuga con una admirable poética de la mutación formal, amén de una fotografía cercana a la de un “making of”.
La cámara fija y los tiempos muertos desnudan a los personajes, siempre al borde del marco o en trance de salir fuera de campo. La realización compensa la escasez de medios a través una ingeniosa puesta en escena, signada por la desacralización de las corrientes contemporáneas, como el minimalismo.
A diferencia de sus colegas de ruta, los responsable de la batuta no se valen de la herencia de la ola de Buenos Aires para ofrecer un sucedáneo de la obra de Lisandro Alonso y Lucrecia Martel.
En efecto, Gastón Duprat y Mariano Cohn buscan demoler el artificioso paradigma de su época de no relatos y tragedias mínimas, al subvertir el modelo con generosas dosis de humor negro.
Si los pibes tristes de la ecuación porteña hacen dramas intimistas y glaciales, los creadores de “El Artista” y “El Hombre de Al Lado” fabrican piezas abstractas de colección al estilo de las tragicomedias del Sur, de Europa, de Asia y Estados Unidos. Bizarra mezcla entre Pablo Larraín, Pablo Stoll, Jim Jarmusch, Takeshi Kitano, Wes Anderson y Aki Kaurismaki, con visos iconoclastas de Banksy, Chaplin, Keaton y Welles.
Divertida transgresión del esquema de Kiarostami, Erice y los apólogos de la frialdad en el viejo continente.
Me gusta comparar a “El Artista” con la propuesta de desacralización de “Exit Through the Gift Shop”, “My Kid Could Paint That” y “F for Fake”.
El protagonista es un impostor. Trabajaba como enfermero en un hospital. Allí conoce a un pobre anciano, víctima de la esquizofrenia, dedicado en sus ratos libres al dibujo. Pronto el enfermero descubre la pasión del veterano.
Le roba sus bosquejos y los lleva para una galería, asumiéndolos como propios. De inmediato, se activa el mecanismo de la farsa y el estafador termina convertido en el último mesías del sistema de los museos, los curadores y los especialistas. Delante del marco, desfila una fauna de entendidos, esnobistas y oportunistas, empeñados en sacar provecho del nuevo héroe del firmamento alternativo. Nada diferente y apartado de la realidad del gremio. Retrato indirecto de la Venezuela banal.
Apenas lamentar el determinismo y el maniqueísmo implícito de la fábula moral, incapaz de salir del círculo vicioso mencionado.
Andrés Duprat condena el vacío y la mediocridad de la élite de los burgueses y bohemios, estancados en el paraíso de los bobos y los memes arrogantes. Se olvida de aportar un color o un matiz distinto a su diagnóstico en blanco y negro. Impugna a los estereotipos al precio de erigir y elevar a otros de semejante tenor. Disecciona el cliché pero refuerza el entendimiento binario del problema.
Sucede igual con “El Hombre de Al Lado”, una cinta implacable del inicio al desenlace, colmada de secuencias y momentos brillantes, luminosos, confrontando al profesor y estudioso de la Universidad con el vecino canchero, patotero y atorrante, aunque demasiado humano. Acierta Duprant al derribar la burbuja de cristal del egocéntrico y engreído proyectista en el contacto con el señor humilde de la vereda de enfrente. Llegamos a advertir y reparar en el alto grado de discriminación y segregación social, escondidos detrás de la fachada de la arquitectura milagrosa, emplazada en teoría para conectar a la gente.
Por desgracia, ocurre al revés y entonces la ilusión de la modernidad vuelve a fracasar en el intento. Es el rollo de la distinción vislumbrado en la actualidad por los consumidores de glamour, por los organizadores de eventos en lugares “con clase”. Es la trampa de secuestrar el patrimonio para el regodeo y el deleite frívolo de unos pocos bebedores de champaña, con pajaritas y lentes de pasta.
Con todo, hay excepciones a la regla de “El Hombre de Al Lado”. La UCV es el mejor ejemplo a la mano. Una hermosa plaza pública, de acceso democrático, firmada por el genio de Villanueva. También cabe destacar la casa de Gio Ponti, emplazada como mirador, jardín y laboratorio para el disfrute de los ciudadanos de a pie.
Por tanto, festejo la iniciativa de traer a Andrés Duprat al país.
No obstante, tiendo a disentir de su predica a favor del populismo, pues resulta peligrosa y contraproducente. Es un dilema estéril y hermético, presto a la manipulación. Tampoco siento como una solución quemar las naves e izar la bandera por “El Hombre de Al Lado”, por el tipo sincero y harto demagógico, en oposición al egoísta y acaparador del inmueble. Pinta como una lectura marxista a debatir.
En consecuencia, prefiero pensar en la posibilidad de convivencia de los ejes antagónicos.
Por lo demás, “El Artista” peca de elitista en su concepción y distribución minoritaria para Festivales y audiencias reducidas.
Hola Sergio, toda una contradicción. Lo que plantea Andrés y su propia vida, sus círculos y a quien esta dispuesto a encarar. Sucede muy a menudo en el mundo de artistas de supuestas ideas progresistas, que en primer lugar plantean algo que ellos mismos con su vida contradicen y después cosas que no son muy coerente con muchas cosas que están pasando en el mundo y ellos no conocen, o peor no reconocen, generalizando todo. Creo que tenemos que expresar lo que sentimos y creemos, siempre teniendo la amabilidad de puntualizar, señalar o caracterizar episodios, personas, movimientos etc. Nunca generalizando, un error muy cotidiano en los «progresistas», a los que les fascina términos como burgueses, imperialistas, fascistas, etc. Saludos.
Gracias por escribir, Jesús. No conozco el entorno y la vida de Andrés, apenas tuve la ocasión de escucharlo y verlo durante dos días, desde lejos. Lo confronté con una pregunta y lo sentí poco seguro a la hora de responder sobre un tema vital: la forma de su película. Pero lo entiendo, no es su fuerte. Él fue confiado porque pensó toparse con un público de estudiantes. Yo fui invitado como crítico de cine y documentalista. En cualquier caso, también pude presentir lo de la contradicción en él, señalada por ti.
Él decía abominar del mundo elitista del arte y la arquitectura, pero al mismo tiempo, gustaba de disfrutar de sus beneficios académicos y culturales. Tampoco me creí su defensa de lo popular. Me parecía desde falsa hasta demagógica. Al margen de ello, una buena persona. Aunque poco dado a la autocrítica.
Saludos.
Yo soy de su mismo mundo. Hago un programa sobre arte para la televisión. Conozco de las debilidades del gremio. Pero tampoco como para condenarlo. Me gusta encontrarle el lado positivo y rescatable al asunto.
Creo que eso es lo honesto. También soy del mundo cultural y reconozco en el sus virtudes y contradicciones. Trato sin renegar de su goce y beneficios, hacer aportes que vayan haciendo mas congruente mi estadía en el medio.