«Es en sus palabras y no en sus actos es donde yo he detectado el espectro de la época»
Karl Kraus
Hace poco volví a leer En torno al lenguaje de Rafael Cadenas, y en esta segunda oportunidad me convencí de dos cosas: Venezuela siempre ha tenido gente que la piensa, pero la mayoría se ha encargado de ignorarlos sistemáticamente, y que leerlo en esta coyuntura histórica, es asistir a una proyección en tres dimensiones de nuestra realidad actual. Lo reitero: En torno al lenguaje es un libro que debería ser de lectura obligatoria en el bachillerato venezolano.
A pesar de que el genio del idioma defiende, estoico, su brillante obra, de alguna manera, los totalitarismos han podido usar el lenguaje en nuestra contra. Lo han permeado para mantener la injusticia y debilitar la individualidad. Muchos lo han utilizado y el chavismo no es la excepción. Desde el principio, ellos han entendido la importancia de la palabra y la han utilizado para someternos, quebrar la lógica, transfigurar la realidad y engañarnos.
Pareciera caprichoso, espontaneo o banal sus intenciones, pero no, todo el vocabulario acuñado por el chavismo, cada bautizo, cada declaración ha sido calculado y pensado para obtener importantes beneficios. Siendo el más importante, convencernos de que son indispensables, un mal necesario, la única opción.
Comenzaron cambiando nombres arbitrariamente, el chavismo no es constructor, simplemente, rebautiza obras, se echa encima esfuerzos ajenos. El país, la represa, los parques, los buques. Ahora no tenemos ambulatorios, sino barrio adentro. Los híper mercados son abastos, las areperas socialistas, los subsidios son misiones, la ineficiencia son operativos, nuestra nacionalidad una quimera.
Hasta llegar al día de hoy, cayendo en incongruencias de todo tipo. Somos un parque temático con siglas imposibles. No vivimos, vivimos viviendo, los ministerios son para el poder popular, asfaltar las calles no es una obra, es la fiesta del asfalto. En esta cacofonía, esta desmesura, este afán de exagerar y reiterar se buscar inflar la realidad, las palabras son muletas que le ayudan a sostenes una imagen que no tiene correspondencia con la realidad.
Se me ocurre que, siendo el lenguaje un patrimonio universal, nuestra herencia compartida, la casa que habitamos todos, podríamos, en el mismo terreno dar nuestra lucha, rebelarnos y debilitar el pensamiento único. Las palabras en toda sus belleza y versatilidad, las que sirven para la seducción o el humor, también puede ser nuestras armas. Veamos
I
Revertir el resentimiento
Muchas características tiene el discurso oficial, siendo el más obvio, conseguir mediante la palabra avivar el resentimiento, poner en evidencia nuestra desigualdad socioeconómica, dividirnos en bandos de buenos y malos, profundizar nuestras diferencias hasta hacerlas irreconciliables. El discurso es simple, sin matices, dicotómico, superficial, de telenovelas, rabioso, chantajista, dramático, reiterativo y visceral. No hay matices, ni tolerancia, no dejan un solo resquicio para que el individuo reflexione o se forme una opinión.
Así se asegura un inmenso capital, como por ejemplo, la relación sea más emocional que racional, llevando las pasiones al terreno político. Es muy fácil utilizar esta estrategia en un país como Venezuela. Un estado petrolero inmensamente rico, que por diferentes razones, dio como resultado un país subdesarrollado, con una gran pobreza, con clases sociales bien diferenciadas, y que socialmente se encuentra fracturado. Somos tierra fértil para que el discurso chavista dé muchos beneficios.
Pero su mayor triunfo es cuando consiguen que la otra mitad atacada se comporte y hable igual, en esa trampa cayó muchísimo la oposición, y así es imposible comunicarse con la otra mitad, o con el grupo que les hastía la polarización política.
Se trataría de no caer en el juego, no introducir en nuestro vocabulario descalificaciones que están programadas para terminar de fracturarnos como colectivo, hablo de las obvias, las que escuchamos todos los días, y que además resultan muy artificiales, como escuálido, fascista, chavista, micomandante, majunche, etc.
Pero más importante aún es poner cuidado y tratar de desterrar vocablos que hemos utilizado desde antes del chavismo, que se nos colaron durante la mejor y peor época de nuestro legendario nuevoriquismo.
Pocos venezolanismo son tan despectivos como «Cachifa».
Piénselo por un momento, al utilizarla, o al decir, “pareces un obrero”, no estás solo siendo soberbio, también estás descalificando a la mano de obra técnica y oficios que son tan necesarios como los profesionales para desarrollar un país. Y de una vez terminar con ese estúpido complejo de pensar que un administrador es más que un plomero, o que hay trabajos más dignos o necesarios que otros.
El hecho de que Nicolas Maduro haya sido chofer no lo hace menos que nadie, el problema es que no siguió los pasos necesarios ni tiene la preparación para ser canciller. Cada vez que alguien utiliza la palabra “chofer”, a secas, para insultarlo, ellos se frotan las manos, complacidos.
“Esto parece un rancho”, «mono», «tuki», «tierruo», y hasta «sifrino». Todas palabras que utilizamos sin darnos cuenta cómo ayudan a mantener la situación en la que estamos. Les estamos regalando el juego, al no tratar con su debido respeto a las demás personas.
II
Rebelarse ante la neolengua
¿Por qué nos resulta tan incomodo y chocante “República Bolivariana de Venezuela? ¡Porque ellos están adjetivando una abstracción! Los nombres de los países son vitales para sus correspondientes colectivos. Le pertenecen a millones de personas, nombran el lugar donde naciste o creciste, al ponerles un adjetivo estás desvirtuando y modificando la referencia mental que tiene cada quien con el nombre de su país. Esa es la razón por la que adjetivos como “Islámica” o “Bolivariana” resultan tan antinaturales en el nombre de un país.
En algún punto, esto tendrá que cambiar, será algo necesario. Los nombres son muy importantes, te dan tu identidad. Y para los países son tan importantes que, por ejemplo, los Estados Unidos de Norteamérica se apropió de “América” porque necesitaban un nombre. Además, el inglés hace muy difícil convertir los sustantivos “Estados Unidos” en adjetivo, es mucho más natural con “América” (Americans). Este ejemplo lo utilizo para ilustrar un punto, pero merece mucho más que un párrafo, es un tema fascinante.
El lenguaje oficial fue impuesto arbitrariamente, para debilitar nuestra memoria histórica, cambiar nuestras referencias, para obligarnos a aceptar algo que por lógica es imposible: la historia de este país se divide en antes y después de nosotros. No, rebélate, utiliza el nombre que te resulte más cómodo. Yo jamás hablo en bolívar fuerte, porque mi dinero sigue siendo débil. Para mí, tal cosa cuesta un millón de bolívares, no mil.
Cada vez que puedo, escribo o digo “República de Venezuela”. Eso es un supermercado, esto un ambulatorio y aquello un subsidio. Parecerá irrelevante pero no lo es, porque hacerlo te mantiene más cerca de la realidad. La neo lengua se combate con precisión. Es como cuando se impone un idioma en un país colonizado por otro. Lo aprendes, lo utilizas oficialmente, pero en tu casa, a la hora del amor o el duelo, utilizas tu lengua madre.
Son detalles, pequeñas rebeldías, que no hacen sino preservar tu individualidad. Y así también se combate el pensamiento único.
III
Le estaba dando vueltas al asunto, y esperando mi turno en la charcutería, la semana pasada, obtuve la clave. La señora que venía antes de mí, sostuvo el siguiente dialogo con el charcutero, ésta es una historia verdadera:
—Mi amor, dame 100 bolívares de jamón serrano. Me lo picas bien finito, mi amor.
—Ok.
—¿Me das un poquito para probarlo?
Le da un pedacito, la señora come y dice:
—Está muy grueso, mi rey
El charcutero termina su trabajo, entrega el paquete y ella le contesta:
—Gracias, mi vida
Me quedo pensando y sólo atiné a preguntarme: Si esta señora, en una conversación le dijo al charcutero mi amor, mi rey y mi vida, ¿Cómo le dirá a sus esposo o a sus hijos? ¿Eres el noveno planeta alrededor de mi sistema solar? ¿Pluriverso, tráeme agua?
El problema con el “miamorciteo” venezolano es que se desgasta la carga semánticas de las palabras hasta banalizarlas. Cuando se siente, se escucha hermoso, cariñoso, agradables. Pero cuando se abusa de términos de esta clase se siente forzado, impostado, zalamero y hasta adulante, se siente una necesidad de empalagar con las palabras para conseguir algo a cambio.
Lo mismo pasa con «hermano», «hermaito», «bróder», «compadre», «mi corazón», «te quiero», «te amo», «te adoro», y con los famosos «mi vida» o «mi amor». Procuro ser muy cuidadosa con eso. Cuando yo las utilizo, las personas pueden estar seguras que eso es exactamente lo que quiero decir. Esas palabras son pequeños homenajes, muestras del afecto que siento por las personas que quiero, respeto y admiro. No me gusta gastarlas, volverlas un lugar común.
De manera natural, se tiende a confiar más en el criterio de alguien que tiene un amplio repertorio de adjetivos para calificar. Si alguien dice que todo es excelente o mi amor a todo el mundo, nunca será una sorpresa. Además el español te ofrece muchas palabras para ser amable o dulce sin necesidad de dirigirte al cajero como lo haces con tu pareja.
Y así como se desgastan esas palabras, se desgastan las groserías, al punto que tenemos que reunir varias en una sola oración para mostrar el tamaño de nuestra frustración.
De esa necesidad de exagerar, inflar las palabras, sobre adjetivar para darnos a entender nace, por ejemplo, el famoso “me iría demasiado”, porque no basta irse, hay que irse demasiado. De ahí viene el tristemente célebre “vivir, vivendo”. Entonces cuando dices tal ley es inconstitucional, quedas como un tibio sin corazón, porque hay que decir que ése es “un dictador de mierda”, cada vez que se habla de la violación de algún derecho.
Al desgastar la carga semántica de las palabras se necesita la exageración, y al seguir escalando nos quedaremos mudos. Por favor, no me mal entiendan, cada quien se dirige a los demás como quiere. No se trata de encorsetarnos o hablar como robots. Se trata de darle su justo valor a las palabras. Eso ayuda a ser más precisos, tener matices, explicarse mejor. Cómo vamos a entendernos con otros bandos si empezamos diciendo: “Ese hijo de puta es un ladrón, asesino que está acabando con Venezuela”
El idioma es sabio y tiene sus mecanismos para poner en evidencia a los impostores, utilizarlo es un derecho y una forma de defendernos. El idioma es generoso, exacto y preciso. Da más de lo que quita.