La depresión fue el caldo de cultivo del expresionismo alemán. Salvando las distancias, ahora el cine proyecta la crisis de la economía de España a través de películas de suspenso y terror. Es el caso de la claustrofóbica y posmoderna, “Mientras Duermes”, donde el guión narra los estragos y efectos de la violencia doméstica en un vecindario de clase media, cuyos moradores son víctimas del juego macabro del protagonista de la trama, incorporado por el solvente actor, Luis Tosar, quien hace el papel de un conserje de miedo.
El personaje se dedica a sembrar el pánico hispánico en un edificio de altas resonancias estéticas. Por un lado, evoca el escenario siniestro de la obra maestra de Roman Polanski, “El Inquilino”. Por el otro, guarda correspondencia con el teatro del absurdo de “La Comunidad”, amén de su ejercicio de humor negro.
A su vez, ambos referentes dejan en evidencia la obsesión del autor por los laberintos de la soledad y las tierras de los muertos.
Erudito de la filosofía zombie, Jaume Balagueró conquistó la fama con la estupenda serie, “Rec”, versión castiza y contemporánea del clásico de George Romero, “Night of the Living Dead”. En ella, la cámara fungía de vitrina para la experimentación con las dimensiones híbridas y mutantes del relato audiovisual, a camino entre la ficción y el género documental. El resultado era la plasmación de una pesadilla gótica sin salida.
En el mismo sentido, “Mientras Duermes” describe el acoso personal de una mujer por el bedel y portero de su torre de departamentos. De ahí el parentesco con el mayordomo de “El Último Hombre”, joya de la pantalla demoníaca fabricada por la sensibilidad germana de F. W. Murnau.
Incluso cabe la comparación con el Norman Bates de “Psicosis” y el Antonio Banderas de “La Piel que Habito”, subvalorada inmersión en el fantástico a cargo del siempre estimulante, Pedro Almodóvar. Metáforas de la paranoia y la esquizofrenia común. Reflejos del exceso de poder de la dominación masculina. Herencias del pasado con el presente. Así, el realizador de la pieza en cuestión desarrolla el tenso argumento, inspirado en la recomendable novela homónima de Alberto Marini.
El trabajo de adaptación ilustra el conflicto medular de la historia, al centrarse en la relación de envidia, atracción fatal y asedio de un cazador con su presa. La vigila de noche y de día. La persigue como un acosador de la red social. Ella es feliz. El objetivo de él reside en demoler su castillo de la pureza, del éxito.
Allí radica la incorrección política del film, no apto para corazones y mentes adocenadas. De hecho, la mecánica del espanto y brinco se maneja con guantes de charcutero ibérico curtido en mil batallas de porno tortura. Atención con la secuencia de la tina. Claro tributo a los baños de sangre de Hitchcock.
Por consiguiente, el largometraje se disfruta en la sala oscura como placer culposo y respuesta a los manuales de autoyuda.
Vence la moral del villano al incubar su semilla del diablo en el vientre de la heroína frustrada.
Denuncia del triunfo de la impunidad y el sadismo en las sociedades del bienestar, corrompidas por psicópatas inescrupulosos disfrazados de seres inofensivos y caritativos.
Desconfiemos de los invasores de la privacidad con sonrisas de pícaros paternalistas.