Para entrar en tema con una obra de arte como lo es Breaking Bad, tengo que explicar una idea que se me vino a la mente cuando leí la siguiente frase de Jerome Bruner «el Yo también es el Otro», refiriéndose a la idea según la cual las personas construimos nuestra identidad a partir de lo que contamos que somos, y contamos lo que somos con ciertos parámetros que vayan a ser aceptados por nuestra cultura, nuestro entorno social, nuestros amigos, o a quien vaya dirigido nuestro discurso. Bruner me llevó a pensar en esta frase de Sartre que dice «el infierno son los demás», bajo una premisa similar, donde se plantea el rol que el Otro juega en nuestra vida.
Ahora bien, si yo estoy compuesto o me hago a partir de los demás, podría deducir entonces: yo soy el infierno. Pero, Walter White dejó muy en claro esta penúltima temporada que si algún hombre es el infierno, ese es él. Un fan de la serie podría argumentar que no Walter White como tal, y en esta misma idea del construirnos en el discurso, el infierno sería Heisenberg: el personaje que Walter crea como alterego para poder adaptarse a todas las situaciones que un profesor de química, de colegio, blanco, que vive en los suburbios de Norte América, con esposa e hijo, no podría enfrentar.
El detonador, y esto no arruina la trama para nadie, la enfermedad más común en los países del mal llamado primer mundo: cáncer. Walter tenía una vida promedio, a pesar de que era un casi-genio de la química, por una de esas desventuras del destino todo su potencial se vio desperdiciado enseñándole a adolescentes que no empatizarían con su pasión por los procesos químicos, con la necesidad de un segundo trabajo limpiando autos para poder mantener a una esposa dedicada por completo a su hijo discapacitado, y con la frustración de que su logro más grande en el mundo de la química no le sería reconocido.
Cuando le dan la noticia del cáncer que padece, siente la angustia de la muerte, como cualquiera lo haría (incluso aquel que cree no tenerla, es humano y por tal carga la cruz de la mortalidad). Walter quería dejar a su familia con dinero suficiente para que no tuvieran que preocuparse por esto y también quería tener dinero para poder enfrentar su enfermedad.
En eso andaba Walter cuando se encuentra con una solución mágica. Su cuñado, un agente de la DEA lo lleva en un patrullaje rutinario donde Walter se topa con un ex-alumno que se encuentra en el negocio del cristal meth, esta droga es la cocaína de su década, creada totalmente en laboratorios, como tal es una amenaza para los Estados Unidos porque puede hacerse en cualquier lugar, no necesitas un terreno para plantar hojas, y es desde el punto de vista mercantilista perfecto para hacer un mercado: no sólo el producto puede desplazarse para la venta sino que su producción puede hacerse sin tierra, casi una utopía capitalista.
Nuestro querido amante de la química, buscando dinero y demostrar sus habilidades, se une para hacer negocios con el drogadicto Jesse Pinkman, su exalumno. Pero bien, esta serie de televisión como dije al principio es arte desde todo punto de vista, no es la historia lo único que te impide despegarte de un maratón de Breaking Bad; son las actuaciones, la manera en que cada personaje parece tener más verosimilitud que el vecino del 6-C que nunca discute con su esposa; también son las escenografías, los pases de una escena a la próxima, el arte visual y todos los detalles que se guardan; es la interacción que puedes tener por internet y los micrometrajes que te ayudan a matar un poco las ansias de esa nueva temporada que todavía no llega.
Si Darth Vader era el malo más malo, Walter White es el hombre de familia más puro y honesto del mundo, como su nombre lo dice, es un hombre blanco. Pero Heisenberg, sería ese lado oscuro que todos creemos tener por dentro, aunque en realidad, pocos son los que pueden nadar en tan profundas aguas de sus propios demonios, pocos son los que pueden salir de ese lado oscuro de la luna para volver a ser un hermoso padre de familia por las noches. Así la neurosis de Walter lo mantiene con los pies en la tierra a todo momento; hasta esta penúltima temporada en la que Heisenberg va perdiendo terreno ¿o será Walter el que pierde terreno?
Cuando está en el momento más exitoso de su carrera como cocinero, Heisenberg va «desapareciendo» y en los negocios comienzan a llamarlo Walter, para sus socios es Walter, para la cocina es Walter, un Walter que fue volviéndose un poco menos blanco y dando paso a lo gris. De esta forma, como por causa-efecto, Heisenberg se volvió más humano, apostaba por su compañero antes que por el negocio, por ejemplo. Se puede decir que los dos mundos comenzaron a colisionar: su esposa comienza a meterse en el negocio, su compañero de cocina comienza a sentirlo como parte de su familia. La pared neurótica que establece la personalidad de Walter fue abriendo grietas, que él intentaba tapar, hasta que su ambición de poder rompió la pared sin importar nada.
Y acá estamos ahora, esperando la nueva temporada, con un nuevo Walter. Podríamos llamarlo Walter «Heisenberg» White, él es una mezcla de Michael Corleone, el Guasón de Heath Ledger y un toque de Pablo Escobar. Él es el miedo. Él es el infierno.
Breaking Bad vuelve este domingo 15 de julio, en su última temporada, que será entregada en dos partes de ocho capítulos cada una. Nos quedan 16 horas de suspenso, acción, drama, comedia, terror, placer visual y regocijo orgásmico ante una de las mejores obras que se han proyectado en la pantalla de un televisor, y definitivamente, una contribución artística que hace un cierre, y el mayor aporte, a las creaciones que se dieron en la primera década de este milenio.
ALL HAIL THE KING!
¡TODOS ALABEN AL REY!