De la red social al tejido multimedia, Andrew Garfield hereda el traje elástico de Tobey Maguire con el objetivo de recuperar la brújula de El Hombre Araña, tras su fallida tercera entrega dirigida por Sam Raimi, cuyo trabajo alcanzó un pico creativo en la segunda parte gracias a su indomable sentido del humor negro.
Aquel director logró dotar a la franquicia de una curiosa identidad mutante, definida por el vertiginoso ritmo de su puesta en escena. Era su marca personal registrada en la escuela independiente.
Luego fue cooptado por los estudios y la experiencia con la Marvel acabó por restarle espontaneidad, al precio de domesticarlo.
Ahora en su reemplazo figura la joven esperanza de 500 Days of Summer, Marc Webb, un chico experimentado en el arte del video clip y la nueva comedia americana.
Por ello, The Amazing Spider-Man clava su aguijón en el género del romance adolescente a la búsqueda de conquistar el mercado de la saga Crepúsculo.
A tal efecto, el guión expone el dudoso y predecible amor imposible entre dos tórtolos del último año del bachillerato, a ser encarnados por actores pasados de edad para el papel.
Por ejemplo, Emma Stone parece una profesora del instituto donde transcurre la ficción. Aun así, el error de casting es compensado por la química derrochada por la pareja, dentro y fuera de la pantalla.
Además, la veterana Sally Field, el estimado Martin Sheen y el camaleónico Rhys Ifans vienen a reforzar la contribución del reparto, al proporcionarle un necesario aliento clásico al desarrollo de la trama edípica.
Con todo, el renacimiento del enmascarado arácnido tiende a despertar el escepticismo del público por la falta de consistencia del argumento, a punto de claudicar ante la catarata de compromisos industriales.
El 3D brilla por su ausencia mientras la técnica de emplazamiento de productos impulsa el dominio del artificio por encima del contenido.
En su total descargo, rescatamos el enfoque irónico del personaje principal, beneficiado por una batería de gags afortunados.
El libreto apuesta por la salida autoconsciente para deconstruir la solemnidad del melodrama planteado. A propósito, el recurso del diálogo incentiva la atmósfera de comedia anárquica de serie b.
El lagarto, en su diseño de Parque Jurásico, funge de receptor de las burlas y las comparaciones con Godzilla, aunque el realizador intenta redimirlo como monstruo poético de las alcantarillas de la metamorfosis kafkiana.
De Doctor Jekyll a Mr. Hyde, el villano sucumbe a la maldición del retrato de Dorian Gray en la idea de alcanzar la inmortalidad y la regeneración perpetua del cuerpo.
Su ambición lo lleva a subirse a la torre de King Kong y a caer en la tentación del gorila neonazi, bajo la senda de una solución final para la especie.
Peter Parker deberá encontrar la cura en un desenlace tan anticipado como contradictorio.
Por tanto, derivamos de un funeral a un happy ending. El reptil clona la bondad del replicante de Blade Runner a lo alto del edificio en llamas.
El terror pide taima y el luchador por la paz salva al mundo in extremis. Volvemos al exorcismo del 11 de septiembre de la versión del 2002. Solo cambia el formato. La moraleja maniquea prevalece. Es la constante del cine conservador del siglo XXI. Poco sorprendente.
*Publicado originalmente en el periódico «El Nacional».