Adormecido observa la hora en su teléfono celular, para ese momento ya son las 2:51am, tiene apenas un par de horas antes de que Papá se levante y descubra que pasó la noche en otro sitio, no es la idea, así que se despereza y comienza a vestirse, cuando ya tiene los zapatos puestos, se da cuenta que no encuentra su franela de rayas verdes. –La mesa de noche…– dijo en voz baja recordando la locación de lo que buscaba de una manera casi inconsciente, ya todo estaba listo, podía partir oculto en la noche, sabía que nadie iba a notarlo porque había hecho el recorrido muchas veces y conocía los atajos y hasta las manías de la señora chismosa que vive frente a su casa. Antes de salir, le atravesó la mente como un rayo, casi se sintió mal al recordar que no se había despedido, siempre lo olvidaba. –Adiós, te amo…– le dijo a la linda chica que hacía solo minutos dormía junto a él, besándola en la frente con cariño.
Estaba en la calle, su compañera vivía solo a unas cuantas cuadras de su casa, ya eran las 3:10am. Aceleró el paso y comenzó a reflexionar mientras su “otro yo” le reprochaba con sólidos argumentos su torpe incapacidad de contener los impulsos. –Que Dios me perdone. – Cuando esas palabras salieron de su boca, se sintió en su tono un aire de vergüenza. Puso la mente en blanco y pensó en la chica, de verdad la amaba y lamentaba con toda su alma el hecho de haberla arrastrado a la situación en la que se encontraban: una poca de farra nocturna, algunos tragos y uno que otro sórdido encuentro a escondidas en las noches de los fines de semana. Pero no era él el que se lamentaba, era “el otro”. De hecho, él ni siquiera se sentía culpable, simplemente lo tomaba como un merecido descanso a ser el chico bueno de la calle, pues todos nos merecemos un poco de diversión ¿o no?
Ya está en casa, tuvo éxito y nadie descubrió sus tretas, de verdad sabia como escabullirse dentro y fuera de su casa, pero no es tiempo de hacer alarde de sus habilidades de escape, es hora de dormir un rato, mañana es domingo de iglesia.
Por el día, Aaron es un chico bastante normal e incluso hasta algo aburrido, de esos de los que te olvidarías a la hora de repartir las invitaciones de una fiesta. Todo su mundo gira alrededor de Dios, de su familia, la música y sus estudios. Las señoras de su calle lo adoran y lo ponen como ejemplo para sus propios hijos. –No saben lo que dicen. – Meditaba en su interior cuando pensaba en ellas. Todos ignoraban que dentro de él, había un lado oscuro que competía con su conciencia.
Alguien dijo alguna vez que dentro de nosotros habita un ángel y un demonio, y que ellos le dan instrucciones al alma para ayudarla a subir o a bajar (piensen en esto). Si eso era falso, no aplicaba en el caso de Aaron, porque era esa precisamente la forma en la que se sentía, sabía que era hombre de bien, pero lo frustraba cederle terreno casi voluntariamente a su demonio y a la vez se comprendía a sí mismo, porque sabía que aunque alguien puede llegar a ser muy bueno, en su corazón está la capacidad para hacer el mal, y aunque estaba al tanto de esto, esperaba todos los fines de semana, no para darse placer, sino para tratar de ganar la batalla de una vez por todas.
Viernes por la tarde. Esta noche ni siquiera intentará combatir a su demonio, ahora lo importante es conseguir la forma de escabullirse de casa, Mamá y Papá estarán es casa y sus hermanos como siempre estarán en su habitación jugando con sus cosas. Se las ha visto peores, la ultima vez su prima fastidiosa había venido de visita y no dejaba de hacer preguntas tontas como “Si no hay cine ¿Cómo hacen para ver películas en este pueblo?” La detestaba, incluso el lado bueno lo hacía. Pero esta noche las cosas eran relativamente fáciles, un pequeño soborno a su hermano menor para que se hiciera el ciego, sordo y mudo a la hora de dormir y tendría libertad. Pero eso sería más tarde, todavía quedaban algunas horas por fingir.
– ¡Aaron!– Se le oyó decir a la vos que venía desde afuera de la casa, era su compañero Luis, otro que había creído la ilusión del demonio interno, pero que no era tan fácil de engañar como los otros, Luis podía desenmascararlo a la primera señal de flaqueza, así que invertía bastante tiempo pensando en sus respuestas. Su visitante le hacía recordar aquella frase de esa tonta película del Doctor Zeus “Yo pienso lo que digo y digo lo que pienso”. La entrevista fue inesperada, pero le daba una excelente excusa para bañarse y vestirse sin ser bombardeado con preguntas, solo diría que iba a algún sitio con su amigo y que probablemente regresaría un poco tarde. Sabía que sus padres se dormirían temprano y se contentarían con la respuesta falsa de su hermano a la pregunta de si ya había regresado a casa.
Un rato después, se despidió de su señuelo y tomó rumbo, se encontraría con ella en el lugar de siempre, la casita abandonada en la esquina donde comenzaba su calle, unos besos más tarde estarían en el cuarto de la chica y pronto estaría dándole su usual despedida con un beso en la frente.
De vuelta a casa Aaron ya no se sentía culpable, había decidido que abordaría su problema desde otro ángulo, y seguramente lograría vencer a su demonio, ese chico tiene agallas. Pero no pasará todavía, siempre hay tiempo de sobra para vencer a un demonio, y más cuando nosotros decidimos su destino…
Kevin Yépez