La industria ibérica supo anticipar el declive de la dictadura de Franco por medio de un conjunto de títulos agrupados bajo el signo trágico de la metáfora. Carlos Saura y Víctor Erice empezaron a romper el cerco de la censura a través del lenguaje indirecto de películas mayores de la historia española: «Ana y Los Lobos» y «El Espíritu de la Colmena». Réquiems por el sueño del Caudillo devenido en pesadilla.
Mutatis mutandis, la cartelera de verano logra sorprendernos con el impacto simbólico de tres films criollos. En ellos descubrimos el compromiso de interpretar la realidad del país, desde el plano de la alegoría estética. Enorme diferencia con la tendencia reciente de refugiarse en el pasado para evadir el presente, al modo de «Zamora» y «Miranda». Forma oportunista de instrumentar el vano ayer para reforzar la mitología épica de la propaganda actual.
En contraposición, surge hoy la respuesta de un puñado de largometrajes de interés, más allá de sus virtudes y defectos de puesta en escena.
«Er Relajo der Loro» es el primero en arribar a las salas. Su plumífero protagonista hace vuelo rasante por la transición de la cuarta a la quinta república. Desnuda las miserias de la fundación de la democracia y el lado oscuro del pacto de punto de fijo. Lastimosamente, la sátira opta por detenerse en el año 2000. Hubo demasiada prudencia por parte del director.
Aun así, el ave emprende la despedida hacia el Amazonas en el entorno de una ciudad gris y deshumanizada. Pronóstico del futuro incierto y sombrío de la nación al inicio del tercer milenio. Solo le falta contundencia y pericia técnica a la ejecución para superar el esquema general del capítulo de telenovela con mensaje.
En un peldaño superior de la abstracción se emplaza la lograda, «Piedra, Papel o Tijera», parábola del círculo vicioso de la violencia en la venezuela podrida, como reflejo del drama de la segregación social de Caracas. No en balde, fue realizada con tino por el mismo autor del video clip, «Rotten Town».
Con su segunda pieza después de «Macuro», Hernán Jabes sacude la conciencia adormilada del espectador común. La pantalla condensa el aire contaminado de una capital del infierno, dominada por la ley de la selva. Los eslabones débiles de la cadena alimenticia sufren las peores consecuencias a manos de los peces gordos de las mafias delectivas amparadas por la policía corrupta. El sintomático extravío del «Rey León» garantiza la perpetuación del panorama postapocalíptico de perro come perro. La última imagen proyecta el telón de fondo de Puente Llaguno. La cita final sentencia el epitafio de la fábula. La enfermedad de la polarización nos carcome.
De igual manera concluye el alegato de «Wayúu», crónica roja de la caída de los dioses de la península Guajira. El cacique de la zona contrata a un guardaespalda vasco, a efecto de velar por su seguridad. El esfuerzo será en vano ante el derrumbe de la utopía del jefe del clan. Los protagonistas naufragan en un mar de sangre e infelicidad, gobernado por el teatro del absurdo. Por desgracia, el descuidado empaque lastra el contenido del discurso. Empero, sintetiza la leve mejoría de la oferta vernácula en el 2012. Extrañábamos coraje y voluntad de disidencia. Ojalá no se diluya como en la Cuba de los ochenta y noventa.
*Publicado originalmente en la columna «La Ventana Indiscreta» de «El Nacional».