Una pareja de adultos contemporáneos se muda a un estudio en Nueva York por ceder a la presión social. Deben vivir en la Gran Manzana, a juro, para sentirse realizados.
El apartamento es una ratonera pero les permite acceder al sueño americano de la independencia. Sin embargo, una mañana cualquiera, la crisis toca a su puerta, tal como le ocurrió a cientos de compatriotas durante el estallido de la depresión y la burbuja inmobiliaria.
Él(Paul Rudd) pierde el trabajo y ella(Jennifer Aniston) fracasa en la venta de su documental sobre el tema trillado de la marcha de los pingüinos.
Acto seguido, emprenden la retirada forzosa de la megalópolis con el rabo entre las piernas. No les queda otra opción. El prepotente y pesado hermano del esposo los recibirá en su mansión de los suburbios. Pero en el camino se topan con una alternativa, un desvío del plan de ruta trazado por el guión.
El libreto los conduce por un atajo rural hasta caer en una curiosa comuna de paz y amor, apartada del contexto, del espacio y del tiempo, cual caricatura bizarra de “La Aldea” de Night Shyamalan o del entorno opresivo de “Canino”, bajo el dominio de un líder carismático y mesiánico interpretado por Justin Theroux, el actor fetiche de David Lynch.
Así, los yuppies se encuentran con los hippies. Es decir, los burgueses descubren en la otredad bohemia, la ocasión de romper con sus atavismos de clase.
Desde entonces surge el dilema principal del argumento. Regresar a la prisión de la ciudad o dejarse llevar por el mito de la liberación de los sesenta, amén de sus rituales de iniciación con drogas, sexo y música de protesta.
Por ende, el film plantea una vuelta satírica al mundo superado de “Easy Rider”, “Hair” y “Woodstock”, posteriormente desacralizado y desmontado por “Gimme Shelter” y “Weather Underground”, cuando la quimera de la emancipación revolucionaria y socialista devino en pesadilla distópica.
De forma expresionista y abreviada, lo mismo vimos en la estupenda y devastadora, “Martha Marcy May Marlene”, retrato dramático de un chica escapada de una secta del campo, tras ser cooptada por el clan, supuestamente dignificada por sus miembros y luego violada por el jefe de la tribu. Suerte de visión costumbrista de la terrorífica, “La Semilla del Diablo”. Lo interesante de la pieza radicaba en su falta de esperanza. Los familiares de ella también la acogían en su seno, aunque tampoco significaban una promesa de redención para su soledad y extravío.
La crítica rozaba por igual a los materialistas histéricos de las zonas acomodadas y a los integrantes del colectivo ecológico y autosuficiente. En los dos polos contemplábamos las luces y sombras de ambos paradigmas. Quizás extrañábamos mayor gama de matices en el paisaje binario y maniqueo.
Salvando las distancias, “Wanderlust” sufre un problema similar. Se conforma con exponer sus estereotipos y prejuicios carentes de diversidad. No obstante, se le perdona por tratarse de una comedia de Hollywood para comer palomitas.
En su completo descargo, los chistes de los pollitos fugados de su corral y adoptados por una gallinero distinto, funcionan a la perfección gracias a la enorme chispa de los personajes del reparto.
Los antihéroes son guiados por los secundarios a lo largo y ancho de una serie de situaciones absurdas, donde las rutinas y tradiciones de los anfitriones se transforman en las molestias de los huéspedes.
De hecho, se les obliga a compartir el baño, hacer tareas domésticas insólitas y aceptar las insinuaciones eróticas de un grupo en permanente estado de celo. Dicha promiscuidad resulta cuestionada según la óptica irónica de los visitantes ocasionales.
En paralelo, somos testigos del inmenso vacío detrás de la conducta derrochadora de los ricos bobos de la función, atascados en sus camionetas y sus gigantescas salas de evasión.
Me gusta el reparto equitativo de la cinta, porque desnuda la doble moral de tirios y troyanos, de reaccionarios y supuestamente comunistas.
Sería bueno proyectarla en Venezuela a la luz de nuestras diferencias irreconciliables. Entenderíamos la relación del este con el oeste, del chavismo con la oposición.
Al final, ocurre una pequeña sorpresa, una honesta conclusión posmoderna e hipertextual. Solo pierden los corruptos, los falsos profetas y los fariseos de cada bando.
El director le permite a los demás elegir su propio destino. Gran diferencia con “The Beach”, cuyo desenlace no admitía el retorno a la isla de los encantos.
Por su parte, la conclusión de “Wanderlust” no me excluye o me condena. La vida continúa para todos. Los trasnochados conquistan su auténtica autonomía y vencen a las pirañas de Wall Strett, como sucedía con el Oso Yogui, el rey de los hedonistas del bosque. Me recuerda a la tesis de “The Big Lebowski”. El Dude merece persistir como emblema.
Por último, nadie me acusa por identificarme con el modesto y lógico cierre de la trama de los enamorados de la partida. Absorben lo mejor de la odisea y deciden emprender su propio ideal en Manhattan, medio conservador y medio anárquico.
Es un happy ending líquido y abierto. Admite la discusión si quieren enfrentarlo al oscuro panorama del colapso económico global.
Yo me conformo con celebrar su abanico de opciones. En lo personal prefiero mi derecho a la privacidad.
Imponer una única dirección, es dogmático y pernicioso.
Coje dato, Pérez Pirela.
El colega de Aporrea convulsionaría con “Wanderlust”, tachándola de imperialista y pagada por la CIA para enlodar el proyecto de Hugo.
Muero de la risa.