Recientemente tuve una conversación con una persona muy querida, la conversación giraba en torno a mi transgenderismo, la decisión de modificar mi cuerpo. Debido a lo controversial del tema, la conversación se transformó en debate, y en el debate salió a relucir la palabra vanidad, y se coló más o menos, de la siguiente manera; “las personas que cambian de género lo hacen por vanidad!” . Escuchar esto me irritó sobremanera, pero rápidamente recordé que yo misma utilizaba ese argumento para no actuar, para convencerme de que pensar en cambiar mi cuerpo para para vivir en otro género, era una decisión vanidosa. Seguidamente esta persona añade “ y además, hay cosas más importantes en el mundo que cambiar de género” esta frase de nuestro debate pudo haber sido la última, de yo no haber hecho algo que hago muy a menudo, y que creo la mayoría de las personas transgénero aprendemos a hacer cuando reprimimos nuestras necesidades de expresar. Así pues, me puse en su lugar.
De hecho, ponerme en el lugar de los demás ha sido mucho tiempo una estrategia, más o menos efectiva, para contener aquello. Pero inevitablemente, cual piedra de rio, esta estructura mental se erosiona y es así como se arriba a la conclusión de que la vanidad es un país muy grande, y que no debía apresurarme en mis conclusiones.
Y así florece la pregunta:, será que la vanidad es una especie de instinto, una herramienta de supervivencia?
Para ilustrar la pregunta examinemos el siguiente ritual, que debo decir, es desafortunadamente “normal” en nuestra sociedad. Imaginemos, una persona que proyecta una imagen de género ambigua, esta parada en una esquina, lleva tacones, y que es desproporcionadamente alta para su género. Cinco hombres, hechos y derechos, se le aproximan para corroborar la congruencia de su presentación de género y su sexo, al darse cuenta de que es una persona trans, estos insultan a la persona. Pero esto no termina aquí, la indignación de los caballeros se incrementa hasta que agreden físicamente a la persona antes mencionada, esto ante los ojos de testigos. Pero todos, testigos, y atacantes, se olvidan de que la persona trans, es una persona, “y no pasa nada”.
“Las personas que cambian de género lo hacen por vanidad” no lo hacen por vanidad, pero si, la vanidad es parte de la experiencia, como lo es en muchas otras experiencias humanas. Lo que sucede es que hay vanidades más visibles, o criticables que otras. Acaso podría este fenómeno de visibilidad estar relacionado con la asimetría de nuestro rígido sistema de género? Imaginemos un comandante que se mira en el espejo, y se hincha de orgullo al ver que en su pecho no cabe una medalla más. Vanidad. Una mujer se polvorea las mejillas, se arregla el pelo, se pinta los labios y lanza con un beso a al aire dirigido a su reflejo en el espejo. Vanidad. Cambiemos los papeles ahora, háganlo amigos lectores en sus mentes, y se darán cuenta de algo fascinante. Hay una asimetría; al cambiar la presentacion de género de nuestros personajes nuestra respuesta a la representación no es la misma, si el sexo no se corresponde con el género, es decir hay un doble standard. Esto ayuda a que unas vanidades se noten más que otras, y como de por sí ya la vanidad es negativizada en nuestra sociedad (cosa que puede ser material para otro ensayo) terminamos afectados aquellos a los que se nos nota más, a menos que seamos objetos de deseo sexual por supuesto. Para culminar regresemos al ejemplo de nuestra mancillada chica trans parada en la esquina, acaso no es vanidad lo que mueve a los cinco caballeros a atacar a la chica trans? será su orgullo masculino lo que se ve ofendido? Esa vanidad casi no se ve pero si esta ahí, será que la vemos? Y así terminar esta perorata de debut, pero no me despido sin hacer un último comentario; lo del rostro de Simón Bolívar en 3D fue un acto de vanidad, con implicaciones exponencialmente vanas, ha sido una reacción en cadena que ha puesto al país a mirarse en el espejo, mientras el comandante se hincha de orgullo.