Kevin Smith llevaba tiempo dando tumbos. Le cayeron a batazos por todos lados. Empezó en alto con sus primeros trabajos independientes. Después fue tentado por el diablo del mercado Sundace y lo condenaron al infierno de la repetición.
Por último, llegó a Hollywood en plan de niño terrible, de joven por siempre, de Tarantino, pero tampoco salió recompensado o satisfecho del encuentro con la meca.
De ahí la tibia acogida de su largometraje para Bruce Willis, “Cop Out”, fallida parodia del género de policías y ladrones.
Al director lo daban por muerto en vida dentro de los predios de la industria. Había caído bajo y aceptaba encargos de medio pelo. Su futuro era incierto.
Pero en un giro inesperado, hizo “Red State”, ganó con ella el máximo premio del Festival de cine Fantástico de Sitges y logró resucitar de sus cenizas. No contaban con su astucia.
La cinta no es una obra acabada o el canto del cisne del creador de personajes inmortales de la cultura popular como Amy, Silent Bob y Jay.
Sin embargo, lo devuelve al espacio geopolítico de su filmografía parlachina, histérica, incorrecta, tremebunda y al borde de la censura.
De hecho, él fue víctima y testigo de las cacerías de brujas de las ligas de la decencia. Le cercenaron “Dogma”, sufrió los cortes de Harvey “Manos de Tijera” y lo excomulgaron para siempre de la academia por “Zack and Miri Make a Porno”. Jamás le concederán un Oscar. Tampoco le interesa ganárselo.
En efecto, su testimonio es clave para narrar el documental de denuncia, “This Film is Not Yet Rated”, donde descubrimos la persistencia del código Hays en la actualidad a través de la Motion Picture Association of America.
Según mi humilde percepción, “Red State” es el ajuste de cuentas de Kevin Smith frente a sus mencionados demonios y fantasmas del pasado reciente.
En formato digital los conjura, los expone, los saca a la luz, los transfiere a la pantalla grande para propinarles un exorcismo salvaje y devastador.
La cámara cobra una vitalidad inusitada en su trayectoria, desarrollando un ritmo demencial de carrusel zombie, serie Z y ultra gore.
La fotografía adopta el canon del falso documental para volar el encuadre en mil pedazos y sumir al perceptor en un estado de trance, próximo a la estética de guerrilla de la pesadilla americana de los setenta.
Si Nolan juega con el tiempo al extremo de estirarlo como el chicle, Smith derrocha ingenuo en su capacidad de síntesis.
Le bastan 86 minutos para narrar un cuento similar al de “Caballero de la Noche Asciende”, aunque saldado con plena y absoluta libertad.
Es decir, conocemos el infierno de una comunidad gobernada por un tirano populista. Aun así, la redención brilla por su ausencia.
Los héroes se muelen a tiros con los villanos. Ambos bandos tocan fondo, se deshumanizan en el choque y comparten el mismo descalabro.
Jamás abandonamos el averno alimentado por el odio, la alienación, el conflicto social, el resentimiento, la represión y el derecho de la segunda enmienda. Las armas destruyen el mínimo resquicio de optimismo, cuando acribillan a los dos tórtolos de la función.
Surge entonces una crítica brutal contra la intolerancia cobijada en la agresión física. Lectura de un país “pre” y “post” masacre de Columbine.
En paralelo, el director rueda su propia versión de “Jesús Camp”, con la intención de establecer una relación entre el fanatismo por los fusiles y el delirio de las sectas religiosas fundamentadas en una interpretación lunática y maléfica de la Biblia.
En consecuencia, el villano de la partida es un intimidante anciano enclenque, no muy distante del look de predicador satánico de Charles Manson. Clásico terrorista doméstico de sermones encendidos ante una audiencia enajenada. Gran Hermano de proporciones comparables a las de nuestros dictadores mediáticos.
Así, Kevin Smith demuestra la esterilidad de las campañas evangélicas, fundadas para humillar a las familias en velorios de hijos homosexuales. Oscura tradición de ciertas regiones de la provincia de Estados Unidos.
“Red State” desnuda el aislamiento y el retroceso de las zonas medievales de distensión, emplazadas en la América profunda. La secuencia en el interior de la capilla resume el vigor de la propuesta.
En primer plano, nos habla un loco, mientras se prepara para ajusticiar a su próximo mártir, a quien capturó con una trampa de sexo por internet. De inmediato lo aniquila como una forma de castigo delante de su prole. Presenciamos el cuestionamiento a la pena capital y el desastre de justificar la ejecución de un pobre adolescente, movido por sus hormonas.
Por tanto, “Red State” no escamotea la realidad para quedar bien con dios y con el diablo. Demuestra las fallas del proyecto moderno y evidencia las costuras de los pensamientos fascistas en boga.
Desmontaje del caldo de cultivo de los asesinos en masa, de los criminales y de los supuestos encargados en brindarnos seguridad.
Todos pierden en “Red State”. Memorable su epílogo “lynchesco”. John Goodman se la come. El viejo zorro(Michael Parks) es de una galaxia inalcanzable, de tintes westerianos. Comiquísimo su final. Atención porque la chica rubia del reparto es una belleza. Melisa Leo sigue dando miedo.
Kevin Smith volvió a nacer.