Se apagó la amarga voz de «La Chamana»

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Nos despedimos de Chavela Vargas, la grande, la única, la que hizo música superando la vejez y el tiempo. El viento se lleva su voz y su revolucionaria vida. Trascendió, porque como ella misma dijo: «Las chamanas no mueren, y yo soy chamana». Cerramos la puerta tras ella con la despedida sentida de sus amigos Pedro Almodóvar y Joaquín Sabina que ya escribieron sus adioses. Y damos el nuestro.

Ayer finalmente llegó el silencio a su vida, y el descanso. La cantante costarricense Chavela Vargas se fue a los 93 años en un hospital de México tras una semana internada por bronconeumonía. El anuncio fue hecho por María Cortina, amiga cercana y biógrafa de la artista. «Alrededor de la una de la tarde, hace muy pocos minutos Chavela murió, ella se fue con mucha paz, ella no se quejó. Desde anoche tenía problemas muy severos en su respiración, ya no tenía oxígeno que pudiera llegarle».

«Silencio, Silencio: A partir de hoy las amarguras volverán a ser amargas… se ha ido la gran dama Chavela Vargas», apareció en su cuenta de twitter unos minutos después de su muerte. Chavela Vargas ingresó al hospital luego de haber regresado de un viaje a España, donde hace unos días presentó su disco La Luna Grande, en homenaje al poeta español Federico García Lorca. En Madrid debió ser hospitalizada para ser sometida a exámenes, luego a su llegada a México fue internada por última vez.

La cantante, nacida en Costa Rica pero mexicana por adopción, había pedido que no le aplicaran procedimientos, como maniobras de resucitación o uso de respiradores, que prolongaran su vida. Dijo que obstaculizaban la transición que estaba viviendo. Durante su estancia en terapia intensiva, la artista estuvo consciente y pidió que le trajeran su medallón chamánico, un regalo de los indios huicholes cuando la nombraron chamana y que sólo utilizaba durante sus conciertos. Vargas dijo no moriría «porque soy una chamana y las chamanas no nos morimos».

 

A SU MANERA

A Isabel Vargas Lizano «le tocó» nacer en Costa Rica pero halló la vida en México, el país en el que se convirtió en Chavela Vargas y en el que su desgarrado «tempo», su androginia sensual y luminosa, «volteó» todas las convenciones para inventar una forma de cantar que ayer desapareció con ella.

Nació en Costa Rica el 17 de abril de 1919, pero se empeñó desde muy joven en buscar su lugar en el mundo lejos de su casa, y, con apenas 14 años, tomó un avión a México y allí se quedó «para los restos». Su vida artística empezó a los 30 años al lado de Pepe Guízar ­el compositor de «Guadalajara», el segundo himno oficial de México. Creó su estilo para que nadie pensara que quería competir «con los grandes», como Guízar o Pedro Infante, y porque le proporcionaba la identidad que ambicionaba. Decidió ponerse «ropa de escándalo: «pantalón de manta, una blusa blanca muy sencilla y un jorongo», el «uniforme» que ya siempre la acompañaría aunque la gritaran «marimacha».

Su «Macorina», prohibida en México, fue convertida en himno por la guerrilla hispanoamericana. Chavela ­»con ‘v’ y no con ‘b’, para joder»­ grabó su primer disco en 1961 y se pasó por su «republicana gana» lo políticamente correcto. La muerte de José Alfredo Jiménez y su extrañamiento voluntario de un mundo que no entendía bien la metieron en un infierno de alcohol y soledad durante 20 años. Tras recuperarse en 1990, «cuando ya nada tenía y nadie le quedaba», regresó a los escenarios.

En 2010, negada al descanso y a la vejez, publicó Por mi culpa, un disco donde mostraba su reencuentro con la canción latinoamericana y con viejos y nuevos amigos. Un testimonio de incansable energía, al que se le suma su último disco/libro dedicado a García Lorca, el último objeto de su canto a quien fue a homenajear y despedir, junto a Madrid, antes de su partida.

(Publicado originalmente en diario TalCual – Venezuela. 6 agosto 2012. página 24)

 

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